Tan sólo, el fugaz brillo y colorido del amanecer, consiguió engañar levemente a los pobladores del cañón del río Mesa durante este periodo de incertidumbre. El agua, apenas dio treguaa las aves y mamíferos que trataban de buscar alimento aprovechando las pausas del aguacero.
Agua por todas partes; calizas teñidas de gris oscuro y óxido, el río desbocado, arrastrando sedimentos y troncas podridas; páridos, abandonando las alturas de los corpulentos árboles para rebuscar bajo la húmeda hojarasca en descomposición su alimento, y, curiosamente, toda la franja de la primera línea de pino carrasco, tapizada parcialmente en su base de pequeñas ramas perdidas después de ser arrancadas por los atareados buitres para la construcción de sus nidos. Nidos; algunos ya terminados.
Francamente, unos días para ver la lluvia a través de la ventana y poco más.
Tal como recordaba vagamente, la gran rapaz nocturna soportaba incomprensiblemente en lo alto de un cortado de rocacaliza, las terribles embestidas hirientes de una pareja de águilas perdieras. Mi primera impresión infantil, fue la de un enorme búho algo bobo, estúpido por no defenderse ante los continuos ataques desmesurados de aquellas rapaces sin escrúpulos.
Tuvo que pasar bastante tiempo para, descubrir que aquella hembra de búho real vapuleada sobre el nido de águila perdicera, tan sólo era un montaje de la famosa serie documental de El Hombre y La Tierra. La rapaz nocturna con la mirada perdida, y temerosa de hallarse en un lugar remoto, lo soportaba todo, precisamente, por que alguien la colocó allí, en lo alto, a pleno día y sobre un nido con dos pollos, ni más ni menos que, de águila perdicera.
En un cañón, todos sus habitantes se conocen, interactúan de manera natural y sin bajar la guardia. A pesar de ser un hecho muy exclusivo, existen citas de capturas del búho real sobre juveniles de perdicera (Joan Real y Santi Mañosa, 1990); pero no es la tónica habitual, aunque si debe de influir a la hora de los enfrentamientos, unido además, a la competencia feroz por las presas del lugar. Un búho real, rara vez se expone en horas de tanta luz sobre un cortado. Por descontado; nunca lo haría sobre un nido de rapaces.
He visto a hembras de esta estrigiforme con sus pollos en nidos convenientemente ocultos y, sobrevolarlo buitres y águilas reales; solamente con las segundas, muestra una situación de incomodidad patente, erizando recelosa, el plumaje dorsal.
Ahora, toca devolver la dignidad y nobleza perdidas mediante unas imágenes que tergiversaron la realidad de un valiente luchador, y nada mejor que mediante una secuencia que demuestra claramente como un macho de búho real aguarda estoicamente el ataque de otro macho, en este caso, de águila real.
24- 04- 2004 Apunte de campo.
Los dos volantones de búho real, ya habían abandonado el nido. Su voracidad, hacía imprescindible la participación de ambos progenitores para atender a su demanda. A estas alturas del año las noches son más cortas, y la salida de las rapaces como era de esperar, se adelantó. En este caso el macho, poco más de una hora antes de iniciarse la penumbra, comienza a marcar su territorio sobre la copa de las sabinas en lo alto del farallón de Peña Gallera. Muy visible en sus manifestaciones, sobrevuela la cresta con cierta arrogancia, consciente de la complicidad de la noche al aproximarse, la cual, le encubrirá a la hora de cazar. La luz, es todavía muy buena y no pierdo detalle de sus atribuciones morfológicas, ni de ese desparpajo con el que se desplaza. En el último vuelo e inmóvil en la acopada sabina, su forma natural se deshace súbitamente, convirtiéndose en un abultado yrechoncho montón de plumas ahuecadas. Algo interfiere la cotidiana labor del búho, de este macho delimitador de su territorio compartido con otros vecinos, alguno, incluso más poderoso. En efecto, su osadía no ha escapado a la infalible vista del águila real, que patrulla ultimando la ronda de prospección territorial, quizás, antes de recogerse en su posadero.
