
Las abruptas murallas calizas, muelas y collados ibéricos quedan sumidas en un paréntesis invernal complicado, de soledad, en parte, abordado por la escapada temporal de los colirrojos. Los invertebrados se protegen del rigor invernal utilizando sus mejores estrategias de diapausa, refugiándose entre los recovecos mas inaccesibles. Esto obliga al tizón a buscar suerte en altitudes mas bajas donde sus potenciales presas estén mas confiadas por la alternancia de días mas benignos.

Hembra de colirrojo tizón Phoenicurus ochuros durante su ruta típica de campeo.

Desde cualquier lugar urbano, se le puede ver actuar sobre una atalaya suficientemente elevada del suelo. Allí, monta la guardia avizorando el terreno en busca del movimiento de invertebrados. Tiene varios puntos de ataque para sorprenderlos que visita repetidamente. Alguna vez se han posado sobre el capó del coche y el espejo retrovisor. Así son ellos, utilizando con interés los oteaderos mas prácticos y productivos.


Hay personas como Marta, amante de la fauna del lugar cuyos inviernos no son tan monótonos, que es muy atenta con los pájaros. Tiene la amable costumbre de contentar a estos alegres vecinos temporales aportándoles alimento en un plato para que superen los días mas difíciles. Y los colirrojos, en efecto, le responden dando buena cuenta de un manjar resolutivo para esta complicada estación. La acompañan con su presencia vivaz de un modo incomprensible para muchos, pero, que recrea y entusiasma a quienes ejercen estos desinteresados detalles con las aves cercanas.