Cuando guardas en la
mente la mirada curiosa de gran cantidad de animales a lo largo de muchos años
de observación, puedes entender su lenguaje; su temor, reacción, o por qué no,
lo que esperan de ti. Como la mirada expresiva de un perro o un gato a su
correspondiente compañero humano, uno puede extrapolar fácilmente la mirada de
cualquier otra especie relacionada con los humanos por su habitual coincidencia
en parques, jardines o riberas de ríos, dirigiéndose dicha mirada, a
determinadas personas como proporcionadoras de alimento. La estampa de los
mayores dando de comer a las palomas, familiarizándose con los gorriones o con
cualquier especie accesible por el cotidiano contacto visual, serían un ejemplo.
Convertiría esta interacción en una simbiosis entre la persona que busca el
afecto en los animales y, ellos, oportunistas interesados pero no por ello
menos amables, el pan suyo de cada día para seguir adelante.
Pero… esta pequeña
garza, el socozinho Butorides striata,
de carácter paciente, ¿dónde aprendió la habilidad de utilizar fragmentos de
pan como cebo para atraer a los peces fácilmente ahorrándose una larga espera
antes de atravesarlo de un certero arponazo?
Desconozco, al no
haber hallado referencias bibliográficas, si este curioso comportamiento es
congénito de origen hereditario, o adquirido por imitación o aprendizaje.
Ejemplar adulto de socozinho Butorides striata.
No puedo negar después de observar al ave, cierta mirada cómplice. La garza está muy acostumbrada a la presencia humana como se puede apreciar.
El hombre bueno, es
generoso con sus semejantes y, como no, con el resto de los animales. Las
distintas especies de garzas, como otras
tantas especies habituales en los parajes humanizados, han visto en este
reclamo una enorme fuente de alimento y posibilidades de todo tipo para
establecerse cómodamente. Si a esta posibilidad le añadimos la entrega de las
personas cuya satisfacción consiste en dar de comer a las aves del lugar,
podemos sospechar el origen de esta conducta tan particular de nuestra pequeña
garza respecto a la utilización de cebo para pescar.
Supongo que, un buen
día, la garcilla, habituada a la ribera
del río, la charca del parque o el estanque decorativo de algún jardín donde
los peces eran fáciles de atrapar y las personas no representaban ningún
peligro, fueron afianzándose con la especie humana mediante un pacto de respeto
mutuo, menguando así, poco a poco, la distancia de seguridad entre ambos. Y,
tal vez, observando la conducta humana, solidaria con otros seres, la pequeña
ardeida comenzó a tejer su “idea” para mejorar una nueva técnica de pesca.
¿Quién se resiste a
echar comida a los peces, esperando esa reacción tumultuosa para acceder entre
ellos al mejor bocado? ¿Cuántas veces les habremos dado de comer asombrados por
la inexplicable sensación que aviva nuestra curiosidad? Los peces, alborotados
ante un pedazo de pan, no pasan desapercibidos a otros animales. Por ello,
supongo, mientras esto ocurría, se iba fraguando en la garza un oportunismo sin
parangón.
Secuencia de acecho de un joven socozinho.
Así es como lo
imagino personalmente, sin que por ello se convierta en una opinión científica,
por supuesto.
Originariamente, una
garza cualquiera debió de utilizar su primer trozo de pan colocándolo cerca del
radio de acción de su pico. Cuando los peces se arremolinaron en torno a la
trampa, del mismo modo que observó con los aportes humanos, su pico atravesó al
más grande aprovechando el caos existente. Repitiendo la acción, y el pan
disponible, optimizó con el paso del tiempo su destreza. Lo que a las personas
satisfacía proporcionar comida a los peces, para el socozinho se convirtió en
una habilidad interesada para nutrirse con más eficacia. Teniendo en cuenta la
capacidad de imitación de las aves, aprender esta nueva modalidad de pesca fue
un acto que cuajó rápidamente en el resto de las pequeñas zancudas atentas a la
innovadora práctica.
Estado de alerta del joven socozinho.
Hay trabajos
científicos que exponen cómo los animales integrados en los medios urbanos
aprenden y rentabilizan mejor lo aprendido que otros del medio silvestre en el
suyo. Es obvio que, la disponibilidad de alimento y su rentabilidad es
proporcional a las oportunidades existentes en cada hábitat. Facilitar el acceso
a los alimentos se convierte en una adaptación fortalecida por el aprendizaje
de técnicas cada vez más elaboradas.
VER SECUENCIA DE VIDEO DE UN SOCOZINHO MUY HABITUADO A LA PRESENCIA HUMANA Y, EL MODO DE UTILIZAR EL PAN QUE SE LE PROPORCIONA COMO CEBO PARA PESCAR.