domingo, 9 de febrero de 2020

Buitre leonado aporta el primer palo al nuevo nido




He dejado que la historia de esta entrada terminara de hacerse, sin embargo, nada es definitivo.
Lleva tantos años el búho real Bubo bubo anidando en esta misma oquedad que resulta desalentador ver como otros animales la ocupan. En la naturaleza se defiende el territorio ante otros congéneres, pero el lugar habitable no tiene papeles, aunque pese al observador; es ley de vida. Las especies lo asumen estoicamente.

Sé que la rapaz nocturna revisa los nidos durante casi todo el año. Cuando miré la tierra del cuenco tras haberla alisado con las manos, pude comprobar dicha actividad (también la de otros merodeadores que se descubren con vídeo-trampeo).
Quería comprobar si las cabras abordaban el altillo nidal de la rapaz nocturna para saber si pudiera existir otra ubicación diferente que el búho real utilizara al serle arrebatado. Visitar el nido fuera del periodo de cría no implica ninguna molestia, ya que, fuera de ella, no tiene interés para la rapaz. No importa la de veces que el búho real visite el nido, parece que al final, cerca del período reproductor, es cuando la hembra se decide por uno u otro.

El receptor de imágenes estuvo unos días en la oquedad y, al recogerlo, no vi indicios de nada en particular. Todo cambió al descargarlas en el ordenador. Me impactó el privilegio de observar por primera vez cómo comienza el planteamiento de un nido nuevo el buitre leonado Gyps fulvus
21 diciembre 2020.


                                        


En la cámara exterior (modo fototrampeo) antes del vídeo, se fraguaba la consolidación de la pareja con una cópula (de otras tantas a lo largo del año). 
Todas las fotografías de la pareja de buitre leonado son anteriores al vídeo.



El ajustado fondo de la entrada, hacía difícil un encuadre mas espacioso. Sin embargo, se aprecia uno de los dedos del macho encima del dorso de la hembra mientras copulan.

Después de la cópula, un momento de distensión hasta reaccionar de nuevo con los preparativos para el nido. 


La cámara congela el momento en que la hembra prende el palito con el pico que dejará en el interior de la ajustada oquedad según se aprecia en el vídeo.


Un par de semanas después el cúmulo de leña gruesa que conforma la plataforma ya está construido. Sólo falta el forro mas suave para el cuenco.


Desde abajo, observo el nido del buitre leonado (a la izquierda está el del búho real). Han pasado cuatro semanas. No veo ningún avance en el mismo y, sospecho que lo han abandonado por causas desconocidas. 
Tal vez, los buitres no aguanten la presión de los vehículos que transitan por el camino adyacente. También, existe la posibilidad de molestia de la rama de higuera que sobresale sobre el nido, imposible de arrancar por los carroñeros.

Hace dos años, el búho real crió en la oquedad contigua que hay a la izquierda. Aquel año, la hembra y los pollos estaban ocultos entre el murete de las dos oquedades mientras contaba desde mi observatorio el desfile de romería de 113 personas por el camino. Dudo que el buitre lo hubiera soportado.

1 de febrero del presente año. La pareja de búho real se ha reunido en el posadero del macho frente al lugar de cría. Es posible que ambas rapaces hayan visto la eficacia constructora de sus vecinos los buitres leonados y, su posterior abandono. Por lo visto, puede que estén de suerte (lo sabremos para marzo) y ocupen la susodicha oquedad en la que, si es elegida por la hembra, podremos asistir a otro periodo reproductor de esta portentosa rapaz de la noche. 
Veremos el desenlace final de cría de esta pareja, tan presionada por buitres y cabras monteses en toda su cortadura principal.

jueves, 23 de enero de 2020

El circuito del colirrojo tizón




Las abruptas murallas calizas, muelas y collados ibéricos quedan sumidas en un paréntesis invernal complicado, de soledad, en parte, abordado por la escapada temporal de los colirrojos. Los invertebrados se protegen del rigor invernal utilizando sus mejores estrategias de diapausa, refugiándose entre los recovecos mas inaccesibles. Esto obliga al tizón a buscar suerte en altitudes mas bajas donde sus potenciales presas estén mas confiadas por la alternancia de días mas benignos. 


