
Hembra de búho real en su posadero, aprovechando la fronda perenne del enorme pino.
“Reencuentro” podría titularse la línea de paz entre el búho real y el hombre después de la masacre sin justificación contra animales carnívoros que aniquiló a miles de éstas y otras criaturas inocentes durante y después de la dictadura. Una ley propuesta por el franquismo y llevada a cabo por simpatizantes y detractores del régimen. La izquierda y la derecha siempre se han puesto de acuerdo para ignorar el bienestar de los animales y sacar beneficio material y lucrativo de éstos y del medio ambiente sobreexplotándolos. Especulación difícilmente reversible como la destrucción de nuestras costas, basada en el hormigón sin límites fruto de la codicia de ambas orientaciones políticas. Pero no quiero continuar con los devaluados políticos, no merece la pena, ya tienen sus voceros propagandistas particulares y leyes a su favor que les absuelven.
El 11 de agosto de 1953 el Boletín Oficial del Estado presentó un decreto del Ministerio de Agricultura, firmado por entonces jefe del Estado Francisco Franco, y el ministro Rafael Cavestany, una irracional condena a muerte de las aves de presa y demás animales carnívoros, enemigos según ellos, del patrimonio cinegético. Decía así:
A propuesta del Ministerio de Agricultura y previa deliberación del Consejo de Ministros, dispongo:
Artículo primero. Se podrá declarar obligatoria la constitución en cada provincia de Juntas de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza.
Artículo segundo. Son sus competencias procurar el suministro y distribución de venenos, lazos y demás medios de extinción. Premiar a los alimañeros y a cuantos demuestren de modo fehaciente su aportación en la lucha contra los animales dañinos.
Mucha gente puso manos a la obra, y entre ésa gente, los hubo espabilados pero miserables. Sabían de los nidos y de la extraordinaria capacidad cazadora de esta gran rapaz de la noche, el búho real. Consistía su cometido en aguantar a los pollos tapándoles el pico para que no comieran el tiempo necesario y que la estancia durara mas, para hacerse de éste modo, con las presas depositadas por los progenitores. Su desarrollo debido a una alimentación deficiente, se alargaba y, por ello, se cobraban más presas. El final de la trama concluía con la muerte de los pollos antes de abandonar el nido y, por consiguiente, se cobraba la cantidad de dinero estipulada al presentar las garras de los mortificados búhos en cualquier ayuntamiento.
No hace falta decir la cantidad de animales que fueron exterminados por aquellos que se dedicaron a tal ocupación. El búho real, entonces, pasó a ser una rapaz muy escasa, recluida a los lugares más apartados donde rara vez acertaba a pasar el hombre.
Cuando veía mis lechuzas y mochuelos, soñaba con la observación del gran coloso de la noche, el búho real. Lo imaginaba en los altos riscos de las sierras más importantes por su altitud, sin embargo, fueron capaces de aguantar en cotas más bajas al abrigo de la lejanía en el olvido.
Todavía en los años ochenta, ver al reservado búho real era un acto tan flamante como el de la citación de cualquier rareza. El hecho de comentarlo ante los demás ornitólogos abría expectación.
Afortunadamente esto ya es pasado, y en el presente, las noticias son al fin más alentadoras, a pesar de que algún exaltado amante de los halcones peregrinos considere ahora al Gran Duque una plaga. El búho real no ha hecho nada más que reconquistar sus antiguos feudos, arrebatados por la ineptitud de aquellos exterminadores que rompieron el pacto de no agresión con la naturaleza, los que en su momento, indirectamente, favorecieron al halcón y a otras especies.
De aquí a un tiempo atrás, aparecen citas del búho real en lugares inverosímiles, como el de un ejemplar posado en el alféizar de un bloque de viviendas en un barrio de Madrid; el de una pareja que crió en la jardinera de un chalet de una urbanización también madrileña y, en Zaragoza, su observación también es posible en espacios urbanizados de la ciudad con citas en el extrarradio.
Quiero terminar con unas observaciones curiosas comentadas por Fernando Tallada. Él me acompañó personalmente a este pueblo del que extraje las fotos publicadas. Los datos que expongo a continuación son suyos, de observaciones de la pareja de búho real asentada en este pequeño pueblo aragonés, llano y deforestado.
Me cuenta que, éstas rapaces anidaron en el caserón contiguo a los pinos, y la gente llegó a ver a los pollos volantones cuando salían por una ranura de la vieja puerta de la tapia, caminando por la calle. Por las noches, marca su territorio desde lo alto de la torre de la iglesia posado en la veleta. En su contra está, la manía súperpredadora que afecta a los escasos cernícalos primilla de la zona, y que, según me comenta Fernando, lo hace arañando las tejas de los edificios abandonados, y si es posible, las mueve para atrapar a los pollos y a los adultos.
La recuperación del búho real no es el problema de todo esto, convendría quizá, estudiar en profundidad la falta de conejos, su alimento básico, exterminados por la mala actuación del hombre.
El grupo de pinos está ubicado en una zona particular tapiada al lado de la plaza
del pueblo.
En lo alto de la torre, suele ulular sobre la veleta.