domingo, 12 de abril de 2015

Cabras montesas del cañón del río Mesa


Evidentemente, aunque algunos publicistas mediante la empresa a la que asesoran se empeñen en hacerme comulgar con productos naturales garantizados como ecológicos, utilizando para ello, imágenes de altas cumbres como sierras pirenaicas o Picos de Europa y vacas pastando con aerogeneradores de fondo pues no, va a ser que no. No trago con ese campo ajardinado y tampoco busco ni harto de vino esa naturaleza tan devastada por la acción humana por muy agreste que pretendan hacérmela ver. Quiero naturaleza con lobos, zorros, rapaces, pájaros, anfibios, cabras, corzos, ciervos etc. Si los productos, presuntamente naturales, están amparados por esta rica biodiversidad -la más convincente- entonces, todo se andará.



El fin de semana pasado como tantas veces, pude ver cabras de monte pero, en el cañón del río Mesa era la segunda vez que las veía. En esta ocasión fueron siete ejemplares cuya observación disfruté enormemente. Son fascinantes y bellas. Quedo embelesado mirándolas caminar tranquilamente, como sus pezuñas se apoyan con maestría en los salientes mínimos de la roca, haciendo de ella, peldaños prácticos para superar el ascenso. Verlas trepar por las rocas verticales con tanta facilidad puede hacer pensar que se trata de un ejercicio sencillo, carente de esfuerzo. Aunque no es así, ellas hacen que lo parezca.



Nuestras agrestes sierras, con la cabra montesa y otros herbívoros, devuelven de nuevo esa estampa natural que se estaba perdiendo por la excesiva presión de cazadores con patente de corso. Una vez más, descubrimos que un monte bien gestionado conseguiría con su equilibrio natural un bosque mejor cuidado, puesto que la mejor manera de preservarlo es protegiendo su diversidad biológica. Dichos herbívoros se encargan de mantenerlo a un nivel óptimo rasurando la vegetación excesiva. Ciertamente, también se necesitan predadores que se ocupen de limitar la población de herbívoros.
No dejemos la naturaleza en manos de ineptos como los actuales; por nuestro bien…











viernes, 13 de marzo de 2015

Eterno Félix Rodríguez de La Fuente

El 14 de marzo 2015 se cumplen 35 años de la muerte de Félix Rodríguez de La Fuente, amante de la naturaleza y un gran defensor del lobo. He querido, por ello, dedicarle un dibujo a lápiz de su admirado cánido salvaje.

“Lo que vi entonces no se me olvidará jamás. Vi un animal grande, de color gris, un animal que estaba perfectamente parado y que miraba exactamente igual que yo, pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, sus ojos de un color ambarino, acaramelado, unos ojos que me miraban con nobleza, unos ojos que me miraban con un gran interrogante, unos ojos de los que se desprendía quizá una queja: ¿Por qué me perseguís, por qué queréis acabar conmigo, por qué queréis matarme si yo también tengo la obligación sagrada de sacar adelante a los míos, si yo también tengo mi loba y mis lobeznos, si yo también necesito la carne para vivir, si puede haber carne para todos, por qué queréis quitarme la vida?” 

Félix Rodríguez de La Fuente 


El lobo, sigue siendo el gran perseguido, desgraciadamente.
Hace falta una gran dosis de miseria moral para disparar oculto desde una caseta contra el lobo hambriento, tentado éste por calmar el hambre con la comida fácil y tramposa colocada como cebo.
Dar muerte a cualquier animal utilizando estrategias miserables para su caza, es el comportamiento más vil y cobarde que pueda existir en un ser humano.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Dos modos diferentes de pescar: pinzando o atravesando

Biguá Phalacrocorax brasilianus (cormorán adulto). Su pico es ganchudo.

Biguatinga Anhinga anhinga (anhinga, macho adulto). Su pico es recto.
Los machos lucen un color uniforme negro verdoso que contrasta con las ornamentales blancas del dorso de las alas; las hembras son pardas con el cuello algo mas claro. 

