Desde lo alto de un espolón rocoso localicé hace tiempo multitud de plumas esparcidas, algunas, demasiado complicadas de recuperar. Las había dispersas por la superficie del cantil y sujetas entre las grietas y plantas rupícolas. Con estas plumas de lechuza campestre (búho campestre, en la actualidad), completaba el pequeño catálogo personal de plumas del conjunto de rapaces nocturnas ibéricas. Precisamente, como dato de interés, existía un caso confirmado de cría de esta rapaz cerca del lugar mencionado de la provincia de Zaragoza (F. Tallada Obs. Personal).
La lechuza campestre es una visitante regular, procedente de países atlánticos europeos. En septiembre comienza la migración postnuptial alargándose hasta noviembre, y con más activos que en la prenupcial que se concentra en el mes de abril. Se reproduce esporádicamente en la Península y Baleares; probablemente se trate de ejemplares que tras una irrupción invernal de la especie se quedan a reproducirse (Asensio et al, 1992).
Este es un búho habitante de espacios abiertos y estratos herbáceos, acompañados ocasionalmente de zonas húmedas. Prospecta la lechuza campestre de modo similar a cualquier aguilucho durante sus cacerías, siendo crepuscular y nocturna; tampoco desaprovecha la tarde ni la mañana para tal fin. Aunque captura algún pajarillo e insectos, su alimentación se basa principalmente en los micromamíferos: ratones, musarañas y topillos, destacando a los micrótidos y concretamente a (Microtus arvalis). La población anual de esta especie de topillo se estimaba en 100 millones en años normales, pero en el verano de 2007 pudieron alcanzar por lo menos los 700. Estas hordas de roedores pusieron en jaque a los agricultores castellanoleoneses, al despuntar la estampida demográfica que provocó la ira de estos campesinos castellanos, cuya alarma desbocada, les hizo justificar el veneno para erradicarlas. Desde siempre, los escopeteros llevan aniquilando a los principales combatientes naturales de estas plagas; los cernícalos, aguiluchos, ratoneros, lechuzas campestres etc. Y, todavía en muchos cotos se sigue practicando esta vergonzosa actividad contraproducente, evocadora de la desaparecida “Junta de Extinción de Animales Dañinos” de la etapa franquista que, defendía contra natura la cosecha de especies cinegéticas como único bien de interés general, y que para protegerla, abatía sin contemplaciones a rapaces y animales sospechosos por doquier, desnudando los campos de su presencia necesaria.
Al final, según un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la plaga de topillos que asoló Castilla y León desapareció de forma natural y no por los tratamientos aplicados con rodenticida que se llevaron a cabo. Estos venenos indudablemente, pudieron afectar negativamente a la biodiversidad con resultados preocupantes.
Retomando la escena del desplumadero, dichas plumas pertenecían a un ejemplar joven de lechuza campestre, llegada como migrador prenupcial. Tuvo el ave, la mala fortuna de toparse con el búho real, y éste tras capturarla, la transportó hasta el saliente del espolón rocoso en las cercanías de su nido, donde la desplumó y entregó posteriormente a la hembra que, seguramente, estaría incubando o protegiendo a sus pollos de corta edad.
Una vez más, la sabiduría de la naturaleza, destaca la estupidez de cierto sector humano.
La lechuza campestre, la común, el búho chico, el cárabo y los machos de búho real, son la mejor representación de cazadores para equilibrar la población de este tipo de roedores, ejercida durante la noche.