lunes, 17 de junio de 2013

NO HAY QUE DEJAR CABOS SUELTOS




Me llamó la atención ver a este macho de gorrión común (Passer domesticus) con material para el nido y, sobre todo, descubrir con los prismáticos que lo que portaba era un embarullado y fino cordón. Parecía el preámbulo de un final que pude ver hace algunos años y con un resultado bastante dantesco.
Introduciré un apunte observado mientras descansaba sentado en un florido patio de la casa de un pueblo. Su dueña siempre se quejaba de la plaga de gorriones que devoraban sus plantas ornamentales –no dejaría ni uno, decía- era obvio que las plantas a ras del suelo estaban bastante picoteadas, aun así yo trataba de calmarla, añadiendo que, lo más importante era los insectos que estos pajarillos consumían de sus macetas durante la época de cría. Bueno, con la mirada perdida entre los vencejos, gorriones, aviones y golondrinas apareció una hembra de gorrión común con algo en el pico. El pájaro se posó sobre un tejadillo sin alarmarse de mi presencia, aceptándola como algo habitual. Ello me sirvió para comprobar que lo que portaba en el pico era una de sus crías recién nacidas, muerta. La depositó con sumo cuidado sobre la teja y quedó unos segundos posada, parecía como si le costara abandonarla. Para acreditar que estaba en lo cierto con mi sospecha, di unas palmadas y se fue; entonces comprobé que, en efecto, era un pollo recién nacido. En un día de brisa socarrada y a las 14´35 horas de una tarde de julio, era fácil que un pajarillo con escasos minutos de vida sucumbiera.
Cuántas veces se repetirá esta secuencia en tantos y tantos nidos a lo largo de cada año.

Volviendo a la introducción y, enlazando a raíz de dicha observación otro viejo recuerdo, hallé hace unos años como decía, un nido de gorrión común bajo un alero cuyas ramitas asomaban del hueco. Había además, un elemento que colgaba de un fino hilo. Se balanceaba con el viento como un péndulo y, como era de esperar, la curiosidad se apoderó de mí. Accedí hasta alcanzar el lugar idóneo para confirmar qué era, y quedé estupefacto al comprobar que se trataba de un pollo de pocos días, muerto. El fino hilo plástico salía del interior de su pico y, a su vez, estaba enganchado a la embarullada construcción de ramitas. Tiré del filamento lentamente, sujetando al malogrado pollo del cual salieron cinco centímetros más del hilo mortal. El resultado antes de la tragedia por el desafortunado aporte al nido, pudo ser el de una ceba en la que todos los pollos pretendían ser cebados en primer lugar. Quizá, éste ejemplar fuera el más fuerte y alcanzara más altura que sus hermanos, topando con el factor natural de la mala suerte que no era otro que  el del cordón cruzándose entre el hambriento pico del pequeño y el aporte alimenticio del adulto. Tragar la ceba llevó consigo la ingesta del mortal cordoncillo, fulminando así la vida del pollo en una cruel agonía. Y, como repitiéndose la historia, uno de los progenitores trató de acarrear al pollo muerto que, debido a la conexión del hilo plástico al nido,  no pasó del lugar mencionado.
Esta es una de tantas razones por las que es bueno recoger todo tipo de cuerdas, sedales y materiales afines dispersos por nuestros campos.

jueves, 6 de junio de 2013

Más agua para la rata de agua


 
El año pasado, la sequía dejó grandes tramos del cauce del río Mesa completamente secos. La estampa era descorazonadora, una pátina pardusca entonaba uniformemente lo que había sido, semanas antes, un río bravo entre grandes cortaduras calizas. Las ratas de agua (Arvicola sapidus) y los mirlos acuáticos (Cinclus cinclus) tuvieron que desplazarse a las zonas posteriores del río donde se mantuvo cierto caudal gracias a los manantiales e interfluvios que avivaron hídricamente el resto del cauce. A pesar de las lluvias persistentes en casi todo el país, parece que tardaron en aparecer sobre esta zona de la provincia de Guadalajara, donde nace este río castellano aragonés.
Los ríos este año bajan pletóricos, rumorosos, bravíos y colmados de este elemento vital que genera el mantenimiento de la vida. A pesar de ser imágenes del año pasado, quiero mostraros estas secuencias fotográficas captadas mientras en una sentada junto al río, contemplaba tranquilamente sin apenas interferir en las labores de este mamífero vegetariano de 200 gramos tan característico de los espacios húmedos, sus idas y venidas. Tras el simpático arvicólido al nadar se formaba una vistosa estela, las formas resultantes en el agua también llamaron mi atención.
Cuando las persistentes lluvias dan como resultado la fluidez adecuada de nuestros ríos, el tiempo desapacible no me parece malo en absoluto.