Son infalibles pescadores cuya convergencia evolutiva equiparó y modeló para un mismo fin; pescar eficazmente bajo el agua. Biguatinga (anhinga) y biguá (cormorán) son prácticamente ejemplos vivos de un patrón morfológico similar con el que afrontar el complejo mundo acuático favorablemente. Ambos van equipados con dedos provistos de membranas interdigitales para impulsarse a gran velocidad dentro del agua. Su silueta hidrodinámica facilita la persecución de los peces que les sirven de alimento.
Las facultades de los cormoranes para pescar eran conocidas ya desde hace milenios por los pueblos orientales que dedicaban gran parte de su tiempo a adiestrarlos para tal fin. Colocándoles un aro de cuero en la base del cuello evitaban la ingesta del pescado, que era cobrado por su explotador desde la embarcación tirando de la correspondiente cuerda que sujetaba individualmente a su equipo de cormoranes. Con habilidad, por la práctica continuada, el pescador iba desenredando las cuerdas a medida que las aves realizaban cada inmersión cruzándose unas con otras.
Pero, estas dos especies paralelamente idénticas, recibieron evolutivamente diferentes armas de pesca: el cormorán fue provisto de un pico alargado terminado en un punzante gancho con el que sujetar al pez pinzándolo firmemente bajo el agua; y la anhinga, optó por el doble arpón con el que atravesarlo. La acción de arponear al pez sería similar a la ejecutada por garzas pero, bajo la fricción del agua en prospecciones y acechos inverosímiles.
También cormoranes y anhingas sufren el mismo problema cuando las piezas de pesca superan el tamaño cómodo de maniobra. Me refiero a la facilidad con la que ingieren los peces pequeños en detrimento de los grandes con los que han de subir a la superficie y acomodarlos a favor de escama rápidamente antes de tragarlos. Los parasitizadores de estas aves conocen bien el tiempo necesario que precisan para tal acción y los acosan duramente, aprovechando cualquier descuido para despojarles del alimento. No sólo gaviotas y otras aves oportunistas tratan de arrebatar la pesca a cormoranes, también entre ellos pueden beneficiarse organizando alborotadas batallas para ahorrarse la incómoda labor pescadora del prójimo.


 

Biguá joven soleándose

El biguá Phalacrocorax brasilianus es un ave suliforme de la familia Phalacrocoracidae. Mide de 58 a 73 cm; su peso es de 1,2 a 1,4 kgr.; la envergadura es de 100 a 102 cm. Puede sumergirse hasta una profundidad de 10 metros buceando durante 20 o 30 segundos.
Es un ave marina, aunque también frecuenta aguas interiores como ríos y pantanos.
He podido comprobar, a pesar de no haber visto gran cantidad de lances de pesca, que el biguá (cormorán) es mucho más rápido ingiriendo peces capturados que el biguatinga (anhinga), precisamente, por pinzarlos y sujetarlos con el afilado punzón del extremo del pico para girarlos y tragarlos a favor de escama. El biguatinga necesita dedicar más tiempo para ingerirlo; al atravesarlo con ambas mandíbulas, tiene que desencajarlo del pico antes de colocarlo correctamente y engullirlo.
Tal vez, esta efectividad en el manejo de los peces antes de consumirlos tenga algo que ver con la presión ejercida por los parasitizadores. El biguá, marino, tiene en este medio acuático una larga lista de piratas (gaviotas, págalos, etc.) que los acosan para robarles el pescado. En el caso del biguatinga, no he podido comprobar si sufren el acoso de otras aves.

El biguatinga Anhinga anhinga es un ave pelecaniforme de la familia Anhingidae
Mide de 88 a 90 cm; pesa 1,2 a 1,35 kg; su envergadura es de 120 cm.
Su nivel de flotación es inferior al del biguá (cormorán), asomando solamente la cabeza y el cuello cando se desplaza a nado.
Tanto el biguatinga (anhinga) como el biguá (cormorán) han de exponer sus alas abiertas al sol para secarlas cuando concluyen su jornada de pesca. En el caso del biguatinga se desconoce si la exposición de sus alas al sol es para secar el plumaje o para subir la temperatura corporal.

El doble codo del cuello es la zona muscular que proyecta súbitamente, como un resorte, el pico recto y afilado del ave para atravesar a los peces que sorprende a su alcance. La acción de lance es similar al de las garzas.



