lunes, 25 de mayo de 2020

El león de Zaragoza, los osos y otros animales de aquel infame cautiverio



Mirando diapositivas estos días, encontré la foto testimonial de un macho de león que, probablemente, fuera adquirido como emblema vivo de la ciudad de Zaragoza. Hablo tal vez, de 1981 cuando hice la foto, ya en la recta final de este macabro zoo ilógico. Me atrajo esa mirada perdida hacia lo alto, derrotada, rallada por la verticalidad de los barrotes férreos, frontera insalvable de su libertad.
“La figura de un león rampante en nuestros emblemas se debe a que Alonso VII, rey de Castilla y León, fue durante unos dos años rey de Zaragoza y cedió el animal heráldico a esta ciudad”.
Este león (el de la imagen) ingresó como regalo de un gremio particular en una de las jaulas adosadas de este parque zaragozano para deleite de paseantes. Murió como el resto de animales, pero a éste, lo quemaron vivo.
Como es costumbre en este país, sus animales representativos parece que lo son para esparcir sobre ellos la ira e intransigencia de gente carente de empatía que solo fomenta odio. 

Todavía me llega el olor nauseabundo de las jaulas de aquellos animales despojados de un espacio natural de medidas vitales para ejercitarse convenientemente. Caminaban o vagaban por una enorme extensión de la nada. Inmersos en un círculo eterno de cemento húmedo de orines y excrementos, desesperados en unos reducidos cubículos con un viciado movimiento de estrés psicológico.
Esta aberración de mini zoo, teniendo en cuenta el dominio de la especie humana sobre las bestias que tanto se estiló durante aquellos oscuros años, se originó con el reconocimiento al diseñador y creador Juan Bruil en 1965, dentro del parque que lleva su mismo nombre en la ciudad de Zaragoza. Por fortuna, se desmanteló en 1984. La única superviviente fue una osa llamada Nicolasa, que sufrió todo tipo de vandalismo y maltrato. Nada favoreció este comportamiento a los zaragozanos.

Me llevó mi padre en los años 70 para verlos e impresionarme. Lo consiguió. Era fauna fuera de mi alcance. En mi pueblo durante las vacaciones lo mas habitual era ver buitres leonados en el roquedo y planeando, nada que ver con estos grandiosos seres vivos de otros biotopos a los que desconocía.
Pasaron por las jaulas tres monos, zorros, un tigre (durante poco tiempo), un pavo real, una leona y un león, un jabalí, una pareja de osos pardos, etc., que yo recuerde y haya rescatado de otras noticias.
La osa, de nombre Nicolasa, sufrió una condena de unos 25 años de vil encierro. Tuvo un compañero llamado Juan, que fue envenenado. Seguramente, vio morir a casi todos sus vecinos de jaula por vandalismo e insalubridad. Por si fuera poco, el perdigonazo de un malnacido la dejó tuerta, por allí pasaba lo mejor de cada casa (también pasó buena gente). En ocasiones la llevaba algo de fruta y, al ver su cuenca ocular vacía, se me desplomó el ánimo. Sufrió un constante maltrato tanto de desalmados como de cuidadores irresponsables. Las jaulas, desatendidas, eran un pudridero de alimentos acumulados por los rincones.  

Gracias a los cuidados voluntarios de Alberto Cortés, un veterinario venido de Rioleón en Tarragona y conocedor del cuidado de osos, se ofreció al ayuntamiento haciéndose cargo de la osa. Se ocupaba de mantenerla limpia, alimentarla y realizarle los análisis oportunos. 
El médico veterinario relató que “la primera víctima en llegar a tan infame lugar fue Zara, una cachorra de león que fue presentada en sociedad por todo lo alto en unas Fiestas del Pilar”. También expresó que los animales “iban muriendo cautivos en condiciones pésimas o en circunstancias aún menos agradables, como un león que fue quemado vivo o un jabalí con el que se organizó una batida después de que aumentara de tamaño y ya no cupiera en su jaula y que terminó sirviendo de alimento a los ancianos de la Casa de Amparo”

A principio de los años 80 la gente se movilizó preocupándose del lamentable estado de Nicolasa. No se me ha olvidado la carta de un lector al boletín gratuito del ayuntamiento de Zaragoza que decía: “Me gustaría saber quién fue el animal que metió a esos animales en tan inmundas jaulas”.

En 1984 salió por fin la osa de Zaragoza hacia el parque de Rioleón pero, no abandonó su enfermizo ritual de dar vueltas continuamente a pesar de tener mayor espacio. Estuvo aislada del resto de osos, regeneró su piel y su aspecto mejoró. Murió cinco años después.

Para no olvidar este, ni ningún tipo de maltrato animal, expongo esta entrada dejando atrás el horror que supuso crear estos espacios carcelarios para animales. 
Con el paso de los años, Zaragoza optó por convertirse en una ciudad libre del maltrato animal, erigiendo una placa de respeto y recuerdo hacia estas martirizadas especies en el mismo parque.

