sábado, 30 de enero de 2021

Cernícalo vulgar regurgita egagrópila en vuelo


En estos paseos limitados por la prevención del confinamiento, hace unos días, registraba con atención la campiña ribereña cerca del río Ebro. Guardando el perímetro municipal de mi ciudad.
Sin objetivo alguno, me dio por seguir el vuelo del cernícalo vulgar Falco tinnunculus sobrevolando la llanura labriega. Esperaba que se acercase algo más al objetivo de la cámara fotográfica, pero, no fue así. Volaba querencioso hacia las terreras, se detuvo en el espacio batiendo sus alas enérgicamente para, finalmente, posarse después en un saliente adecuado. Parece que las prisas por hacerlo tenía mucho que ver con el cargamento transportado por la rapaz; un topillo Microtus duodecimcostatus probablemente.
 
Hace gala de unas armas muy eficaces este halcón, tan común en los campos españoles. Es un gran aliado del agricultor como experimentado controlador de micromamíferos e insectos. De toda su morfología, estacaría su vista infalible.
Haciendo una comparación, en este caso, centrados en la vista; los fotorreceptores (conos) de la retina humana responsables del color absorben tres tipos: rojo, verde y azul. Es una percepción relativamente buena. Sin embargo, en comparación con las aves es bastante pobre porque ellas tienen cuatro tipos de conos sencillos: rojo, verde, azul y ultravioleta. No sólo tienen más tipos de conos que nosotros, sino también más cantidad. Además, los conos de las aves contienen una gotita de aceite pigmentada con la que, probablemente, consigan distinguir todavía más colores.

La visión ultravioleta era conocida en los insectos desde la década de 1880, cuando el vecino de Darwin, John Lubbok, la observó en las hormigas. Décadas después, los biólogos descubrieron la visión ultravioleta en las abejas, por la cual, distinguían las flores preferentes.
Sin embargo, el tipo de cono en las aves capaz de detectar el ultravioleta se descubrió en los años setenta.
Se sabe ahora, que muchas aves, quizás la mayoría, utilizan específicamente algún grado de visión ultravioleta útil para hallar alimento y pareja. La visión sobre el plumaje entre las aves descubre tonos imperceptibles para la vista humana.
 
Volviendo a nuestro halcón más común, la visión ultravioleta le otorga una gran ventaja en la prospección de terreno en busca de presas, ya que el cernícalo puede rastrear a los topillos desde el aire por el reflejo ultravioleta de sus rastros de orina.
Reducir el espacio de campeo,
 es un logro muy práctico durante la búsqueda de determinado tipo de presas por el ahorro de energía.


He visto al petirrojo, alcaudón común, cigüeña blanca, garza real, mochuelo, búho real, etc. regurgitar una egagrópila. En el búho real, curiosamente, me dio la impresión de verlo pasar un mal rato. Esos movimientos peristálticos parecen agónicos.

El día de esta entrada, al fotografiar al cernícalo vulgar, advertí que algo dejaba caer durante el vuelo. Al mirarlo en la fotografía descubrí que se trataba de una egagrópila. En ese momento, la rapaz transportaba un topillo entre sus garras.
Es la primera vez que lo veo y, me parece muy interesante. 

Arriba está la misma imagen a contraluz sin retocar; abajo con algo más de luminosidad.


Macho de cernícalo vulgar sobre una terrera dispuesto a alimentarse con la carne de un topillo recién capturado.








 

martes, 26 de enero de 2021

Un frío de mal recuerdo


Pasada la ola de frío Filomena tras los avisos de Aemet, quedó un paisaje sorpresivo para aquellos que infravaloraron su capacidad de acción. Un caos total para quienes no contaron con la previsión de los mandatarios oportunos, sufriendo sus nefastas consecuencias.

Llegaron las avefrías Vanellus vanellus, que no veía desde hace tiempo con estos inviernos pasados nada fríos. En esta ocasión, empujadas por esta fuga de tempero (hecho accidental y aislado por estos fenómenos cíclicos gélidos) y aparecieron más ejemplares que en las corrientes invernadas.

Con la llegada de estas aves, recordé aquella ola de frío de enero de 1985. No fue un buen año para ellas. Entre los días cuatro y diecisiete de enero del año en cuestión, España entera sufrió los rigores de una ola de frío provocada por una masa de aire ártico, que procedente del norte de Europa alcanzó la Península. Sin obviar el resto de días por su crudeza, el valle del Ebro fue un canalizador de viento gélido y seco que endurecía el paisaje y despellejaba los labios.