La brevedad de estas tres imágenes puede inducir a error en cuanto a la rápida ingestión del pez; realmente al ave le costó bastantes segundos desclavarlo del pico para tragarlo.


Lo primero que hizo este biguatinga ante la captura de este buen ejemplar, fue dirigirse a un lugar protegido. 


Oculto entre el follaje de este árbol, aturdió al pez golpeándolo contra una gruesa rama para ingerirlo; le llevó un buen rato. 

Esta fantástica secuencia de buceo del biguatinga me pareció fascinante. Pude contemplar atónito sus movimientos majestuosos bajo el agua, que soltura y que agilidad para trepar a la rama del árbol donde se soleó. Es un ave fantástica, fácil de ver, si tenéis oportunidad de verla en algún viaje, hacerlo.



jueves, 19 de febrero de 2015

Me recordó al río Ebro...

Ardea alba

Pero en realidad, era el río Paraíba do Sul en el estado de Río de Janeiro (Brasil). Este río recorre otros estados como Minas Gerais y Sao Paulo. Tiene una longitud de 1120 km y desemboca en el Océano Atlántico.
El río Ebro (España) es algo mas corto 930 km, pero con un cauce similar. Nace en la región cántabra atravesando Castilla y León, La Rioja, País Vasco, Navarra, Aragón y, desemboca en Cataluña formando un extraordinario estuario ante el Mar Mediterráneo que recoge sus aguas.
Ambos ríos tienen una gran riqueza ornitológica, por ello, al paso de la corriente mansa del Paraíba fijé mi atención en cuatro de las ardeidas compartidas por sus riberas. Estas garzas, tienen una asentada representación a lo largo de sus cauces y las recordé en conjunto al estar presentes a ambos lados del Atlántico.
Nunca se repiten las escenas campestres cuando uno observa detenidamente a las aves que, de una manera u otra, aciertan a pasar delante de uno. Está claro que, cada una tiene su carácter y, las hay más dóciles y más ariscas. En este caso estuve bastante afortunado, las bellas garzas aceptaron bien mi presencia y las pude contemplar durante largo rato. Deslumbran estas zancudas con su caminar parsimonioso. Su mirada, siempre permanece atenta al agua donde halla sus escurridizas presas, alternándola con la función de vigilancia. Tomaba nota disfrutando de cada detalle anatómico, fijándome, cómo no, en las diminutas pupilas de sus ojos girando levemente para controlar su entorno. 
El tiempo pasa rápido para una mirada absorta, aunque atenta frente a estas aves gráciles y de vistoso plumaje dotadas de gran capacidad de pesca y caza, ya que están facultadas para alimentarse de peces, cangrejos, culebras, roedores, insectos, invertebrados acuáticos, etc.

Estas fotografías ofrecidas como documentación, imitan de algún modo, la radiante belleza de estas aves tan destacables. 

Ardea alba garça-branca-grande (Brasil); garceta grande (España); Great Egret (England). Altura 90 cm.











Egretta thula garça-branca-pequena (Brasil); garceta común (España); Snowy Egret (England). Altura 57 cm.



Los dedos amarillos, característicos, ayudan a identificar a esta mediana garza

Nycticorax nycticorax savacu (Brasil); martinete (España); Black Crowned Heron (England). Altura 60 cm.



El aguardo nocturno en una atalaya es una característica habitual de la conducta predadora del martinete

Bubulcus ibis garça-vaqueira (Brasil); garcilla bueyera (España); Cattle Egret
(England). Altura 48 a 53 cm.




Estampa típica de la garcilla bueyera campeando con el ganado


jueves, 29 de enero de 2015

Jabalíes (Sus scrofa scrofa)