Las imágenes captadas por Javier Abrego García, son muy elocuentes, y resumen fríamente el final de la contienda. A los dos, nos sobrecogió este documento tan espectacular visto en directo.
La experiencia grabada en la memoria del búho real, demuestra claramente su estrategia defensiva: consiste en aguardar el ataque del águila real para esquivarlo mediante un espectacular giro, con objeto, de colocar sus defensas contra las del águila.
Parece conocer el búho, el error mortal que supondría dar la espalda huyendo ante una rapaz de semejante tamaño que no dudaría en matarle.
Estas instantáneas son la mejor prueba documental del error de los jóvenes búhos ante los ataques del águila real. Ésta, no dudará en eliminar a un gran y efectivo competidor a la vez que consigue alimento, sumando una enorme rentabilidad entre biomasa y futuras reservas.
Con un telescopio de 60 aumentos, seguía las evoluciones de este nido de águila real. Al desaparecer la rapaz del nido, encontré el huevo abandonado y las plumas de búho real entre las ramas.
Comprendo perfectamente, la estrategia indecorosa de privacidad en los cotos de caza. De este modo, eluden la entrada de ornitólogos, permitiéndose actuar impunemente.
Los guardas, conocen al dedillo todos los nidos de alimañas, llamadas así en su argot de incultura heredada del franquismo.
Un cazador, me comentó la observación "in situ" de un águila real alimentándose de los restos de un búho real. Su dato era fiable, tan sólo, comprobé la edad de la rapaz nocturna. En efecto, se trataba de un jóven; sin embargo, nada podía demostrar que el búho hubiese sido capturado, y no carroñeado.
Esta es una entrada solamente, para disfrutar del placer de observar a una fascinante rapaz cazadora de roedores y en menor medida de aves. Es el placer de haber visto su vuelo en libertad, surcando con el esplendor mágico de su fortaleza física, todo el maravilloso desfiladero del río Huerva. Haberlo visto sobre nuestra mirada atónita; la de Fernando, y la de quien os lo relata, deslizándose entre el viento con la facilidad pasmosa y característica de los grandes velocistas del medio aéreo; las falcónidas.
Ya no tiene que obedecer a la llamada interesada de su dueño, ahora podrá cazar a su antojo, y volver a su posadero preferido sin rendir cuentas. Ahora es dueño de sí mismo, pero te recuerdo Sacre, que tienes a los peregrinos de compañeros, a las águilas reales y para más desgracia si cabe, a las dos parejas de búho real.
A las 8.40 h una hembra de gavilán captura a una hembra de tórtola turca; ave, muy habitual en los parques públicos.
El domingo pasado, tocaba ir a correr un poco, para no perder la agilidad en el monte y por supuesto, en el trabajo. Era una mañana fría, pero no desapacible; tal vez, algo nubosa. Lo bello de estos días unido a la alborada es ese encuentro común con las más madrugadoras aves. Así, voy interrumpiendo el campeo de la garza real afanada y concentrada en la herbácea cobertura del ribazo que, a mi llegada por el camino de gravilla, levanta el vuelo protestando con un graznido ante mi inoportuna presencia. Lo siento, elegante garza. Más adelante, una alondra se achanta en el camino y paso a medio metro de distancia, parando seguidamente. Ella, descubierta, levanta el vuelo súbitamente. Cosas del mimetismo fallido.
Llego al castigado álamo centenario, al que me gusta mirar y preguntarle en silencio mientras paso bajo su imponente porte ¿Qué tal esa salud? me preocupa su tronco descortezado y sus ramas tronchadas y caídas a causa del fuerte viento pasado. El cernícalo expectanteen las ramas más altas, también advierte mi presencia y levanta el vuelo, reclamando con esa estridente voz característica de alarma. Vaya mañanita que llevo.