Las orillas del Ebro, galachos y terrenos de cultivo; todo en general, estaba congelado. Muchas avefrías que venían precisamente escapando de la trampa mortífera del intenso frío del norte, se encontraron bastos terrenos helados de donde no podían extraer los invertebrados con que alimentarse. La inanición fue haciendo estragos en ellas. Debilitadas por el hambre, eran presa fácil de predadores y del viento que las estampaba contra los árboles o cualquier punto elevado. Llegué a ver incontables ejemplares muertos, además de montones de plumas como muestra de su malogrado destino.

En las noticias se hicieron eco de la dramática mortandad de estas aves a causa de la devastadora ola de frío. No he logrado el reportaje de la noticia en Internet.

Un ejemplar de avefría debilitada por el hambre. La quilla del esternón sobresalía de los inexistentes músculos pectorales. Prácticamente consumida, el ave murió en mis manos segundos después. Enero de 1985







Aquel invierno de 1985 fue la ola de frío más mortífera. Por si fuera poco, en dos semanas murieron 38 personas sin hogar congeladas por el frío. Dos semanas en gran parte de la península a una temperatura de diez grados bajo cero.

Sirva esta entrada para su recuerdo.


sábado, 23 de enero de 2021

Bisbita pratense


Una nevada descomunal, para estas latitudes, ha dejado todo perdido de blanco. Muchos paseriformes buscan apresurados arbustos y matojos semicubiertos donde introducirse para buscar alimento; insectos, semillas, etc. Ahora, las aves, parecen haber perdido algo de temor ante el observador, dada su prioridad por alimentarse desesperadamente. Perder calorías es un inconveniente que pueden pagar muy caro con este frío. Han de mantener su temperatura corporal de 40 gr.

Cruje la nieve a mi paso, helada y resplandeciente. Deslumbra su albura en todo el campo asilvestrado, donde los pajarillos pululan algo desconcertados buscando su sustento. Años atrás, todo este territorio ribereño fue cultivo de chopos, talados ya definitivamente.

Los pasos consumen poco a poco el trayecto establecido y, repetidas veces, salen lanzados al vuelo como una ola creciente unos pajarillos de plumaje discreto. Rompen el silencio en ese preciso momento con una penetrante voz de alarma, abandonando el escenario importunados. No tardan en posarse de nuevo. Ahora, con más sigilo, puedo observarlos detenidamente. Son bastante confiados y se dejan ver con facilidad una vez localizados a pesar de su críptico plumaje.

Los bisbitas comunes Anthus pratensis se reparten por doquier en nuestro territorio, optando preferentemente por zonas deforestadas cubiertas de pastos húmedos. Se inclinan claramente, durante su invernada, por los sectores más térmicos de la Península Ibérica.















lunes, 30 de noviembre de 2020

ANTÓN GARCÍA ABRIL: sinfonías de la naturaleza



Unos álamos negros Populus nigra de la hoz de Pelegrina, se agitan con el viento sobre el campamento del equipo de El Hombre y la Tierra. El sol, arranca destellos áureos mientras bambolean sus copas rítmicamente con veladas luces intermitentes. Amarillentas hojas interceptan la escena durante su caída, propagándose en el espacio como diminutas partículas en forma de luminosos copos de nieve.
Toda la esencia del otoño empaña con su colorido la cárcava del río Dulce. Entonces, suena una música que inunda la estación que adormece el sotobosque. Una música que penetra en lo más profundo del corazón humano dándole vida frente al ocaso estacional de la naturaleza.
Es una de tantas creaciones sinfónicas del turolense Antón García Abril. Un genio y artesano de la composición musical, escenificador del drama, la tensión y el sosiego de la vida silvestre. Otoños y primaveras, inviernos y veranos fusionados con magistral poesía sonora gracias a su percepción sensorial, combinada con todas las demás resonancias de la naturaleza. Un golpe de anhelo y esperanza capaz de superar el desánimo de los días menguantes.

Si Félix Rodríguez de la Fuente fue la voz de la naturaleza, es justo que la música de Antón García Abril sea el fondo sonoro de todos los rincones vivos de nuestro medio natural.

 

“Siempre he intentado que la música se convirtiera en imagen y la imagen en música, y a veces lo he conseguido”

Antón García Abril                                            

Compositor de la banda sonora de los capítulos de El Hombre y la Tierra



Momentos otoñales

Viviendo los paisajes, las secuencias de la fauna Ibérica en todo su esplendor y, todo lo relacionado con la naturaleza, siempre me acompañó y me acompañará como sonido de fondo la extraordinaria música de Antón García Abril