Zampullín chico Tachybaptus ruficollis en plumaje de invierno

Grupo de cercetas comunes Anas crecca

Observaba en la laguna un bando de cercetas Anas crecca emborronadas por la niebla apagándose poco a poco al alejarse, después, fijé mi interés en un precioso zampullín chico Tachybaptus ruficollis en plumaje de invierno que nadaba cerca del observatorio. Apenas se escuchaban reclamos de aves y, entre ellos, el silbido tenue de las minúsculas cercetas. El carrizal y la neblina sumaban un conjunto de ocres y grises acaparando todo el humedal. Superando el silencio, un estruendo creciente se abría camino entre el carrizo. Era un sonido continuado, el de  un animal grande. El zampullín desapareció y las cercetas volaron a otro lugar mas alejado. Sospechaba lo que venía pero, quería aguardar la sorpresa con la cámara dispuesta para captar el momento. La luz era muy escasa y la niebla mantenía traslúcido el escenario. Lo suponía, un jabalí tras otro con la madre en cabeza aparecieron en fila atajando esta parte de la laguna a nado. Apunté y disparé. Con la pésima luz logré inmortalizar a tres de ellos, los demás quedarán en el olvido. Ninguno pudo escapar al tiroteo de la cámara; por supuesto, sin sufrir bajas. Lo mejor de la escena fue que los suidos continuaron su viaje en familia.
 



Me viene a la mente, como no, la inmisericordia de ciertos cazadores que no tendrían reparo en matarlos provistos de rifles de repetición, aprovechándose del momento delicado de los jabalíes al nadar lentamente con la dificultad añadida del agua y el fango. El cazador va siempre acompañado del arma letal y el perro que le orienta en busca de las presuntas víctimas. El matador no tiene nada mas que disparar sin importarle la insultante superioridad de todo tipo de ventajas a su favor. Por eso sé, que si la caseta fuese utilizada por estos amantes de la naturaleza, como se hacen llamar, hubiese sido el lugar ideal para acabar con la familia de jabalíes a balazos mientras apuradamente alcanzaban la otra orilla de la laguna. La conducta de esta caza carece de ética, sólo se basa en matar, apretar el gatillo y sentir el caprichoso poder de aniquilar, aunque sea de manera tan patética ante animales vendidos frente a la adversidad. 
El paisaje del amante de la caza es un cementerio, de lo que sea. Creo que allí es donde mas a gusto se encuentra, rodeado de naturaleza para exterminar. Si dejáramos el monte a su entera disposición todo acabaría siendo un erial o una granja de animales marcados y destinados al degüello. Si una becada está escondida, agazapada y, tiene temple de acero, no le sirve de nada, el perro la levanta y el cazador la abate. Con los ciervos lo mismo, una rehala (perros de montería) los intercepta y el valiente matador sólo tiene que disparar, seguramente, querrá uno de los mejores ejemplares que podría aportar una descendencia óptima en generaciones venideras. Sólo vale la foto, la horterada típica y chulesca para la posteridad compartida con otros aficionados de esta mediocridad aniquiladora. Un acto sin mérito alguno.

Se mata al lobo por que ataca al ganado doméstico. Pero, además, se desprecia su labor como mejor regulador de grandes fitófagos, capaz de equilibrar la cabaña salvaje al consumir los ejemplares peor dotados. Ataja la creciente población de jabalíes que tantos destrozos dicen que causan. Ciertamente, eso importa poco con tal de poder ejecutar a todo bicho viviente. Sin el concurso del lobo todo va en detrimento de los ejemplares mas sanos de la caza mayor, futuros trofeos del montero. Las generaciones futuras de ciervos, gamos, cabras etc… irán heredando probablemente enfermedades y anomalías genéticas de los mas débiles, desechados por los susodichos cazadores al carecer de la plasticidad y soberbia del macho mejor armado.
Mucho tienen que cambiar para alegar su “extraño” amor por los animales y la naturaleza; mucho. Cazar, no debiera ser fusilar.
Por cierto, la naturaleza no necesita lecciones de equilibrio ecológico, y menos, de este tipo de “ecologistas" 

Hozando el barro los jabalíes consiguen prepararse baños de barro como el de la imagen, para revolcarse y mitigar el efecto de los parásitos en la piel.

 Huellas de la basta pelambre del jabalí impresas en el barro poco húmedo. 

Debido a la utilización continuada de los ásperos troncos de pino para rascar su filamentosa pelambre y afilar los prominentes incisivos acuchillando la corteza, los jabalíes, consiguen desgastar la corteza y acabar con la vida del árbol.  

Ejemplar de pino carrasco Pinus halepensis seco por la continuada fricción de los jabalíes en su tronco.