viernes, 18 de agosto de 2017

Un joven zampullín chico (Podiceps ruficollis)


Ejemplar adulto de zampullín chico con una cría en el dorso. 

Elegí este lugar hace un par de semanas para avistar su fauna rupícola por estar situado en una zona de barrancos calizos, y me entretuve con una especie que no esperaba encontrar entre tanta piedra y escasez de agua.

En la parte alta, unas tablas ocupan una vaguada capaz de retener la humedad de las riadas tras fuertes tormentas. La línea de bancales escalonados sujeta la frágil tierra que, de otro modo, terminaría diseminada en el fondo del barranco. Entre ambas zonas, una balsa estacional, habitualmente llena, abastece al ganado de un corral adyacente; además de saciar la sed de muchos animales silvestres. La balsa está a pocos metros del salto calizo, y la poza del fondo, también aguanta el agua durante buena parte del año. 







Cazadores neandertales dejaron huella aquí, en el Barranco del Mortero mediante interesantes pinturas, representando quizá, parte de su sentimiento y actividad cotidiana en las paredes de covachas poco profundas que sirvieron como abrigo o aguardo para la caza en este territorio tan accidentado. Precisamente, esta poza congregaba hace miles de años a animales salvajes que la utilizaban para abrevar; y desde dichos aguardos, estos cazadores rudimentarios los acechaban y acorralaban para darles muerte. También aprovechaban el efecto embudo a lo largo del cañón, persiguiéndolos hasta el final para encerrarlos en este punto. Una escapatoria, para los animales, bastante difícil.



Pero nuestro cazador es otro, pequeño y, eficaz capturando sus presas. Es el menor de la familia Podicipedidae, entre los que destaca el somormujo lavanco Podiceps cristatus, tal vez, el más conocido por sus espectaculares manifestaciones nupciales. 
Lo vi nadando apaciblemente sobre las tranquilas aguas, sin apenas vegetación palustre y, sabía que si tenía algo de paciencia, podría observar detalles de su conducta fácilmente. El zampullín, cuyo nombre le fue asignado por sus zambullidas, me recibió como es habitual en la especie con una inmersión que puede tener una duración de entre 15 y 20 segundos. Con esta estrategia, tiene tiempo de aparecer en cualquier punto de la superficie acuática escapando de la atención de sus enemigos. 
En estas imágenes, como casi siempre algo recortadas, podéis ver la oportunidad que se le brinda a este joven, muy bien preparado, para capturar larvas de rana. Fueron varias horas de una acertada mañana para disfrutar ampliamente de la conducta cotidiana del zampullín chico, con el que será difícil coincidir de nuevo en esta charca tan desprovista de vegetación.

Menos receloso de mi presencia, prosiguió con la búsqueda de alimento. 


Los arponazos sobre sus presas tenían bastantes aciertos. 




Con una enérgica sacudida del pico, pinzando la larva, eliminaba las vísceras. 




Una vez engullida la presa, los restos intestinales son eliminados. 



Aquí se observa bien como ingiere la presa y, simultáneamente, desecha el largo intestino de la larva presionándola con el pico. 


Después de una sesión de abundante alimentación viene el arreglo del plumaje; conducta propia de las aves tras el esfuerzo de atrapar a sus presas. 



Sacudida del plumaje.



Y, como colofón de tan ajetreada actividad, un buen descanso al abrigo protector de un reseco arbusto en la orilla donde no había nada mejor para ocultase. 


Los adultos de rana verde Pelophylax perezi presencian las bajas de su descendencia ante la eficacia predadora del zampullín chico.
Afortunadamente, dada la maltrecha población de anfibios, esta charca presentaba una buena cantidad dada su excelente ubicación.


miércoles, 9 de agosto de 2017

Águila culebrera (Circaetus gallicus)



La agostada planicie está completamente extenuada, sedienta, tapizada con resecos matorrales y debilitados arbustos. Lleva muchos días sin la complacencia del agua por caer del cielo, imprescindible para revitalizar tan ocráceo y amplio paisaje. Solamente se puede pasear a primeras horas de la mañana para observar a los pájaros y mamíferos más madrugadores, antes de sufrir el aplomado calor que se incrementará a medida que avance el día.



