lunes, 8 de noviembre de 2010

Lechuza campestre (Asio flammeus)

Desde lo alto de un espolón rocoso localicé hace tiempo multitud de plumas esparcidas, algunas, demasiado complicadas de recuperar. Las había dispersas por la superficie del cantil y sujetas entre las grietas y plantas rupícolas. Con estas plumas de lechuza campestre (búho campestre, en la actualidad), completaba el pequeño catálogo personal de plumas del conjunto de rapaces nocturnas ibéricas. Precisamente, como dato de interés, existía un caso confirmado de cría de esta rapaz cerca del lugar mencionado de la provincia de Zaragoza (F. Tallada Obs. Personal).

La lechuza campestre es una visitante regular, procedente de países atlánticos europeos. En septiembre comienza la migración postnuptial alargándose hasta noviembre, y con más activos que en la prenupcial que se concentra en el mes de abril. Se reproduce esporádicamente en la Península y Baleares; probablemente se trate de ejemplares que tras una irrupción invernal de la especie se quedan a reproducirse (Asensio et al, 1992).

Este es un búho habitante de espacios abiertos y estratos herbáceos, acompañados ocasionalmente de zonas húmedas. Prospecta la lechuza campestre de modo similar a cualquier aguilucho durante sus cacerías, siendo crepuscular y nocturna; tampoco desaprovecha la tarde ni la mañana para tal fin. Aunque captura algún pajarillo e insectos, su alimentación se basa principalmente en los micromamíferos: ratones, musarañas y topillos, destacando a los micrótidos y concretamente a (Microtus arvalis). La población anual de esta especie de topillo se estimaba en 100 millones en años normales, pero en el verano de 2007 pudieron alcanzar por lo menos los 700. Estas hordas de roedores pusieron en jaque a los agricultores castellanoleoneses, al despuntar la estampida demográfica que provocó la ira de estos campesinos castellanos, cuya alarma desbocada, les hizo justificar el veneno para erradicarlas. Desde siempre, los escopeteros llevan aniquilando a los principales combatientes naturales de estas plagas; los cernícalos, aguiluchos, ratoneros, lechuzas campestres etc. Y, todavía en muchos cotos se sigue practicando esta vergonzosa actividad contraproducente, evocadora de la desaparecida “Junta de Extinción de Animales Dañinos” de la etapa franquista que, defendía contra natura la cosecha de especies cinegéticas como único bien de interés general, y que para protegerla, abatía sin contemplaciones a rapaces y animales sospechosos por doquier, desnudando los campos de su presencia necesaria.

Al final, según un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la plaga de topillos que asoló Castilla y León desapareció de forma natural y no por los tratamientos aplicados con rodenticida que se llevaron a cabo. Estos venenos indudablemente, pudieron afectar negativamente a la biodiversidad con resultados preocupantes.

Retomando la escena del desplumadero, dichas plumas pertenecían a un ejemplar joven de lechuza campestre, llegada como migrador prenupcial. Tuvo el ave, la mala fortuna de toparse con el búho real, y éste tras capturarla, la transportó hasta el saliente del espolón rocoso en las cercanías de su nido, donde la desplumó y entregó posteriormente a la hembra que, seguramente, estaría incubando o protegiendo a sus pollos de corta edad.

Una vez más, la sabiduría de la naturaleza, destaca la estupidez de cierto sector humano.

La lechuza campestre, la común, el búho chico, el cárabo y los machos de búho real, son la mejor representación de cazadores para equilibrar la población de este tipo de roedores, ejercida durante la noche.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Como de la noche, al día

Siempre que observo a una lechuza (Tyto alba), el sentido de su imagen desemboca en el recuerdo fiel de un pacto indeleble con los animales, acaecido años atrás.

Por aquel entonces, todavía era un chavalillo demasiado rural y algo bruto con los animales, como correspondía a los niños asilvestrados en aquellos tiempos de los años setenta, al estar exentos de otras diversiones que no fueran las de saquear nidos de pájaros en el campo. Pescabas, cogías cangrejos, ponías cepos o memorizabas todos los nidos que ibas descubriendo para envidia de los demás. Comentar el conocimiento de nidos de rapaces te daba un caché especial, con el que podías alardear sobradamente delante de tus amigos. Sé, que no era completamente ajeno a cierta pasión ejercida por todos los bichos que por el monte pululaban; sin embargo, tampoco era consciente del mal que les ocasionaba con mi conducta reprobable.

Un día ventoso de las casi siempre aguadas semanas santas y tras dos días consecutivos de llovizna intermitente e impertinente, coincidí en un refugio natural fruto de la erosión de un talud de tierra con un ave que conocía sobradamente, y que jamás vi con tanta emoción como en el momento señalado. Los latidos revolucionados me dejaron parado y con la respiración contenida, evité cualquier movimiento brusco que pudiera ahuyentar al ave agazapada y desbaratara por lo tanto aquel fantástico encuentro. Se trataba de una preciosa lechuza común, trémula y empapada. Su plumaje brillaba como la seda, y codiciaba mi mirada el color canela, gris y dorado de su dorso, junto al blanco puro de su zona ventral. Lucía tan agrisada, y canela incluso de cara, que parecía de la subespecie Tyto alba guttata de distribución europea. Todavía le quedaban filamentos del plumón de cría. Sus ojos, cien veces más sensibles que los del ser humano eran negros, negros como la profundidad de su mirada y, asistidos por unos oídos asimétricos ocultos entre el acorazonado disco facial compuesto de una pantalla de minúsculas plumas entrecruzadas; dichos oídos, estaban extraordinariamente capacitados para percibir cualquier sonido por muy bajo que éste fuera. El manto de plumas provistas de infinidad de filamentos con textura aterciopelada, le proporcionaban la insonoridad eficiente para sorprender a sus víctimas mediante un vuelo silencioso. Y, completaban el equipamiento excepcional sus extremidades posteriores, que eran largas y emplumadas hasta el nacimiento de los dedos, los cuales, terminaban en unas punzantes y perforadoras uñas mortales para sus presas y temibles para sus enemigos.

Toda esta serie de argumentos morfológicos extraídos de los libros de fauna, pasaban por mi cabeza cuando cogía a la desafortunada rapaz nocturna, compendio de todas las cualidades mencionadas. Por lo tanto, a partir de aquel momento mi concienciación fue instantánea, debido sobre todo a la atención urgente que el ave requería. Me impliqué y me responsabilicé definitivamente desde entonces eliminando de raíz aquellos deplorables hábitos anteriores.

Este recuerdo no pretende exponer solamente mi experiencia personal con una lechuza, sino algo mucho más importante; aprender de la lección imperecedera con que la vida me obsequió en ese preciso momento, para disponer a posteriori de lo estrictamente necesario.

 
Está experimentalmente demostrado que la lechuza común depende básicamente del oído para concretar con éxito sus lances de caza. Esta rapaz es capaz de capturar un ratón con los ojos tapados, dependiendo únicamente del oído para orientarse.

viernes, 29 de octubre de 2010

Una gineta (Genetta genetta)



He visto alguna vez ginetas en cautividad, pero no tienen ni el encanto ni la frescura de los ejemplares libres. De hábitos nocturnos, es raro sorprenderlas durante el día si no es levantándolas casualmente de algún encame. Seguramente, recordaréis los programas de la serie de Félix Rodríguez de La Fuente El Hombre y La Tierra, el capítulo dedicado a “la bella matadora”, donde esta especie poseedora de una prodigiosa morfología, mostraba el portento de una agilidad sin límites por la aparente facilidad con la que daba alcance a sus presas entre el ramaje desnudo de las copas de los árboles, saltando incluso, de árbol en árbol. Las uñas semirretráctiles se aferraban a la madera como estiletes, y su abultada cola, le servía de timón durante los vertiginosos saltos. Esta especie de gato alargado, paticorto, de afilado morro y pelaje tachonado, posee una poblada y llamativa cola caprichosamente anillada que luce un contrastado negro y gris amarillento, así como en el resto de su cuerpo. Es el regalo que supuestamente nos hizo el Islam, uno de los mejores, traído por los árabes a nuestro país, quizá, para la caza de ratones en sus deslumbrantes y solariegas mezquitas y palacios. Pero cabe pensar que, tal vez, fueran presa de la hermosura de este vivérrido, y deslumbrados por su atractiva librea lo integraran en los diáfanos patios de rumorosas fuentes otorgándole la nobleza del halcón, para que la bella gineta ornamentara con su vitalidad los arcos de herradura, lacerías y arabescos, en definitiva, todos los interiores mágicos de las más fantásticas creaciones arquitectónicas de la mano del hombre artesano.


