
He visto alguna vez ginetas en cautividad, pero no tienen ni el encanto ni la frescura de los ejemplares libres. De hábitos nocturnos, es raro sorprenderlas durante el día si no es levantándolas casualmente de algún encame. Seguramente, recordaréis los programas de la serie de Félix Rodríguez de La Fuente El Hombre y La Tierra, el capítulo dedicado a “la bella matadora”, donde esta especie poseedora de una prodigiosa morfología, mostraba el portento de una agilidad sin límites por la aparente facilidad con la que daba alcance a sus presas entre el ramaje desnudo de las copas de los árboles, saltando incluso, de árbol en árbol. Las uñas semirretráctiles se aferraban a la madera como estiletes, y su abultada cola, le servía de timón durante los vertiginosos saltos. Esta especie de gato alargado, paticorto, de afilado morro y pelaje tachonado, posee una poblada y llamativa cola caprichosamente anillada que luce un contrastado negro y gris amarillento, así como en el resto de su cuerpo. Es el regalo que supuestamente nos hizo el Islam, uno de los mejores, traído por los árabes a nuestro país, quizá, para la caza de ratones en sus deslumbrantes y solariegas mezquitas y palacios. Pero cabe pensar que, tal vez, fueran presa de la hermosura de este vivérrido, y deslumbrados por su atractiva librea lo integraran en los diáfanos patios de rumorosas fuentes otorgándole la nobleza del halcón, para que la bella gineta ornamentara con su vitalidad los arcos de herradura, lacerías y arabescos, en definitiva, todos los interiores mágicos de las más fantásticas creaciones arquitectónicas de la mano del hombre artesano.
La primera vez que tuve la fortuna de ver a la escurridiza gineta, salió de un enebro al pie de un cortado rocoso de unos quince metros de altura, subió por la roca como una exhalación, dejándome estupefacto la estela de su tupida y blanquinegra cola durante el ejercicio prodigioso de su capacidad trepadora. Desapareció con la brevedad e intensidad que deja una estrella fugaz
Las pupilas verticales sobre un fondo pardo oscuro, delatan la visión nocturna de este mamífero carnívoro presente en toda la península ibérica.