No hacía nada más que llegar al pueblo y María, sabedora de
mi afición por los animales, me advertía de la existencia de un buitre leonado en
la calle, oculto en un espacio tobáceo donde suele haber aparcada una mula
mecánica. Llevamos varios días avisando a los forestales y nos dicen que no
pueden venir porque están de retén, que no tienen gente para venir a buscar al
pobre animal, dice María. En fin, un descontrol total. Ahora iré a por él en
cuanto descargue la furgoneta, le digo. Por un buitre algunos agentes de
medioambiente apenas se molestan, escucho también.
Como pinzas de precisión, el buitre leonado extrae toda la masa muscular del hueso limpiamente.
La gente hace lo que puede y, cuando llego al lugar donde se
oculta La rapaz, veo un cuenco lleno de pan mezclado con agua que, tal vez, el
líquido haya mitigado algo su sed pero, por otra parte, se ve que no ha probado
bocado. Antes de que cierren las
tiendas, me desplazo al pueblo siguiente para comprarle algo de carne. No voy a
darle demasiado, seguramente, la rapaz lleve bastantes días sin comer y no le
conviene atiborrarse. Su desconfianza innata le impide comer de la mano del
hombre pero, insistiendo algo, sin necesidad de abrirle el pico se lo piensa
mejor y engulle unas tiras de carne humedecidas con agua. Al repetir la
operación por la tarde, el buitre ya lo sabe, prestándose raudo a recibir la ansiada carne.
Cada vez que tengo a un animal frente a mí, quedo
embelesado, no por ver al animal en sí ni por la especie en cuestión, es algo
mas grande, es la maquinaria morfológica y anatómica del ser vivo, del
organismo perfectamente adaptado a sus funciones específicas lo que colma mi
curiosidad.
Después de una buena comida toca arreglar el desordenado plumaje.
La naturaleza debería estar en manos de personas
concienciadas de su importancia y conservación, y no en la de las instituciones
cuya politización e incompetencia es siempre nefasta. Gracias a la acción
altruista de los voluntarios, la protección del medioambiente no es un caos.
Actuar sin remuneración siempre es un acto de valor añadido.
Hay agentes de medioambiente que son apasionados de esta profesión por amor a la
naturaleza y se desviven por ella; otros no tanto, sólo se acogen a un sueldo
estable y garantizado, sin más.
Me tocó trasladar al buitre, muy gustosamente, faltaría más,
y lo cedí a la veterinaria que se encontraba en el centro de recuperación en
ese momento el día 31 de julio.
Y, una buena cabezada para reposar la comida.
Ayer pregunté por el desafortunado buitre y me dijeron que estaba muy mal; fractura de húmero muy astillado, esternón hundido y
coágulos de sangre en la cabeza (hubo que sacrificarlo). No adelantar su muerte hubiera significado
esperarla durante escasos días de agonía. Las heridas ya no tenían solución me dijo
cabizbajo Juan, sentado frente el ordenador en el Centro de Recuperación de
Fauna Silvestre de Zaragoza.
De nuevo, gracias a todos que dedican su tiempo
altruistamente para cuidar la cada vez más deteriorada naturaleza.
No hay que pensar sólo en el desgraciado final del buitre, evitar su lenta agonía para morir de hambre y deshidratación es mejorar levemente su final.