Osa Nicolasa (foto archivo; Heraldo de Aragón).


Movimiento social a favor de liberar a la osa cautiva tras largos años.




Alberto Cortés, es el veterinario que se apiadó de la osa para cuidarla durante el tramo final de su estancia en la jaula antes de ser trasladada a Rioleón Safari en Tarragona.


Momento de anestesiar a la osa mediante una cerbatana para manejarla mejor durante el traslado.

Fotografías en blanco y negro 2,3,4 y 5 de Daniel Pérez.
http://dp-foto.blogspot.com/2011/05/la-osa-del-parque-bruil.html



lunes, 11 de mayo de 2020

Van floreciendo las retamas



Estos días las retamas se visten de intenso color amarillo. Sus aguzadas ramas y enjutos troncos soportan una desmesurada luminaria floral, tan atractiva para el paseante como para los seres polinizadores. Surgen y caen como desbordantes cascadas gualdas desde el entramado ramaje. Son inconfundibles arbustos de sencillo paisaje como ramblas, taludes, barrancos y llanadas extremas donde ofrecen ahora su mejor gala. La naturaleza no descansa y continúa fabricando laboriosamente vida y color.       

Aún guardo en mi mente las sentadas al lado de una retama al borde de un terreno de labor. Era mi referencia a la hora de montar el observatorio. Desde allí, se abría una panorámica llena de vida a lo largo de un rojizo cortado calizo que hacía mis delicias.
Cantaban las chovas piquirrojas a su llegada al barranco, ocupando sus respectivas oquedades con su particular algarabía. Llegaba además, el alimoche con los restos de compra adquiridos en el peligroso asfalto, el mejor supermercado para esta rapaz. Aparte de la imperecedera rumorosidad del río, rompían el silencio del aguardo ruiseñores, mirlos, currucas, fringílidos, y algún azulón asustado junto a la garza real en un encontronazo con el hortelano a la hora de regar. Entre tanto, crecía el viento y la retama componía un susurro áspero y constante junto a mí. Lo escuchaba mientras miraba todo el panorama vital del sotobosque y la quebrada. De soslayo, advertía también al roquero solitario perfilando los salientes abismales. Y el pájaro, atento y vigilante, no inquietaba a la hembra de búho real aun teniéndolo cerca del nido.

Todo el fragor de la escena recogía espacios de tiempo variables y tenía como precursor al viento reinante que iba apabullando al retamal. Cierzo aragonés. El molesto meteoro siseaba a través del enramado que me protegía ligeramente mientras observaba con el telescopio. Sacudía sus enjutos troncos con fuerza y, airosos, apenas se doblegaban. Manojos de ramitas filiformes con forma de escobas al son del viento, obligándole a corear simultáneamente un silbido pertinaz y envolvente que siempre me agradó.
En los días ventosos de estío moribundo, el arbusto ya cargaba con multitud de redondeadas y secas vainas portadoras de simiente, que agitadas, repicaban como tenues sonajeros. 
Sufrida retama, arbusto de terrenos baldíos y difíciles, adaptada y rebelde ante los inmisericordes temporales y devastadores incendios. 

La retama Retama sphaerocarpa tiene raíz profunda que alcanza la capa freática y evita la erosión. 
Es conocida en Aragón como ginesta o escobizo. De ella se utilizaban los troncos y ramas para hacer escobas rústicas. 


Día de fuerte viento racheado en el retamal. 

Dependiendo de la altitud y la localidad, florece de abril a junio o julio.


En los medios urbanos luce espectacular como cualquier planta ornamental.

La retama se muestra generosa como percha con los pequeños pájaros pero, no es amable para albergar sus nidos. 
El triguero Miliaria calandra es habitual cantor del enjaulado ramaje de este arbusto.

Las flores de la retama producen néctar y atraen a una gran diversidad de insectos (himenópteros, lepidópteros y dípteros).
Si os fijáis en la atareada abeja está siendo vigilada por una araña cangrejo, flor mortífera de la retama.



Estos arbustos pueden alcanzar hasta tres metros de altura. 

Poco exigentes, se adaptan a cualquier tipo de terreno, desde el nivel del mar hasta unos 1400 m de altitud. Requiere un clima mediterráneo no excesivamente húmedo ni frío.


Chicharra Cicadetta montana en retama.
"Durante la siesta, la chicharra da cuerda al tiempo", greguería de Ramón Gómez de la Serna (periodista y escritor español, generación de 1914). 
Siempre me acompañó desde tiempos escolares la chicharra de Ramón, impulsor de este género literario. Mucha sorna la de Ramón.
https://www.rtve.es/alacarta/videos/filmoteca/orador-mano-protagonizado-ramon-gomez-serna/1623254/

Fruto leguminoso y globoso de color pajizo. En el interior se aloja una semilla (raramente dos) y son liberadas al abrirse las vainas.


