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miércoles, 29 de diciembre de 2010

La silueta del martín pescador




El martín pescador (Alcedo atthis) es un ave privilegiada por sus atractivos y contrastados colores. Unas minúsculas alas le propulsan en vuelo, batiéndose incesantes y desplazándole a gran velocidad a escasos centímetros del agua. Su resplandeciente azul luminoso supracaudal, no escapa a la vista asombrada de todas aquellas personas que logran ver ese destello alejarse. En las jornadas de anillamiento de cara al público, el martín pescador es por su colorido la estrella de los pájaros. Así me consta cuando el anillador Carlos Pérez, lo muestra delante del personal que le atiende con gran interés durante la charla ornitológica. Al comentar lo datos biológicos del ave mientras lo saca de la bolsa de tela, una leve exclamación del grupo, unánime, cae con la suavidad de un suspiro. Personalmente, disfruto tanto del polícromo pájaro, como de la admiración que despierta en las personas congregadas.








Pero hoy este ejemplar no tiene color, tan sólo, penumbra y claroscuro en la alborada. Es un martín pescador sin colores, sin su esencia específica más reconocida. Gracias al blanco y negro de las imágenes entre las que destaca únicamente su silueta, podemos centrarnos en la paciente atención con que el ave observa la superficie del río. Es una faceta particular de esta avecilla muy entregada a la soledad de sus jornadas de pesca. Tiene varios posaderos por los que va rotando periódicamente a la espera de nuevas oportunidades. En cada uno de ellos, se repite fielmente la misma pose acechante con una intensa fijación al agua. La perseverancia es importante. Tarde o temprano, algún pececillo subirá a la superficie.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Abubillas para siempre.



Siempre es un placer recibir la visita de la viajera abubilla (Upupa epops) al finalizar febrero, cuando regresa del continente africano, su cuartel de invernada. Es un ave de librea caprichosa y llamativa, sobre todo, por esa combinación de blanco y negro muy destacada en vuelo. Pasea coronada con una extravagante cresta, replegándola voluntariamente según su estado de ánimo. Su monótono canto, abunda durante las demarcaciones territoriales en primavera, anunciándose simultáneamente ante las selectivas hembras disponibles.
Es cierto que para disfrutar de estos momentos especiales hay que aguardar al periodo de celo entre marzo y abril. Pero, ya no hace falta esperar su regreso en los viajes prenupciales para verla. Su costumbre parcialmente migratoria parece ampliarse, y, no solamente permanece en el sur y zonas costeras de Levante, sino que se la ve con más asiduidad por regiones del interior ibérico durante el otoño e invierno. No son poblaciones residuales provenientes de Centroeuropa como erróneamente se pensaba. Estas pequeñas poblaciones que rehúsan cruzar el Estrecho para alcanzar sus cuarteles de invierno en una amplia franja del continente africano, consiguen a pesar de las inclemencias invernales, hallar el alimento disponible en la península sin aparente dificultad.
Las citas de este coraciforme en los anuarios ornitológicos aragoneses cada vez abarcan más espacio en sus páginas. Su presencia ya no resulta tan extraña. Durante el mes de noviembre y ahora en diciembre, he visto con frecuencia en áreas despejadas y agrícolas a siete kilómetros de Zaragoza, varios especimenes de abubilla. Este sábado, he tenido incluso, la fortuna de observar a doce ejemplares juntos mientras campeaban por el terreno yermo de una desaparecida plantación de chopos. Ver el vuelo ondulante de una abubilla encandila. Pero, observar el desplazamiento de doce de estas blanquinegras aves ejecutando toda suerte de acrobacias, lo supera. Sus alas agitándose, actúan como heliógrafos. Destellos por doquier.

Me preocupa que la irrupción de algún invierno crudo cargado de fuertes y pertinaces heladas, pueda sorprender a estas magníficas aves insectívoras en su nueva andadura. Como le ocurrió un ventoso y gélido invierno de 1985 a las avefrías (Vanellus vanellus), cuyos picos, no podían perforar el terreno endurecido por las heladas para acceder y capturar a los invertebrados de los que se alimentaban. Murieron miles de estas aves completamente desnutridas.

viernes, 4 de junio de 2010

El abejaruco


-Macho de abejaruco (Merops apiaster) dispuesto a obsequiar a su pareja con una abeja.

“- El primero de los polluelos del profundo nido de los abejarucos, se asoma por primera vez en su vida a la puerta del nido. Descubre a sus vecinos los conejos, graciosos y alegres gazapos que parecen muñecos de peluche. Descubre también, a una inquietante criatura: el pacífico cernícalo, sin embargo, cazador de insectos. Y en el cielo, la libélula. Mira los alrededores de su mundo el pequeño abejaruco, y quizá llegue a ver posado en una rama, al joven alcotán…”

Félix Rodríguez de La Fuente. (El abejaruco II parte: serie de El Hombre y La Tierra.)

Comienza de nuevo otra interesante historia, ya que sus protagonistas están acabando o a punto de hacerlo. Me refiero, al largo túnel donde una vez terminado, depositará la hembra entre cuatro y siete huevos de color blanco. En la obra colaboran los dos, y el desgaste de sus picos por el efecto perforador será de algo más de un centímetro; dependiendo claro está, de la profundidad de la galería y la dureza del terreno. La longitud oscilará alrededor de los 190 cm; excepcionalmente alcanzan los 300cm. Cuando horadan con su afilado pico la compactada tierra para hacer hueco, una vez excavada, es arrastrada con ímpetu hacia fuera utilizando sus cortas patitas para empujarla.
Durante una corta observación, las ofrendas del macho a la hembra han sido frecuentes a primeras horas de la mañana; estas, suelen ser de todo tipo de insectos alados que capturan en vuelo mediante súbitos giros interceptando su trayectoria. He visto nidos a muy diferentes alturas en los taludes, pero el más curioso, fue uno al lado de un cruce de caminos y a ras del suelo. Una enorme piedra a modo de mojón sobre el agujero ya construido, servía de posadero para las ofrendas nupciales entre la extravagante pareja. Algún coche, tractor y ganado ovino que circulaban por el polvoriento camino, lo convertían en un lugar irrespirable durante largos segundos si no había viento que lo disipara.
Retomando la cámara de cría: la hembra y el macho turnándose, incubarán la puesta durante unos veinte días; después, nacerán los pollos que la habitarán entre veintiséis y veintiocho días. Finalmente, cumplida ya la estancia en el oscuro pasadizo: el primero de los polluelos del profundo nido de los abejarucos, se asomará por primera vez en su vida a la puerta del nido.



-En esta imagen se aprecia muy bien el desgaste del pico.




-El viejo tamariz engalanado de inflorescencias, sirve como posadero a estas policromas aves venidas del continente africano.


-Abejaruco ultimando las labores constructoras de la galería.