Con olas de temperatura extrema, no hay quien aguante el pegajoso abrazo del sol y el camino se hace interminable. No se ve apenas ningún animal en el entorno, están todos al amparo de la sombra, escondidos del calor imperante.
Sin embargo, una rapaz tiende a relacionarse estrechamente con el astro rey. Le acompaña durante su engrandecimiento canicular aprovechando el interés de los reptiles por su calor. Éstos, no pierden ni un momento solar para termoregularse, como tampoco pierde el águila culebrera la ocasión propicia para hacerse, en un descuido, con una confiada pieza que capturar.
El águila culebrera carga con el sol a sus espaldas, ofreciendo a los ofidios un manto blanco y luminoso que la cubre de sus miradas. Se convierte en un escamoso más, reptando entre el viento a la altura necesaria para asediarlos. 
Por eso, un instante tan especial como este resulta muy apreciable dada la oportunidad de presenciar a una rapaz de gran calibre que deleitará al observador con su prospección a baja altura, soportando el agobiante calor estoicamente fiel a las costumbres de sus habituales presas.







domingo, 30 de julio de 2017

Un joven ratonero rescatado


Hace unos días contemplé a dos jóvenes ratoneros Buteo buteo posados en las ramas de un álamo blanco Pupulus alba. Su reclamo era de una insistencia monótona. Uno de ellos tomó un largo vuelo ahuyentado por mi presencia, bien sostenido, y se alejó rápido. El otro ejemplar no me vio, y gracias a ello, pude dar la vuelta para que permaneciera en su rama. Es un lugar transitado por corredores y ciclistas, sobre todo, los fines de semana.
 
La rapaz una vez recuperada del río. 

Precisamente hoy, domingo, mi vuelta ha sido extensa. He querido llegar hasta el soto donde se concentran los milanos negros Milvus migrans para prospectarlo por si hubiera algún ejemplar herido o necesitado de ayuda; el año pasado llegué tarde y hallé uno recién muerto, una lástima.
 

El día ha sido bastante caluroso incluso a las 7´00 horas de la mañana y los insectos picadores de todo tipo estaban muy activos. Poco antes de terminar la ronda, a orillas del río Ebro cuyo caudal es bastante escaso, he podido contemplar la gran cantidad de algas sobre las aguas someras y, como no, la numerosa concentración de aves allí establecida. Claro, las oportunidades para las aves a pocas personas les importa, pero el bajo caudal propicia gran cantidad de alimento para las especies que he observado examinando sus orillas limosas como: cigüeña blanca, cigüeñuela, garceta blanca, garza imperial, garza real, chorlitejo común, andarríos chico, lavandera blanca, etc. Todas ellas han visto incrementado el sustento de invertebrados como un maná esporádico de gran interés; también, la facilidad añadida de capturar peces, ranas, etc.

Pero el recorrido me ha ido acercando hasta el tramo final, pasado el dormidero de milanos negros y, por sorpresa, había víctima, pero, de otra especie; un ratonero. Es raro que una rapaz sea excesivamente despistada y, ésta, se ha movido a mi paso sin levantar el vuelo -malo-. He aguardado pacientemente mirando con los prismáticos la reacción del ave para no alarmarla en exceso. Se hallaba posada sobre el tronco de un álamo negro de mediano porte sobre el río; quién sabe si podía ser uno de los jóvenes que vi hace unos días.
La rapaz iba escasa de fuerzas, favoreciendo, por lo tanto, mi idea de ataque. Ha sido al cambiar de rama cuando el ratonero ha quedado suspendido boca abajo de las garras. Temía que cayera al agua y así ha sucedido. Por fortuna, y con rapidez, su caída al río me ha facilitado la tarea de recuperarlo; eso era lo importante.

Ya está en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Aragón a la espera de observación y valoración de su estado general.  

 Imágenes del momento de su localización, antes de rescatarlo. 

