“Caminante no hay camino, se hace camino al andar…” Hace camino el buen caminante; pero a otros el camino se les hace, y de qué
manera…
Hace dos fines de semana, me llevé un buen disgusto en la
entrada al barranco de La Tejera en Calmarza (Zaragoza). Muchas han sido las
veces que he recorrido este trayecto entre romeros, tomillos, aliagas, rosales
silvestres y sabinas sin perderme por la ajustada senda que lleva perfectamente
hasta el final de este magnífico recorrido. Reconozco que hay tramos donde los
rosales silvestres -algunos enormes-, si provocan algunos enganchones, pero, es
lo de menos. Cuando sus frutos maduran sirven de alimento a muchos animales en
otoño; con rodearlos se soluciona.
Me gusta este barranco por su soledad. No hay carretera que
lo machaque con los vehículos a motor y, por fortuna, no hay más remedio que hacerlo a pie,
mal que les pese a algunos que quisieran llegar sentados a todos los sitios.
Una sabina que no estorba en absoluto al paseante, desmembrada.
Cuando comencé mi paseo por el barranco (siempre resulta
diferente) vi también la escabechina provocada por los aparatos desbrozadores
manejados por auténticos “incompetentes en la materia”. Parece que ya no se
estila podar en condiciones con las tijeras de toda la vida, aquellas que
dejan las ramas limpiamente cortadas y no desgarradas como con la maldita
máquina del látigo y su corte imperfecto y chapucero. Sólo quedan ramas
desmembradas y fácilmente atacables por xilófagos, etc. Al final todo depende de
las prestaciones de un trabajo que sólo significa dinero a cambio de una senda con
la vegetación reventada para que, no sé qué tipo de gente, vaya cómodamente
viendo el paisaje mientras intenta equilibrar su nivel de colesterol.
Ahora no será igual pasar cerca de ésta sabina con pantalones cortos.
Si para fomentar el senderismo hay que abordar todas estas
aplicaciones en el monte destrozando la vegetación, mejor que se dediquen a
pasear por los caminos o los arcenes de las carreteras que los tienen bien
limpios y son más adecuados para ellos.
A quien le gusta de verdad la naturaleza sabe buscarse muy
bien la vida para sortear toda la vegetación a su paso. También, deleitarse con
ella y trazar el mejor trayecto, aunque sea aleatorio, ya que le supone otro atractivo
más.
Por lo visto, llegó el nuevo senderismo tipo “paseo de
bulevar con pantalones cortos” para gente que necesita cortafuegos en vez de
sendas naturales para caminar. Seguramente, sean los mismos que andan con la
pachanga de apagar los fuegos en invierno dejando los bosques y montes como los
jardines de su casa. Por no hablar del reguero de plásticos llamativos atados a
las ramas para marcar todavía más las rutas. Luego, por supuesto, nadie los retira.
Juniperus phoenicea:
sabina negral, sabina negra, sabina roma, sabina pudia, sabina suave. De todos
los nombres me quedo con el de suave; suave y fuerte, muy fuerte. Es un arbusto
distribuido por todo tipo de terrenos. Llega a los 1400 metros de altitud donde empieza a escasear. Aguanta todo tipo de inclemencias atmosféricas:
heladas, sequías y vientos intensos. Su altura puede alcanzar los 8 metros (crece 1 mm al año aprox.), con
una longevidad de unos 1000 años.
No me extraña que lleve toda la vida viendo a mis sabinas
más cercanas sin apreciar ningún cambio.
Los incendios suelen abrasarlas y no retoñan como hace el
enebro Juniperus oxycedrus. Creo, por ello, que merecen un mejor trato y respeto.