Cigüeñas, mirlos, ratoneros, estorninos, zorzales etc.,me han acompañado durante este recorrido por las últimas tablas de cultivo cercanas al Ebro, posibles candidatas a desaparecerpor el capricho constructor del señor alcalde de Zaragoza con su Expo-pimientos o como se llame. Su crecimiento urbanístico me importa poco.
Detrás del árbol hay una zona de tierra inclinada y cerrada, donde la rapaz desplumaba a su presa.
La ronda, ya tocaba a su fin, y después de abandonar la huerta y cruzar el cinturón de asfalto, alcanzo el parque de Torre Ramona, un agradable pulmón verde en esta ciudad con una interesante variedad ornitológica a tener en cuenta. Ya estoy a punto de llegar a casa. De nuevo, cruce de calle para enfilar el precioso paseo de retorcidos troncos y ramas de olivos en línea, vareados ya por algún vecino madrugador que les ha sacado todo el partido.
Un encuentro visual repentino frena mi trayectoria previa a alcanzar el ambulatorio, situado a menos de cien metros de casa. Quedo inmóvil como una estatua, mirando con fijación a la imperceptible silueta del ave que, fugaz, levanta el vuelo con dificultad desde el foso de la rinconada del edificio. No puede. Exhibe desplegadas las rémiges y rectrices con la bella sincronía del pavo real, pero con una eficiencia absoluta de control, haciendo gala de uno de los mejores quiebros en espacios cerrados quehe visto. Tras marcar un precioso rizo ascendiendo verticalmente pica de nuevo hacia el suelo, y posteriormente, se eleva con fuerza y energía superando la altura vertical del ambulatorio mediante enérgicos aletazos.
El gavilán (Accipiter nisus), ha optado por la salida más apropiada ante el imprevisto problema, a pesar de rechazar lo más importante para su supervivencia; la comida.
La tórtola turca comenzó a colonizar la península desde finales de los setenta. Se acomodó en las poblaciones, y copiando la conducta mansa de la paloma doméstica, confiaron excesivamente del medio humano, al que dejaron de considerar hostil; sobre todo, al explotar un sencillo nicho ecológico repleto de posibilidades alimenticias.
Hay rapaces como el gavilán que, con descaro, se atreven a cazarlas donde sea, aprovechándose del exceso de confianza de estas columbidas con las personas.
La incipiente sospecha, me lleva hasta el lugar del suceso, hallando yerta y arrinconada a su presa. Conserva todavía algo de calor en su cuerpo, cuya sensación noto entre mis manos. Me estremece el resultado tan crudo objeto de la inmisericorde supervivencia. Es una tórtola turca (Streptopelia decaocto), despojada hábilmente de sus plumas pectorales y dorsales. La cabeza está completamente machacada; la masa encefálica es un auténtico manjar para las rapaces que no desprecian, considerándolo un exclusivo bocado. Rápidamente abandoné el lugar, sabiendo que la rapaz acechaba cerca y volvería a recuperar el merecido fruto de su esfuerzo.
Al cabo de media hora regresé, yel gavilán, ya se había llevado su parte haciendo justicia de su trabajo. Yo me conformé con sacar otra parte del botín que era la fotografía, y por supuesto, la formidable observación de lujo.
No es raro que las rapaces despiecen a sus presas empezando por la espalda, al igual que la masa encefálica gustan también de otros manjares como los riñones, pulmones etc., no sólo los músculos pectorales.
Si hay un ser vivo, capaz de desafiar las tórridas horas del agostado mediodía, ese es el lagarto ocelado (Lacerta lepida. Actualmente; Timon lepidus). Aguarda paciente, entre el sol y la escasa cobertura de los sisallos, los albardines o las capitanas aferradas a los ribazos y periferias el momento ideal para cazar o, sencillamente, mantener el reposo. La abrasada maleza del linde, separa las tablas del agobiado labrantío que se extiende por cualquier estepa aragonesa. Mientras, nuestro saurio, se permite el especializado placer de ignorar el aplomado calor, que, a duras penas el que escribe, soporta deshidratándose al amparo de una afilada sombra que se desvanece rápidamente.