Escríbano soteño Emberiza cirlus en un tronco de la retama.

Las semillas libres en sus vainas suenan al agitarlas.


Los incendios abrasan el monte y dejan los troncos de las retamas como rejas de jaulas semiesféricas. Y, en estos terrenos pedregosos, secos y poco productivos resurgen de nuevo. 

Incendios desoladores para especies como la sabina negral que no rebrota como los enebros y retamas.

Nuestra protagonista, curtida como los terrenos que habita, rebrota con fuerza protegida por el esqueleto de su calcinada estructura leñosa.
En muchas zonas fue utilizada su leña para los hornos de las tahonas.

Mas sobre la retama;

http://naturaxilocae.blogspot.com/2013/02/el-ginestral-del-rio-camaras.html
https://www.wikiwand.com/es/Retama_sphaerocarpa

domingo, 3 de mayo de 2020

El tejado soleado del mochuelo



Cuando miro las fotos, a veces, no caigo en los detalles básicos que proporcionan una historia. Las miro repetidamente, me gusta recordar con nostalgia el momento placentero de aquella observación. Esta vez, tocó a un mochuelo Athene noctua posado sobre el perfil de un vetusto tejado; soleándose. Concentrado en los detalles, me alertó su plumaje humedecido. 

Aquel preciso día, para acortar distancias camino de una vieja construcción mientras atravesaba un apretado herbazal, el rocío empapó mis botas ya desde los primeros pasos. Quería llegar hasta el corral de ganado ovino y encontrar un punto adecuado para fotografiarlo. Había llovido anteriormente con ganas, todo estaba enfangado y, de hecho, el año en cuestión ya figuraba como el más lluvioso desde 1981.
Al viejo cobertizo le faltaba una pared lateral. Se desplomó dejando una buena abertura aprovechada ahora para guardar el obsoleto remolque; tal vez, de por vida. Y en lo alto del tejado, agradecía la pequeña rapaz nocturna el enorme favor del gran astro. Estaba muy cómoda con los primeros rayos de sol. 
A pesar de la escasa calidad de las fotos no sólo destacaba el desaliñado plumaje del pecho, las calzas y las puntas de las rémiges y rectrices, también se apreciaba el gancho de su pico ligeramente embarrado como los dedos y las uñas de sus garras.
 
Pico y dedos embarrados en la imagen ampliada para apreciar los detalles. 

A toda esta reflexión se unió el capítulo de alimentación del mochuelo en la enciclopedia de Fauna Ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente “Un búho que come lombrices”. Entonces debía de ser un dato bastante común en Europa central, cuando en nuestro país despertaba el interés y la curiosidad por conocer mejor a su fauna en todos sus aspectos biológicos.
Se sabe que para el mochuelo, las lombrices son de un gran valor nutritivo e importante en la alimentación de sus pollos durante la estancia nidal. Por lo tanto, se entiende esta oportunidad brindada a los progenitores de aprovechar los labrantíos húmedos por las últimas lluvias, sabiendo que les favorece el terreno blando para sorprenderlas.
 

No es fácil conseguir unas secuencias camperas del mochuelo en acción. Pero, me tuve que conformar con esta en la que la rapaz parece concentrada en el suelo blando y húmedo del terreno. Así estuvo rondando el lugar durante quince o veinte minutos.

Las lombrices excavan galerías en el suelo y salen de noche a explorar sus alrededores. A medida que perforan la tierra la van ingiriendo, extrayendo de ella nutrientes que provienen de la descomposición de materia orgánica, como hojas y raíces. Una lombriz puede comer en un día el equivalente a un tercio de su peso corporal. En épocas de humedad copiosa arrastran hojas al interior de la tierra para alimentarse. 
Todos estos pasos en falso también dados por los insectos y micromamíferos, son aguardados por el mochuelo que, como bien sabemos, es un aventajado alumno en su territorio de caza.
Claro, no deja de ser curiosa la oportunidad de aprovechar las lluvias torrenciales que obligan a las lombrices a salir a la superficie para alimentarse o no ahogarse. El mochuelo aprendió la maniobra que realizan estos anélidos, y supo aguardarlos pacientemente en la superficie para capturarlos haciendo uso del pico y de las garras. 
Sin embargo, esta pequeña pero gran rapaz también impresiona por otras excepcionales dotes cazadoras no solo de lombrices, escolopendras y escorpiones. Así nos deleita en los resultados de un estudio sobre el mochuelo en Sierra Morena Carlos María Herrera, hallando en una ocasión los restos de un arrendajo Garrulus glandarius y de un cernícalo vulgar Falco tinnunculus en un nido. Sorprendente a pesar de los años que han transcurrido desde las citas.
Añadiría dos presas menores a las capturas del mochuelo que corresponden a ejemplares jóvenes de abejarucos Merops apiaster. Hallé los restos al pie de un nido abandonado en unas terreras zaragozanas no hace mucho.