La actual piel reverdecida durante
los meses primaverales en el hostil paisaje monegrino, obedece a la mano del
hombre. Su interés transformó la árida estepa, rasgando año tras año con sus
aperos de labranza la superficie de los espacios esteparios más viables. Y es el
verde más oscuro y agrisado el que destaca en las lomas, vaguadas y ribazos
reteniendo con su sarmentosa fronda la escasísima cubierta de nutrientes existente
en esta tierra desesperada. Las flores silvestres de vivos colores, rompen la
monotonía de ocres y verdes uniformes de campos labriegos, llanos y promontorios.
Mientras la duquesa descansa en uno de tantos miradores de su construcción, el duque lo hace en el interior de unos pinos adyacentes.
Desde que el bosque sucumbió
a la dura prueba de poblar con éxito la inhabitabilidad de este territorio
aplastado por largas horas de sol y miserables aportes de agua, arbustos y
matorrales más capacitados por su mejor adaptabilidad, se encargaron de
mantener durante siglos la cobertura de una orografía tan especial como la de Los
Monegros.
El estío incrementa la
dureza implacable de este amplio territorio de interminables horizontes y cielos desnudos. Con el sol deshidratando el ocráceo paisaje y el barrido
del cierzo convertido en traslúcidas polvaredas que arañan el inestable
sustrato de campos y caminos, va muriendo poco a poco el amasijo cerealista que
dio verdor artificial a una tierra de colores tórridos.
Piso con entradas romboidales en lo alto de la torre, lugar de nidificación de los búhos.
Pasan fugaces los bandos de
churras surcando abrumadas la aridez inclemente de la estepa hacia sus habituales aguaderos,
los sisones ya dejaron atrás sus danzas y las siluetas de las avutardas
campeando en la lejanía ondulan temblorosas con efecto acuoso. También ronda el gran
duque la misma tierra ocrácea en las noches iluminadas, lejos de ciclópeos
farallones rocosos que lo cobijaron durante años de persecución, escapando del acoso infame de las malditas hordas de alimañeros. Pero el Gran Duque,
siguiendo el paso de otras aves afincadas en medios antropógenos, dio un paso
más, un golpe de efecto, de atrevimiento o de excesivo descaro. El gran búho necesitaba de un reducto a la altura de su noble título, prescindiendo de los
castillos de roca. Se aventuró abordando lo que sería su bastión más destacado, la torre de la iglesia del pueblo de Valfarta; la mismísima casa de Dios.
Los tres descendientes de este año. Como siempre, muy precoces y adelantados.
Fernando Tallada me cuenta
todos acontecimientos del lugar referente a estas ilustres rapaces, siendo él
un espectador de primera fila. Hace más de doce años que conoce la existencia
del búho real que cambió la dura estepa por esta obra enaltecida del
hombre religioso; la iglesia de Nuestra Señora de la Luz. Tiene una torre de
cuatro cuerpos y estructura barroca; es del siglo XVII. En sus entrañas, se habla
de amor y respeto entre los seres humanos, algo insuficiente contra la envidia
y egoísmo tan extendidos. Y, para qué
hablar de respeto al medio ambiente, con la mala leche de ciertos lugareños masacrando especies del entorno y su biotopo.
Para el búho real, instalado
en el piso más alto de la iglesia bajo la techumbre rematada de latón desde
donde surge la veleta y posadero habitual de sus noches nupciales, lo más
importante es el reducto de cría ubicado entre el campanario y la cúpula donde
accede a su nido por unas aberturas romboidales.
Me dice además Fernando,
que la colonia de cernícalo primilla sufre los ataques del búho real; también
lechuzas, mochuelos y palomas. Sin embargo, es el prolífico conejo la base de
su alimentación, este animal por el que tantos agricultores ponen el grito en
el cielo. Aunque, de hecho, no sabría valorar cuál es la opinión del agricultor
escopetero.
Las rapaces nocturnas son
el mejor control para limitar la excesiva población de roedores de todos los
tamaños.
Uno de los pollos volantones disfrutando de la gran vista del pueblo y sus transeúntes.
Este año, quizá como todos
los demás, la incubación comenzó en enero, y a diferencia de otras zonas de
cría del búho real, es ésta una de las parejas más tempranas en reproducirse.
Los tres pollos, incluso los adultos, se dejan ver sin excesivo recelo a distintas
alturas sobre las repisas de la altiva torre.
Gracias a Fernando, mucha
gente de diferentes lugares e incluso países, pueden disfrutar de esta curiosa
elección nidificante del gran búho de la noche. Aunque conocemos la cría de
esta rapaz en maceteros de urbanizaciones etc., se desconocía esta preferencia en
lo alto de la torre de una iglesia.
Sobre todo, hay que resaltar el gran esfuerzo que supone para la pareja ascender con la presa
capturada a lo alto de la torre donde se halla el nido. Los nidos de búho real
que ambos conocemos están situados en las cortaduras, casi
siempre bajo sus cazaderos para transportar las presas cómodamente,
eliminando así, esfuerzos innecesarios.
A pesar de esto, la rapaz optó
por la seguridad del altozano construido por el hombre, mucho mejor que la llanura
incierta.
Imágenes cedidas por Fernando Tallada.