
La luz de la luna se funde lentamente con la alborada, iluminando poco a poco, un nuevo y esperanzador día. Entre los altivos farallones calizos, se van adivinando las oquedades, anfractuosidades, y afiladas aristas rocosas talladas por el eficiente paso del tiempo. Al comienzo del día, las aves se preparan ordenadamente para afrontar las novedades que puedan acaecer durante la rutina cotidiana. El día se compone de veinticuatro horas, sin embargo, son veinticuatro horas llenas de emociones y marcadas sensaciones, transmitidas, por un paisaje capaz de compartir sus criaturas y el espacio, también con tu mirada.

Cuando el sol da de lleno en el frente rocoso…

los alimoches desde su dormidero disfrutan sin moverse, de su ligero calor.


Donde había oscuridad, ahora hay luz y calor. Los buitres lo saben, y se reúnen en este punto desde generaciones.

Los más rezagados y perezosos, ocupan los lugares más expuestos al viento.

Cuando el sol permite la creación de corrientes térmicas, los buitres, grandes planeadores y conocedores de este medio favorecedor de sus desplazamientos, aprovechan para partir prospectando sus zonas de campeo.

La silueta del buitre leonado puede resultar monótona por su abundancia, pero para mí su vuelo, es francamente deslumbrante y recreador.

El narciso amarillo (Narcissus assoanus) abunda sobre todo, en las repisas inaccesibles de los roquedos formando nutridos mantos amarillos. Éste, solitario y aislado, llamó mi atención gracias a su situación de abandono.

El macho de carbonero común (Parus major), madrugador, anda en busca de alimento entre las ramas, el suelo del soto, y tablas de cultivo.

Hembra de carbonero común.

El macho de pinzón común (Fringilla coelebs), manifiesta su estado prenupcial cantando desde las ramas altas.

Al atardecer, el cortado que desaloja al sol por la mañana, recibe al final del día sus últimos rayos. Mañana, será otro día con sensaciones incombustibles.