Mirando
diapositivas estos días, encontré la foto testimonial de un macho de león que,
probablemente, fuera adquirido como emblema vivo de la ciudad de Zaragoza. Hablo tal vez, de 1981 cuando hice la foto, ya en la recta final de este macabro
zoo ilógico. Me atrajo esa mirada perdida hacia lo alto, derrotada, rallada por la verticalidad de los barrotes férreos, frontera insalvable de su libertad.
“La figura
de un león rampante en nuestros emblemas se debe a que Alonso VII, rey de
Castilla y León, fue durante unos dos años rey de Zaragoza y cedió el animal
heráldico a esta ciudad”.
Este león (el de la imagen) ingresó como regalo de un gremio particular en una de las jaulas adosadas de este parque zaragozano para deleite de paseantes. Murió como el resto de animales, pero a éste, lo quemaron vivo.
Como es
costumbre en este país, sus animales representativos parece que lo son para esparcir
sobre ellos la ira e intransigencia de gente carente de empatía que solo
fomenta odio.
Todavía me llega
el olor nauseabundo de las jaulas de aquellos animales despojados de un espacio
natural de medidas vitales para ejercitarse convenientemente. Caminaban o vagaban
por una enorme extensión de la nada. Inmersos en un círculo eterno de cemento húmedo de orines y excrementos, desesperados en unos reducidos cubículos con un
viciado movimiento de estrés psicológico.
Esta
aberración de mini zoo, teniendo en cuenta el dominio de la especie humana sobre las
bestias que tanto se estiló durante aquellos oscuros años, se originó con el reconocimiento
al diseñador y creador Juan Bruil en 1965, dentro del parque que lleva su mismo
nombre en la ciudad de Zaragoza. Por fortuna, se desmanteló en 1984. La única
superviviente fue una osa llamada Nicolasa, que sufrió todo tipo de vandalismo
y maltrato. Nada favoreció este comportamiento a los zaragozanos.
Me llevó mi
padre en los años 70 para verlos e impresionarme. Lo consiguió. Era fauna fuera
de mi alcance. En mi pueblo durante las vacaciones lo mas habitual era ver
buitres leonados en el roquedo y planeando, nada que ver con estos grandiosos
seres vivos de otros biotopos a los que desconocía.
Pasaron por
las jaulas tres monos, zorros, un tigre (durante poco tiempo), un pavo real, una leona
y un león, un jabalí, una pareja de osos pardos, etc., que yo recuerde y haya rescatado de otras noticias.
La osa, de
nombre Nicolasa, sufrió una condena de unos 25 años de vil encierro. Tuvo un compañero llamado Juan, que fue envenenado. Seguramente, vio morir a casi todos sus vecinos de jaula por vandalismo e insalubridad. Por si fuera poco, el perdigonazo de un malnacido la dejó
tuerta, por allí pasaba lo mejor de cada casa (también pasó buena gente). En ocasiones
la llevaba algo de fruta y, al ver su cuenca ocular vacía, se me desplomó el
ánimo. Sufrió un constante maltrato tanto de desalmados como de cuidadores
irresponsables. Las jaulas, desatendidas, eran un pudridero de alimentos
acumulados por los rincones.
Gracias a
los cuidados voluntarios de Alberto Cortés, un veterinario venido de Rioleón en
Tarragona y conocedor del cuidado de osos, se ofreció al ayuntamiento haciéndose
cargo de la osa. Se ocupaba de mantenerla limpia, alimentarla y realizarle los
análisis oportunos.
A principio
de los años 80 la gente se movilizó preocupándose del lamentable estado de Nicolasa.
No se me ha olvidado la carta de un lector al boletín gratuito del ayuntamiento
de Zaragoza que decía: “Me gustaría saber quién fue el animal que metió a esos animales
en tan inmundas jaulas”.
En 1984
salió por fin la osa de Zaragoza hacia el parque de Rioleón pero, no abandonó su
enfermizo ritual de dar vueltas continuamente a pesar de tener mayor espacio. Estuvo
aislada del resto de osos, regeneró su piel y su aspecto mejoró. Murió cinco
años después.
Para no olvidar este, ni ningún tipo de maltrato animal, expongo esta entrada dejando atrás el horror que supuso crear estos espacios carcelarios para animales.
Con el paso de los años, Zaragoza optó por convertirse en una ciudad libre del maltrato animal, erigiendo una placa de respeto y recuerdo hacia estas martirizadas especies en el mismo parque.
Osa Nicolasa (foto archivo; Heraldo de Aragón).
Alberto Cortés, es el veterinario que se apiadó de la osa para cuidarla durante el tramo final de su estancia en la jaula antes de ser trasladada a Rioleón Safari en Tarragona.
Momento de anestesiar a la osa mediante una cerbatana para manejarla mejor durante el traslado.
Fotografías en blanco y negro 2,3,4 y 5 de Daniel Pérez.
http://dp-foto.blogspot.com/2011/05/la-osa-del-parque-bruil.html