Las intimidadoras fauces del lagarto ocelado, suponen una importante garantía para su defensa.
Esta, desgraciadamente, es otra variedad bastante más cruda de la formidable fortaleza; en este caso metabólica, del lagarto ocelado.
Fernando, me avisó de la situación del lacértido que se hallaba atrapado en el foso de un aljibe circular. Son construcciones generalmente de la forma mencionada, cuya utilidad es; la de recoger el agua de lluvia o, almacenar la que se vierta para abrevar el ganado ovino, habitual campeador de las duras estepas aragonesas. El poso de barro resquebrajado y cuarteado por la acción implacable de la sequedad, daba cobijo al verdoso “fardacho” (como se le conoce por el lugar) ocultándose cuando tan sólo, atisbaba un leve momento de riesgo en el alto vertical de la pared. La profundidad de las grietas en el barro seco era de unos cuarenta centímetros, y aun así, pese a la dificultad, logramos extraerlo una vez se había empotrado en ella, no sin antes arrancar uno de los bloques con mucho cuidado.
Las especies atrapadas en el fondo seco, generalmente mueren de inanición tras largos días de penuria.
Las imágenes apreciadas por vuestros ojos en la pantalla, son las del pobre lagarto exhausto, consumido casi en su totalidad pero, con la fiereza que les caracteriza; haciendo frente con sus fauces abiertas. No consideramos la necesidad de llevarlo al centro de recuperación, debido a la fuerza que todavía, y a pesar de todo, sacaba de sus mermadas reservas.
La pared de la vieja torre esteparia, le serviría de refugio junto a la opción de entrada a la misma, para que pudiera sorprender insectos abundantes en su interior.
Pareja de lagartos ocelados soleándose bajo un caluroso sol de Mayo.
Dedicaré otra entrada a esta maravilla de la evolución, con otro ejemplar en mejores condiciones, pues hay detalles de su comportamiento sumamente curiosos.
En el otro aljibe, la situación era mejor gracias a una parte sombría protectora de la humedad, apropiada, para la piel de varios ejemplares de sapo corredor (Bufo calamita) que permanecían aletargados bajo una
manta vegetal acolchada y uniforme.
Recogidas entre una piedra y el barro seco; las cuatro jóvenes culebras de escalera (Elaphe scalaris. Actualmente; Rhinechis scalaris), aguardaban ocultas el paso del tiempo frío medio aletargadas, debido posiblemente, a la incierta temperatura todavía no apta para el prolongado y esperado fin.
Concluida la necesaria sesión fotográfica, no exenta de sustos por el mal genio de dos de ellas (muy agresivas), dejaron constancia mediante activos lances de ataques continuados, de una marcada irascibilidad antes de terminar en la saca. Una vez liberadas bajo la segura protección de las amontonadas piedras extraídas del campo, regresaron a una nueva oportunidad sobre el terreno, ahora, con mejores expectativas.
Un ejemplar dócil. Por la forma estilizada de la cabeza, comprobareis que no muestra signos de alarma.
De las otras dos restantes, una de ellas, era sumamente dócil. Qué cosas. La tuve encima, cogida con las manos y mirándola con entregada atención, mientras se deslizaba con suavidad entre mis dedos. No medían más de cuarenta centímetros, cada una de las cuatro. A pesar de su aparente inofensividad por su pequeño tamaño, y no disponer de glándulas venenosas, sus dientes pueden accidentalmente transmitir cualquier tipo de infección por muy remota que sea dicha posibilidad. Hay que andarse con cuidado, pero sin temerlas. Siempre huyen de nuestra presencia como alma que lleva el diablo.
Este ejemplar sin embargo, con las carótidas dilatadas, hizo justicia de su irritable carácter arisco y ofensivo.
Esta es, una pequeña muestra de la trampa mortal que para muchos animales entre aves, mamíferos, reptiles etc., suponen estos depósitos de agua; tanto llenos, como vacíos. Se han presentado muchas opciones para habilitar salidas de evacuación para los animales atrapados, pero ninguna al parecer, se lleva a cabo.