Hembra de colirrojo tizón Phoenicurus ochuros durante su ruta típica de campeo.



Desde cualquier lugar urbano, se le puede ver actuar sobre una atalaya suficientemente elevada del suelo. Allí, monta la guardia avizorando el terreno en busca del movimiento de invertebrados. Tiene varios puntos de ataque para sorprenderlos que visita repetidamente. Alguna vez se han posado sobre el capó del coche y el espejo retrovisor. Así son ellos, utilizando con interés los oteaderos mas prácticos y productivos.





Hay personas como Marta, amante de la fauna del lugar cuyos inviernos no son tan monótonos, que es muy atenta con los pájaros. Tiene la amable costumbre de contentar a estos alegres vecinos temporales aportándoles alimento en un plato para que superen los días mas difíciles. Y los colirrojos, en efecto, le responden dando buena cuenta de un manjar resolutivo para esta complicada estación. La acompañan con su presencia vivaz de un modo incomprensible para muchos, pero, que recrea y entusiasma a quienes ejercen estos desinteresados detalles con las aves cercanas.










sábado, 11 de enero de 2020

Cogujada montesina




Cómo ha cambiado todo en el medio rural. No digo que lo haya hecho para mal, sino todo lo contrario. Se aprecian comodidades desconocidas en aquellos años, tan severos por la carestía alimentaria y rectitud política. Uno no termina de olvidar ciertas vivencias de antaño, sobre todo, por la sencillez de vida y la combinación de amabilidad y apoyo entre la gente de los pueblos.
Me viene a la memoria el trabajo tan agotador ejercido por los agricultores que segaban con los únicos aperos disponibles; la hoz y la guadaña (apenas había tractores). La hoz castigaba mucho la zona lumbar por las horas transcurridas con la misma postura, arqueada para cortar con la afilada hoja la base de las cañas de cereal. La guadaña era algo más cómoda y permitía hacerlo erguido, con un movimiento semicircular de izquierda a derecha. Ambas opciones estaban acompañadas de horas de sol aplomador. De sol a sol en una paramera donde la sombra era inexistente, salvo en el interior de las construcciones de piedra donde se guardaba la mies, pero, que se convertía en un horno igualmente. Las mujeres también estaban allí, al pie del cañón y al ritmo laboral establecido.





Recuerdo del mismo modo a los gorriones en el pueblo, tanto, como la compañía descarada de las cogujadas en el campo. Tenían una cresta muy graciosa y eran muy atrevidas correteando por los labrantíos y ribazos, además de posarse en los muros de piedra entre pajares. No sabía si eran montesinas o comunes pero, me resultaban curiosas por el plumaje mimético y el copete eréctil. Unas veces correteaban y otras emprendían vuelos de exhibición con cantos aéreos mostrando una fortaleza inusual. En sus carreras sobre las eras donde se trillaba, parecía que se desplazaban sobre ruedas. Apenas se apreciaban las patas por la velocidad de las zancadas cuando corrían en estos espacios llanos. La búsqueda de invertebrados era para ellas un correcalles, sobre todo durante la cría de sus pollos.
Así las recuerdo. 





Hoy los pajares y corrales antiguos cayeron en desuso. Algunos se restauraron como buenamente se pudo y, otros, se hicieron nuevos. Aquellos vencidos por el abandono y el paso del tiempo, atestiguan con la desesperación de sus ruinas la dureza del campo vivida por pastores y agricultores en años muy difíciles.














martes, 31 de diciembre de 2019

Recicladores de nuestra basura



Oropéndola Oriolus oriolus.

Irrumpe primaveral, áurea como el preciado metal, tan codiciado. Es oro puro entre terciopelo verde, de fugaz y resplandeciente vuelo. Una ráfaga luminosa en el sotobosque a la par que inadvertible cuando se posa. A veces, como el viento; se escucha pero no se ve.
Este pájaro de alamedas y sotos ribereños donde el rumor del agua no cesa, siempre causó gran impacto en la mirada de los amantes de las aves, sobre todo, por la fanérica combinación negra y amarilla tan vivaz. 
Soy gran admirador del pájaro de oro por su fulgor deslumbrante durante el breve paso entre las frondas de los árboles. Siempre atento a su esquivo vuelo.





El dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo en un breve programa de Televisión Española de los años setenta "La bolsa de las palabras", se extasiaba con la descomposición silábica de oropéndola. O-ro-pén-do-la, recitaba con inusitado placer, explicando minuciosamente la raíz etimológica del melódico término. Péndola "pluma" y, oro en referencia al plumaje dorado. Comparaba metafóricamente un péndulo de oro con el ave por su vuelo ondulado y de brillo áureo. Repetía con la fuerza que le caracterizaba en su complicado programa, el nombre del pájaro desde una televisión joven y pujante, donde la falta de escolarización imperaba en aquellos años. 
Cómo echo de menos este tipo de programas en la actualidad.


El río Ebro arrastra en su cauce infinidad de basura generada por los habitantes de las poblaciones ribereñas. Todo el arbolado de las orillas atrapa estos restos en sus ramas, reteniéndolos durante años. De ellos se abastece nuestra protagonista.



Pero dejando aparte el asombro que causa la bella oropéndola; una vez pasado el otoño, me desmoralizó descubrir un peculiar nido vacío de esta ave. Ya no era aquella construcción de finas hierbas alternadas con restos de lana e inflorescencias (pelusa) de los chopos, etc. El nido conservaba el cuenco elaborado con finas hierbas y el perímetro tenía el revestimiento suave que sujeta el cuenco a las finas ramas del árbol escogido. Sin embargo, ese amarre a la horquilla había sido sustituido por toallitas y restos de compresas. Vertidos humanos sin control que derivan en la utilización de estos materiales del futuro. El futuro de la basura gestada por el hombre. Basura que ya no sólo utilizan milanos negros, cigueñas, buitres leonados, etc. para la construcción de sus nidos; ahora, también incluye al pájaro dorado.


El monstruo de las toallitas cuesta 120 millones al año en España: "Algunas marcas las venden como desechables, pero no lo son", eldiario.es


lunes, 30 de diciembre de 2019

Calandrias




Este sábado pasado había una gran explosión de vida en campo abierto. Labrantíos plagados de aves.
Tierra aguardando los surcos del tractor para el resurgir de nuevas cosechas.
La naturaleza retomó de nuevo el pulso de la normalidad tras la borrasca Elsa, protagonizada por el fuerte y molesto viento.

Un cielo tachonado de calandrias dejaba caer, como una catarata, sus trinos. Y así, con vuelo decidido, asaltando las alturas, rivalizaban en la reconquista del espacio. El homocromo plumaje teñido de tierra y piedra, las hace desaparecer en el suelo para protegerlas de sus enemigos naturales. Precaución en todos los sentidos. En la planicie no conviene destacar salvo para despuntar a cielo descubierto como perseidas el fragor de su canto con arabescos aéreos. Preludio del apogeo nupcial.


Calandria Melanocorypha calandra.


Mimetismo sorprendente el de estas aves cuando permanecen posadas.

Antaño; no sé si en la actualidad seguirán con esta práctica tan abominable, los pajareros de jaula examinaban concienzudamente las planicies en busca de los nidos de estas aves. Enjaulaban a los pollos en vecindad con canarios y jilgueros, cuyo canto aprendían a modular, añadiéndole espléndidas variaciones.

Su alimentación se compone de invertebrados y semillas, pero, se las mantenía en cautividad estrictamente a base de éstas últimas.

Extracto del libro PÁJAROS DE NUESTROS CAMPOS Y BOSQUES de Pedro Ceballos y Francisco Purroy. 





Los llanos ocráceos de dinámica reverdeciente, borran el plumaje a los aláudidos posados. Pero, por desgracia, también acumulan la muerte dormida de los plaguicidas agrícolas, letales para su población y futuro. 


Corrales y tablas de cultivo.


Aljibe artesanal tapiado con piedra del lugar.




Calandrias disputando en vuelo. Toda una exhibición acrobática sin límites en las llanadas zaragozanas.