Ahora sólo queda esperar los resultados de los análisis.

lunes, 29 de mayo de 2017

Estampas de hembras de cabra montés

Cabras preñadas 15/04/2017

Aprovechando la verticalidad de los paredones calizos, entre brotes tiernos de plantas seleccionadas, las hembras de cabra montesa Capra pyrenaica hispanica ramonean todos los rincones con objeto de alimentarse y producir la leche necesaria para los tres o seis meses de lactancia de sus recentales a punto de nacer. Han pasado casi los 150-170 días de gestación, aún preñadas, caminan con soltura por las encrespadas rocas calizas. El parto tendrá lugar en mayo y junio.



Los gamones están a punto de florecer y contrastar en las laderas con el amarillo intenso de erizones y aliagas; entre el aroma montaraz de romeros y tomillos.
Después de producirse el parto, los recién nacidos aguardan muy vigilados por sus madres el momento de sumar fuerzas para ponerse en pie. El tiempo apremia, puesto que, si fueran sorprendidos por un poderoso predador, la madre poco podría hacer por él si no estuviera preparado.
Muchos de los nidos de búho real han sido usurpados por estos bóvidos, más fuertes que ellos. Personalmente, he podido comprobar como los espacios de expansión de jóvenes búhos, también son ocupados por hembras parturientas que encuentran estos cobijos ideales para traer al mundo a sus recentales.
Desde la base de los farallones calizos, me impresiona ver a las madres vigilar desde lo alto de cualquier fragmento pétreo sobresaliente el amplio espacio que se abre ante sus ojos, escudriñando todos los rincones con su inquieta mirada a la búsqueda de un peligro inminente. Con ello, la progenitora pretende ganar el tiempo necesario para el fortalecimiento de su vástago por si tuviera que salir a la desesperada.
Da igual que sea un joven búho real, la cabra montesa pendiente de su recental estará dispuesta a todo con tal de protegerlo: ver ejemplo.




Me gustan las escenas animales por su dinámica vital, y no me conformo solamente con ejemplares fotogénicos por su magnitud, si no por el concepto etológico dentro del enriquecido mundo de su biología; por muy sencilla que sea la especie. 

Hembra vigilando desde un punto rocoso elevado. El recental aguarda seguro y oculto en algún hueco de sabina negra o entre la roca.



Cuando el pequeño es capaz de sostener una buena carrera para ponerse a salvo, sigue a la madre. 


 Las cabras de monte se acomodan en cualquier lugar.



Del rebaño de ovejas, siempre hay alguna que se despista perdiendo la estela de sus congéneres.




domingo, 21 de mayo de 2017

El pájaro alfarero (Furnarius Rufus)

El hornero Furnarius rufus es el ave nacional de Argentina; habitante común en Sudamérica.

Es un paseriforme de la familia Furnariidae. Su altura es de 18 a 20 cm y pesa unos 49 gramos.
Se alimenta revolviendo entre las hojas del suelo para hallar todo tipo de invertebrados; captura en ocasiones reptiles del tamaño de la lagartija. Como es un ave urbana, también consume alimentos abandonados por las personas.
El joão-de-barro como se le conoce en Brasil; albañil, alfarero y hornero en Argentina, tiene el don de la maestría a la hora de construir su nido. Utiliza una arcilla mezclada con finas y selectas hierbas, estiércol y paja con los que consigue una argamasa de gran resistencia y duración. Las proporciones dependen del tipo de terreno y, si la cantidad de estiércol es mayor que la de tierra, añaden arena. Ambos sexos participan en la elaboración del nido.
Dentro del nido hay una pared que separa la entrada y el habitáculo de cría, construido para disminuir las corrientes de aire y la entrada de posibles depredadores.
La construcción del nido dura entre 18 días y un mes, dependiendo de la existencia de lluvia y, por lo tanto, de arcilla en abundancia.

Nido sobre la rama de un árbol con dos pollos esperando la ceba. Los nidos pueden ubicarse en lugares tan dispares como postes de la luz, en repisas pegados a las ventanas y, también, en estatuas.
La forma de horno del nido, dio nombre al hornero.

En una observación personal de Demis Bucci, la pareja puede turnarse en la construcción del nido dividiendo las tareas: mientras uno aporta el material, el otro lo distribuye aplicándolo. El nido pesa alrededor de 4 kg. En él, ponen de tres a cuatro huevos y la incubación dura de 14 a 18 días.

