Cernícalo vulgar (Falco tinnunculus)
Reconociendo el familiar reclamo del cernícalo vulgar vuelvo la vista, y tras observar con detalle, encuentro frente a mí a un milano negro que ha invadido su territorio. El macho de halcón con suma valentía, acude a desalojar al intruso propinándole severos ataques, impactando incluso contra el cuerpo de la mediana rapaz. Finalmente, aun esquivando perfectamente los ataques del pequeño halcón, el milano negro abandona ahuyentado. El cernícalo vulgar, es un experimentado volador que se caracteriza por sus esquivos vuelos, inmovilizándose además en el aire mientras otea los alrededores sin dejar de agitar sus puntiagudas alas. Evidentemente, tampoco se acobarda ante la intrusión de águilas como la calzada, culebrera, perdicera e incluso la real.
En cualquier formación arbórea, yesífera, caliza, térrea, etc., distribuida por la totalidad de nuestra geografía española, la estridencia común del canto del cernícalo que casualmente nos puede sobrevolar en el momento más oportuno, nos hace levantar con curiosidad la vista. Sin embargo, la asiduidad de su presencia contrasta con lo atípico de algunos de sus hábitats y lugares de cría. No me refiero a ruinosas parideras, árboles o casas habitadas donde anidan esporádicamente, y que en cierto modo, no son tan habituales como las oquedades o las repisas de los erosionados tajos de tierra o roca fragmentada.
Ahora el talud arenoso lo ha cambiado por un gigantesco y aislado caserón de cemento y amplios ventanales fraccionados con cristales quebrados donde ubicar posaderos y nidos. El supuesto bosquejo, es una inexplicable masa de troncos de hormigón y metal cubiertos por un denso follaje de gruesos cables en todas las direcciones: la monótona rumorosidad que emite el fluido eléctrico de manera permanente va descomponiendo el ambiente acústico natural. Sí, todo artificial, pero es donde veo con asombro y por primera vez, a un viejo conocido que reclama y copula con toda naturalidad sobre el plano horizontal de un pórtico metálico que sujeta firmemente por medio de aislantes de porcelana, 220.000 voltios de alta tensión. Aquí el azar pende cada momento sobre las inconscientes aves que burlan diariamente la descarga mortal a cambio de una carísima calma con la que reproducirse sin apenas molestias.
Territorio de búho real abordado por la instalación de las energías ecológicas respetuosas con el medio ambiente. Cada parque eólico tiene en su base su correspondiente subestación eléctrica para concentrar y distribuir la energía.
Se trata de una subestación eléctrica, cuyo recinto vallado se halla estratégicamente ubicado en el centro de un coto de caza custodiado por un guarda. Todo parecen ventajas: los insectos abundan, no hay rapaces a las que desalojar o en algunos casos evitar, y tampoco hay avalanchas humanas de fin de semana. Una garantizada paz por la cual, únicamente el exceso de voltaje en un descuido, puede pasar factura a cambio de tanto bienestar. Nidos a escasa altura como el de urraca en un arbustivo olivo a 150 cm del suelo o, el de los gorriones comunes, golondrinas, aviones, grajillas, cernícalos y, por qué no: el de chova piquirroja en un ventanal protegido a cuatro metros del suelo, dan cuenta de esta realidad.
Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
Los pollos de chova a punto de abandonar el nido, entre otros, serán testigos presenciales del liso cortado de cemento con una infrecuente panorámica de grava y altivas torres de hierro con entrecruzados cables. Aquí, el aguzado reclamo de sus progenitores y congéneres no está realzado por el acústico eco de sus cañones rocosos para que lo amplifiquen con fuerza desatada. Aquí como veo, no topan con el águila perdicera, la real o el gran duque; aquí sólo se enfrentan a la impasible e invisible descarga eléctrica que acecha con su amenazadora presencia. La desconocen y les es indiferente. El exceso de envergadura, multiplica el fatal desenlace: cuando los extremos de las alas producen una conducción simultánea (hacen masa), las consecuencias son de sobras conocidas. Cuando no, por crudo que parezca, son los predadores, expoliadores de nidos, o los tradicionales disparos de escopeta. La rentabilidad en cuanto a garantías de éxito durante la cría es comprensible para todas aves que han optado por este artificial cambio de hábitat. Hay alimento suficiente y plazas para anidar; y cómo no, la elección atrevida de esa frontera que marca la diferencia con el resto de los peligros naturales. Los cadáveres dispersos de algunas infortunadas aves, señalan que, en ningún lugar de la tierra la vida es fácil.