La primera vez que tuve la fortuna de ver a la escurridiza gineta, salió de un enebro al pie de un cortado rocoso de unos quince metros de altura, subió por la roca como una exhalación, dejándome estupefacto la estela de su tupida y blanquinegra cola durante el ejercicio prodigioso de su capacidad trepadora. Desapareció con la brevedad e intensidad que deja una estrella fugaz



Las pupilas verticales sobre un fondo pardo oscuro, delatan la visión nocturna de este mamífero carnívoro presente en toda la península ibérica.

sábado, 23 de octubre de 2010

Nacimiento del río Pitarque.


- Las majestuosas fachadas pétreas que encajonan al cristalino río Pitarque acompañan al paseante protegiéndolo del viento y el sol, apoyadas como no, por la exuberante vegetación.


Pitarque es un pueblo de la comarca del Maestrazgo (Teruel), situado a una altitud de 999 metros. Al pueblo se accede a través de la carretera TE-V-8042. El recorrido hacia el nacimiento del río es un enriquecedor paseo de 4 kilómetros por una senda muy agradable, que comienza desde el pueblo que lleva su mismo nombre. La duración es de unas tres horas ida y vuelta, dependiendo del tiempo dedicado al disfrute de la ruta. Remontando el camino en la margen izquierda del río, topamos con la ermita de la Virgen de la Peña, muy recogida y lugar de descanso. En la vegetación de ribera cabe destacar el espeso bosque galería de chopos, sauces y fresnos; a medida que ascendemos encontramos avellanos, arces, quejigos y servales; finalmente, carrasca con boj coronados por la presencia de pino negral en espacios de mayor altitud. Este magnífico cañón fluviokárstico se estrecha considerablemente a medida que alcanzamos la surgencia del río Pitarque, de aguas limpias e increíblemente transparentes. Hay una importante población de buitre leonado y cabra montés; también con suerte, se puede sorprender a la nutria, al mirlo acuático y otros animales habituales de esta zona mediterránea que, vosotr@s tenéis que descubrir si caéis por aquí.



- Las caprichosas formas de la roca caliza, ambientan y alimentan la mirada atónita de los amantes del arte y belleza de la espectacular arquitectura de la naturaleza.




- El cauce artificial de riego que parte desde el azud próximo al nacimiento del río, deja caer sus aguas a causa de su deterioro, complaciendo con su juego de luces a este tramo de la senda.



- Espacio acuático de rápidos, apropiado para el mirlo de agua y los escasos cangrejos de río autóctonos.



- El primer desnivel del agua nada más abandonar la oscuridad de las entrañas de la montaña.



- Y, el nacimiento. La vida y el palpitar de un río que, como muchos, son despreciados con el arrojo de basuras de todo tipo a medida que atraviesan las poblaciones humanas.



- Buitre leonado (Gyps fulvus)


- Alimoche (Neophron percnopterus)

domingo, 17 de octubre de 2010

PPSOE y su cultura


El toro, sujeto en cultura por el PSOE.

