Efervescencia sonora en el sotobosque, debido a la multitud de voces entre la maraña vegetal, es la palabra que mejor definiría todo este entorno natural. Los prismáticos giran como locos en busca de todo ser viviente moviéndose entre la espesura del entrelazado ramaje, inmerso además, en la eterna penumbra foliar.
La vida se abre camino, en éste caso, representada por el joven y rodado volador todavía vigilado de cerca por sus progenitores. El joven verdecillo Serinus serinus, atisba atentamente todo lo que le rodea, incluso mi persona. Pasa a su archivo mental mi forma, para adecuarme en su memoria a la hora de atribuirme cierta peligrosidad o no en posteriores encuentros. El pequeño lo mira todo, los padres se inquietan ante la curiosidad imperecedera del inexperto paseriforme.
Un asustado autillo Otus scops, ahuyenta de carambola a nuestro verdecillo. Seguramente, era la mejor opción para arrancar al pequeño canario silvestre de una zona tan expuesta. La familia prosigue con su prospección matinal.
La diminuta rapaz nocturna ha salido de alguna oquedad de la terrera y, casualmente, lo ha hecho debido al paso asilvestrado de un motorista de cross. Buena leña al acelerador que el campo es suyo. Que la turbulencia de polvo nuble todo el mundo que deja atrás, sin darle importancia. Vivir cómo el presente, a golpe de acelerador, se arrima a mayor velocidad delante de la visera de su casco para sortear o atropellar. Ruido, además, ascendente, como si la escala de agudos fuera a terminar en una explosión nuclear. Con qué satisfacción nos va perdiendo y apartando a los demás mortales de su camino, quienes compartimos el polvo levantado por las ruedas de su cabalgadura.
Creo que el autillo habrá notado la vibración bestial de la moto rodando por el cercano camino que transcurre sobre su posible nido. Su mirada incendiada alcanza mi ubicación, haciéndome responsable de semejante temeridad. No, no he sido yo pequeño. A mí me gusta el silencio tanto como a ti. Pero no a todos, claro.
Cuando el autillo se funde en la oscuridad del entramado ramaje de árboles y arbustos, me ausento del lugar para observar el punto donde abandonó su oquedad de descanso o de cría. Una vez frente a ella, veo que se trata de una galería abandonada de abejaruco Merops apiaster. Hay varias dispersas de una pequeña colonia que anidó anteriormente. A nuestro pequeño búho estival llegado de África, mas inclinado por los nidos en huecos naturales de árboles o practicados por pícidos, le interesan además de otras, las oquedades de los abejarucos, mas ajustadas para evitar molestas visitas exteriores.
Oquedad practicada por abejaruco y probable morada del autillo.
Ejemplar de abejaruco Merops apiaster en las cercanías del sotobosque.
Otra galería de abejaruco, solitaria, de pequeños grupos de cría.
Terreras del Ebro
8 de Junio de 2019