Hembra de mochuelo Athene noctua vigilando a sus pollos jóvenes que aguardan dentro del nido.
Por un pedregoso camino que nace
en la periferia del pueblo de la Cartuja, cercano a Zaragoza, se atraviesan
fincas particulares valladas donde se aprecian los restos de la prosperidad
constructora pasada. En los terrenos se amontonan herramientas de sondeo,
material de construcción donde campean entre ellos jaurías de perros, cabras
domésticas, burritos y algún caballo. Hay unas terreras de bastante altura como
un gran escalón natural que hace de mirador frente al caudaloso río Ebro.
También, como no, hallamos los vertidos incontrolados fruto de la falta de
civismo. Al pie de una pequeña oquedad del terraplén hay una vetusta puerta de
corral tachonada de cabezudos clavos oxidados y cincelados en la madera
carcomida. Y, es allí, sobre ella, donde los jóvenes mochuelos esperan curiosos
la llegada de su hora; el abandono definitivo del nido. La madre vigila desde
lo alto la seguridad de su descendencia y, seguramente, no esté con ellos en el
interior por la insoportable algarabía que se forma bajo la constante petición
de ceba. Desde lo alto del talud, la madre
centinela, no deja ni un rincón sin prospectar con su mirada.
A menos de noventa metros del
nido de la anterior progenitora, por el
mismo camino, me topo con la segunda. Vigila a sus criaturas también desde la
cercanía, manteniendo sólo el contacto visual. La vieja oquedad que sirvió de
cobijo a una familia de grajillas utilizada hace años, protege muy bien a otros pequeños, éstos, de grandes ojos y con muchas ganas de curiosear el mundo exterior.
De la imagen de esta madre, con porte
soberbio, me encanta la marcada trayectoria de sus calzas y el relieve de su
musculación, inadvertibles por las plumas ventrales en la mayoría de las
fotografías dedicadas a esta rapaz nocturna ¿Verdad que tiene cierta complexión
de rapaz poderosa?