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sábado, 23 de octubre de 2010

Nacimiento del río Pitarque.


- Las majestuosas fachadas pétreas que encajonan al cristalino río Pitarque acompañan al paseante protegiéndolo del viento y el sol, apoyadas como no, por la exuberante vegetación.


Pitarque es un pueblo de la comarca del Maestrazgo (Teruel), situado a una altitud de 999 metros. Al pueblo se accede a través de la carretera TE-V-8042. El recorrido hacia el nacimiento del río es un enriquecedor paseo de 4 kilómetros por una senda muy agradable, que comienza desde el pueblo que lleva su mismo nombre. La duración es de unas tres horas ida y vuelta, dependiendo del tiempo dedicado al disfrute de la ruta. Remontando el camino en la margen izquierda del río, topamos con la ermita de la Virgen de la Peña, muy recogida y lugar de descanso. En la vegetación de ribera cabe destacar el espeso bosque galería de chopos, sauces y fresnos; a medida que ascendemos encontramos avellanos, arces, quejigos y servales; finalmente, carrasca con boj coronados por la presencia de pino negral en espacios de mayor altitud. Este magnífico cañón fluviokárstico se estrecha considerablemente a medida que alcanzamos la surgencia del río Pitarque, de aguas limpias e increíblemente transparentes. Hay una importante población de buitre leonado y cabra montés; también con suerte, se puede sorprender a la nutria, al mirlo acuático y otros animales habituales de esta zona mediterránea que, vosotr@s tenéis que descubrir si caéis por aquí.



- Las caprichosas formas de la roca caliza, ambientan y alimentan la mirada atónita de los amantes del arte y belleza de la espectacular arquitectura de la naturaleza.




- El cauce artificial de riego que parte desde el azud próximo al nacimiento del río, deja caer sus aguas a causa de su deterioro, complaciendo con su juego de luces a este tramo de la senda.



- Espacio acuático de rápidos, apropiado para el mirlo de agua y los escasos cangrejos de río autóctonos.



- El primer desnivel del agua nada más abandonar la oscuridad de las entrañas de la montaña.



- Y, el nacimiento. La vida y el palpitar de un río que, como muchos, son despreciados con el arrojo de basuras de todo tipo a medida que atraviesan las poblaciones humanas.



- Buitre leonado (Gyps fulvus)


- Alimoche (Neophron percnopterus)

sábado, 4 de julio de 2009

El monasterio de la naturaleza


A medida que el interior se desploma, se habilitan mediante mamparas de obra en piedra y yeso,
los espacios útiles como el presbiterio, con el efecto de poder utilizarlo como capilla.
La necesidad con la carencia, agudiza el ingenio.

Fernando, nos había comentado a Carlos y a mí, la ubicación de un nido abandonado de golondrina dáurica que, estaba adherido al techo del interior de un cobertizo. Una formidable obra de barro típica de esta especie, de la que apenas quedaba la huella del perímetro nidal construido cuando dimos con él.


Era una cita interesante por su rareza en este óptimo paraje, y como hábitat, apropiado.

La golondrina dáurica tiene las mismas medidas que su pariente más próximo la golondrina común, de la que se diferencia en vuelo, sobre todo, por el color crema del obispillo que posee la primera.

El nido concluido, es una verdadera atracción de la arquitectura aviar. Consta de una cámara circular provista de un largo túnel de acceso, todo ello, pegado al techo y en lugares cerrados con escasa luz.


Muros de mampostería.


Nos habló de unas ruinas perdidas a orillas de un pantano, una referencia estratégica para facilitar su localización.

La travesía, una vez abandonada la carretera, era bastante abrupta y desasistida. Si se desconocía su emplazamiento no era fácil llegar al lugar.

Este recogido y abrupto entorno de naturaleza salvaje, tenía un tramo tan inhóspito que, apenas había gente que lo hubiera recorrido, tanto por el monte, como por el río.


Vano en ladrillo de tres arquivoltas.

Debió de corresponder al habitáculo de las dependencias monásticas.


Siguiendo las indicaciones, las ruinas aparecieron como una exhalación al bordear una enmarañada revuelta. La imagen primera fue impactante, quedé atónito, desconcertado, apenas tenía reacción ante la obra tan sencilla entregada al regazo del olvido.

Un monasterio, una construcción austera rodeada de amplio espacio natural y belleza contrastada. Un placer para los sentidos.

Sus moradores no, no eran fantasmas, sino, el roquero solitario, los gorriones chillones, los mirlos, aviones roqueros… Ellos eran, los encargados de darle voz y vida.



Me relataron también, la impactante secuencia del búho real ululando sobre el promontorio rocoso pegado a las ruinas, visto y escuchado durante una noche de acampada.

Qué estampa tan bucólica.



El monasterio está situado a orillas del río Huerva, en la provincia de Zaragoza, junto al castillo de Alcañicejo. Presenta este último, una triste exposición ruinosa mucho más deteriorada.

Fue edificado durante el siglo XIII para la cabecera sur, y en fechas más avanzadas para el resto. Se hizo para albergar una comunidad de monjes del cister. En su día, fue el primer monasterio cisterciense de Aragón, conquistado por Alfonso I El Batallador, y por cuyas estancias pasó el Cid Campeador.

En 2002, fue declarado, Bien del Patrimonio Cultural de Aragón. Es uno de los templos románicos más desconocidos de esta tierra.



Sin duda, un terreno edificado y tallado artesanalmente por el hombre, utilizado en el medievo de la religión y las cruzadas y, devuelto a su original propietaria, la naturaleza. Engalanándola para siempre con el arte y siglos de esplendor, a pesar de su decadencia estructural.



Columnas y capiteles soportando la carga de la nervadura. En el interior de sillares y, exterior en ladrillo.


Ventanal realizado en ladrillo y paramentos, en mampostería rejuntada y enlucida.
Detalle de la moldura contorneando el ventanal.


Puerta compuesta por seis arquivoltas de ladrillo, abocinada y decorada con una línea de imposta en piedra arenísca, en parte expoliada.