(Diario Público y el gratuito 20Minutos, son antitaurinos)


Las espinas de una rosa, la pica, las banderillas, la espada y la puntilla, de la mano hipócrita. Las dos caras de la rosa.

lunes, 11 de octubre de 2010

Ortegas (Pterocles orientalis)



La calma de la mañana se refleja por el amanecer sin prisas de un tímido sol, que comienza a iluminar un nuevo día fuera de la época de cría de muchas aves. Los aláudidos, fringílidos y otras aves que ya no están, concluyeron con sus voces territoriales, reemplazadas ahora por la brevedad de los reclamos dispersos por un páramo salpicado de romeros, tomillos, aliagas y sabinas que dejan de manifiesto, la monotonía vegetal de este desabrigado paisaje. Una hora después de amanecer, comienzo a escuchar las voces emblemáticas del páramo, son las de los bandos de ortegas, que avanzan aceleradas cortando el aire con el agitado aleteo de su audible y veloz vuelo cuando me sobrepasan fugaces. Van directas seguramente a sus abrevaderos habituales, a los que se desplazan desde distancias que pueden superar los cincuenta km. El agua, es muy necesaria para ellas y sus pollos, puesto que suplementa la escasez hídrica que obtienen de semillas y brotes vegetales de los que se alimentan por estos terrenos tan secos.

En España las poblaciones son sedentarias, aunque si efectúan movimientos trashumantes. Llegado el invierno, se concentran en bandos que pueden alcanzar los 50 ejemplares. Los pastizales secos, eriales y cultivos de secano (preferentemente los de cereal y en barbecho), reúnen las preferencias habitables para esta especie.


Comportamiento en el bebedero


Hay una gran tensión palpable entre los ejemplares que van llegando a beber; una vez posadas las ortegas, emiten una suave voz líquida y apaciguadora. Al coincidir varios individuos presentándose en parejas o en reducido número, se forman grupos apartados de la orilla esperando un turno prudente para acceder al agua. Tal vez sacien su sed, no las aves que llegaron primero, sino las que parecen estar más sedientas y desesperadas. Digo esto, porque hay ortegas que abandonan la balsa incluso sin llegar a beber, puede que, por un exceso de recelo capaz de hacerles aguantar hasta otra próxima ocasión que no dejarán escapar. Esta situación en la que domina cierto nerviosismo, proporciona posiblemente una vigilancia rotativa. Tan sólo les basta unos segundos para saciarse y, súbitamente, impulsadas con su musculatura pectoral excepcional, levantan el vuelo casi en vertical, emitiendo su particular reclamo con más fuerza si cabe, como estallando por la presión nerviosa acumulada después de soportar la tensa permanencia en un lugar de alto riesgo como son las balsas.




- Un macho de ortega con el plumaje del cuello algo estropeado acude cautelosa a la orilla.



- Las ortegas más decididas van acercándose lentamente a por su ración de agua







- La inmersión del plumaje ventral mientras bebe, provoca una sensación de alivio en la ortega. Aunque disponen de una coraza antitérmica en el vientre capaz de aislarles de suelos tórridos (soportan hasta 60 grados de temperatura canicular), dicha acción les resulta muy placentera.



- No todas las aves pueden succionar o bombear el agua (como hacemos los humanos), teniendo que levantar y echar hacia atrás la cabeza para que el pico, bascule y vacíe el agua recogida en su conducto digestivo. Sin embargo, como las columbiformes; las pteróclidas (ortegas y gangas), también han resuelto evolutivamente este problema mediante la contracción progresiva de un extremo a otro del esófago, para hacer avanzar el líquido contenido (Peristalsis), sin levantar la cabeza.










- Las ortegas más desconfiadas, aguardan su momento y aprovechan para acicalarse o dormitar leves segundos. Siempre hay miradas alerta. Chorla, churra etcétera, son apodos onomatopéyicos con que los lugareños las conocen, apropiados por su característica voz, un audible y específico “Churrr”. Si se las escucha de cerca, se puede oír incluso, el sonido de retorno, cuando inspiran de nuevo llenando sus pulmones de aire.

En El Libro Rojo de los Vertebrados de España 1992, está catalogada como vulnerable.