Cuando el nido se abandona, cumplida su función, es utilizado por otras especies de aves, ratones silvestres, lagartos, pequeñas serpientes y, también, abejas. 

Como no podía ser de otro modo, un nido excepcional como el del hornero Furnarius rufus, tenía que figurar en el ilustre Museo de Historia Natural de Londres. 


Entre la hojarasca y la madera en descomposición de los jardines urbanos, el joão-de-barro campea en busca de invertebrados de cualquier especie, como lo harían el estornino negro Sturnus unicolor y el mirlo común Turdus merula en ciudades españolas.


La pareja mantiene un ritual característico de cantar a dúo. Es un momento excepcional, donde ambos, unidos de por vida, alzan sus estridentes voces fortaleciendo su unión. 


Como en todas las aves, cuando el momento lo requiere, el aseo es imprescindible para mantener el plumaje en perfecto estado.











viernes, 5 de mayo de 2017

SUIRIRI-CAVALEIRO (Machetornis rixosa) con infección en un dedo.

La fauna americana me fascina. Muchos de sus amables habitantes dedican en sus jardines todo tipo de recursos para ayudar a las aves urbanas. He tenido la fortuna de verlo y me impresiona la satisfacción que les produce su compañía.



5/11/2014 Río de Janeiro (Brasil) 

Una mirada perdida hacia el suelo, a los edificios y al cielo, me llevó hasta un pájaro que también me miraba durante una parada de mi paseo.  Seguía mis intenciones y curioseaba a la vez, como yo, la misma área urbana. El caso es, que me llamó la atención en plena calle de Río de Janeiro y con un calor propio del lugar ver al suiriri, o picabuey como lo conocen en Argentina, apoyado sobre una sola pata. Salvo la existencia de un frío notable, es raro ver a un ave posada y descansando sobre un tarso (postura típica para evitar la pérdida de calor por dichas extremidades). Como el calor era evidente, aguanté, fotografiándolo para determinar algún detalle que pudiera ofrecerme y salir de dudas. Tras el primer giro del pájaro comprobé su problema, puesto que para moverse necesitaba apoyar las dos extremidades. Notaba la incomodidad de ese gangrenado dedo posterior y sospechaba el dolor que debía provocarle la hinchazón.



Es doloroso ver el problema y sentir una tremenda impotencia por no poder hacer nada. Parece mentira que, la cantidad de cabellos, hilos, etc. que se tiran o caen a la calle de manera accidental puedan causar estas graves lesiones en las extremidades posteriores de muchas aves. El ser humano, así como todos los animales con pelo, pierden pelos permanentemente, siendo reemplazado por otro en el mismo folículo piloso. La principal diferencia entre el pelo humano y el pelo animal, radica en el grosor, ya que el pelo procedente de animales suele ser más grueso y tosco que el del pelo procedente de humanos. La queratina es una proteína con estructura fibrosa muy rica en azufre que fortalece el cabello y otras partes externas de animales vertebrados: ranfotecas (pico), plumas, uñas, cuernos y pezuñas. Los pelos sueltos e hilos se enredan en los dedos y tarsos de estas y otras tantas especies de aves que caminan con frecuencia por las aceras o vías urbanas, cortándoles la circulación sanguínea y provocando la muerte del tejido afectado.
Las aves más dañadas por estas causas son las palomas. Todos habréis visto ocasionalmente alguna de ellas caminar sobre muñones y, es debido a los filamentos de todo tipo, invisibles, a la altura del suelo de las urbes que terminan aprisionándoles los dedos al enmarañarse en sus patas.
Para que os sorprendáis un poco más sobre esta problemática de las aves callejeras, os dejo un enlace que despejará muchas de vuestras dudas. Atentos…


El suirirí es un ave insectívora que frecuenta las granjas para alimentarse de los invertebrados que acompañan a los animales domésticos. Si hace falta se suben al lomo del animal y lo desparasitan tranquilamente. La hebra enredada en el dedo posterior de este ejemplar bien pudo ser, quizás, de las crines de un caballo.

Más sobre el suirirí: