martes, 18 de octubre de 2016

Una breve charla con una hembra de búho real


El sábado pasado, me dio el punto y en un momento me trasladé al campo. Es una zona donde puedo ver al búho real sin mucha dificultad. Ahora que están de amoríos, me apetecía estar presente para disfrutar de ellos y de sus manifestaciones nupciales.

Hay multitud de blogs cargados de fotos de búho real, fotos de una calidad increíble y espectaculares en toda su dimensión. No me canso de verlas.
No es mi caso, puesto que no he dedicado apenas el tiempo necesario para preparar, tecnológicamente, el escenario adecuado de fotografía de trampeo para sorprender a tan selecta rapaz de la noche.
Mi técnica es otra y no busca en exclusiva la captura fotográfica, sino todo lo contrario; busco el contacto visual y vocal con el búho real, disfrutar de toda su esencia salvaje.

El plumaje gutural blanco de la hembra a pesar de ser ésta de mayor tamaño que el macho, no luce tanto como el de su consorte cuando reproduce su canto.


Como os comentaba, una vez en el campo rodeado de las luces de polígonos industriales, con la ruidosa autovía y la vía del tren como elementos del paisaje, me dispuse a presenciar el ocaso del sol. La luz escaseaba y las posibilidades para la cámara también. Por lo tanto, plagié la voz del búho real imitándolo lo mejor que pude (no me gustan los reclamos artificiales). Llevo siempre la cámara conmigo pero sin  preparar nada, sólo quería saber que todavía existían en su territorio. Y, los jóvenes ya se habían dispersado. Sobre un talud asomaban las ramas secas de la copa de un álamo todavía vivo, limitando mi panorámica a la parte superior del lugar.
Media hora después comencé a escuchar al macho bastante lejos y mi atención se centró en él. Tanto se centró, que la hembra apareció sobre la rama seca posándose súbitamente a unos 25 metros de distancia. Ya no había apenas luz pero podía verla bien. Con la cámara y su flash accesorio disparé algunas fotos que salieron, salvo las pupilas reflectantes, totalmente negras. Lo que veis, es el resultado de forzarlas y aclararlas con el photoshop.

Con la emisión del canto, el blanco de las plumas guturales se intensifica, dando una señal óptica para el macho.

Muy atenta a todas las direcciones, vigila en equilibrio sobre una rama seca de álamo blanco, el paso de los vehículos de la autovía sin dejar de ulular.

Agotado el tiempo como espectador, decidí cesar la imitación para que la hembra no lo perdiera más conmigo. Así lo hizo yendo en busca de su pareja.

Cuando la oscuridad tapizaba todo, salvo el horizonte industrial, estaba recreándome con la observación tan especial de la jornada. No era la primera vez que tenía un encuentro así pero, éste, al ser el último, me parecía más fresco para comentar. Estaba, como decía, disfrutando mediante la reproducción mental del maravilloso encuentro. Feliz además, de escuchar a la hembra cerca del macho a lo lejos. Estaba tan ensimismado que surgió de la nada una estridente voz, la voz enojada de la hembra de búho real ante mí, un intruso difuminado al amparo de una línea de pequeñas retamas. La voz de alarma de la hembra de búho real es muy estridente, todo lo contrario que su dulce voz nupcial. Me armé de tranquilidad superando el tremendo susto recibido y contesté con la voz apaciguadora. Ella contestó poco después, también, pacificada (por fortuna).


Se fue definitivamente al lugar de nidificación del año actual, desde donde la escuchaba bastante lejos. Por allí la dejé entregada a su futura obligación biológica comprobando tal vez, esos cuencos preparados por el macho para seleccionar uno como mejor opción para anidar.

No sé cuál puede ser el motivo exacto del acercamiento de la hembra de búho real atraída sin duda por la imitación de su canto pero, no por ello, deja de ignorar al extraño ser reproductor del plagio y provocador de su indagación (siempre lo he hecho sin ocultarme). La rapaz nocturna no se suele acercar a más de 20 metros y su curiosidad es insaciable. 
Este encuentro fue de media hora pero, en una ocasión estuve con otra hasta tres horas. Aquella, a plena luz.





miércoles, 24 de agosto de 2016

Golondrinas en una ventana soleada


Desde el cable cercano al soporte incrustado en la fachada de la casa del pueblo, canturreaba el macho de golondrina todas las mañanas. Mi vieja cama, heredada con mucha estima, ni siquiera estaba pintada por no borrar la huella de mis antepasados que en ella se apoyaron. Muy pegada a la ventana abierta, con la persiana desenrollada, conectábamos el pájaro y yo a través del hueco de sus lamas de madera. Daba igual si no quería madrugar, el charloteo de la golondrina a primeras horas, alboreando, me llevaba a la ventana. Allí la veía tan radiante, arrancándome una sonrisa atento a su voz delicada y musical. -No puedo dormir más pero, escuchándote, me alegras el alma-. No creo que estés cantando sólo para marcar tu territorio, pienso que lo haces para alentar a toda la comunidad de seres vivos a disfrutar de un nuevo día de sol y momentos por vivir. El comportamiento mecánico que los científicos os achaca, es sólo para gente cuadriculada. Las golondrinas tenéis el don de acelerar el corazón de las personas que lo tienen. Estos días, os echo mucho de menos en la calle. Los cables de mi ventana están vacíos y, las mañanas desde entonces, son más largas. Tampoco el colirrojo tizón, más madrugador que el gallo, se puede escuchar; las obras en las casas los han dejado sin posibilidades para anidar.



Pero bueno, en esta ocasión he combatido la nostalgia acercándome a otra ventana para revivir de nuevo aquellos días. Una ventana con sus jambas y alfeizar todavía azulados de cal. Azul de blanquear la ropa y aplicado con la brocha de encalar y su alargadera de caña. El paso del tiempo, ha desgastado el azulete y afloran las hebras donde el color tenía más densidad, quedando claroscuros al desprenderse las capas.
Es una familia bulliciosa de golondrinas que ha anidado dentro del habitáculo. Atravesando el hueco de la ventana de cristales quebrados entran y salen estruendosas, acaparando mi atención; alegrándome el día. A estas horas de la mañana el sol es suave y, muy importante para las aves, como para la vida de la mayoría de los seres vivos terrestres. Entre sus mayores beneficios está la síntesis de la vitamina D en la piel, indispensable para el metabolismo del calcio.
La vitamina D tiene un rol muy importante en la puesta de huevos, la calcificación del ave y la supervivencia de los embriones. Es indispensable para el correcto metabolismo del calcio.
La glándula uropigial (la glándula sebácea se encuentra en la base de la cola en la parte posterior y superior de muchas especies de aves) produce precursores de vitamina D, que extienden sobre las plumas con el pico durante el acicalamiento normal. Cuando el ave se expone a la luz ultravioleta (la porción UVB), los precursores se convierten en la vitamina D3 activa, que luego se ingiere cuando el ave se acicala de nuevo. 

Macho y joven de golondrina soleándose placenteramente.


El placer de una buena sesión solar en las golondrinas se aprecia indudablemente por las posturas atípicas mostradas en las imágenes, rara vez visto con facilidad en las aves pero, efectuado por todas y de un modo muy similar en instantes muy concretos de relax. 
Satisfecho de nuevo, con la oportunidad de atesorar otra imagen inexistente en mi memoria, me voy entusiasmado al poder contar con el documento mostrado en esta entrada. 






lunes, 22 de agosto de 2016

Jóvenes aguiluchos laguneros del año


Ya los estuve viendo sobrevolar el carrizo donde nacieron pero, sin posibilidad de ver la plataforma del nido cubierta por la densa marea de cañas. Eran vuelos cortos los que realizaban, a causa del incipiente plumaje todavía incompleto. La zona está protegida por su singular biotopo palustre originada por un meandro del río Ebro, correspondiente al tramo del cauce abandonado tras una crecida del río hace muchos años. Estos restos del Ebro se conocen como “galachos” en Aragón, y tienen un alto valor ecológico por la valiosa fauna que atesoran.
Tenía más o menos previsto un itinerario corto con el nombre en mente de varias especies de las que observar sus jóvenes voladores en progreso. Así pues, mientras preparaba el material óptico, el lugar se animó.



Hasta que no apareció un joven aguilucho lagunero Circus aeruginosus decidido a posarse en la orilla del río, una orilla rebosante de hierba fresca, no reparé en el animal muerto que visitó. No parecía la primera prospección y, si no hubiera sido por la insistencia de intentar sacarlo del agua, no hubiera adivinado que se trataba de una garza real Ardea cinerea; sobre todo, cuando accidentalmente, levantó una de sus alas. Obviamente, no logró su propósito y se fue alimentando con lo más accesible, aún posándose sobre el cadáver flotante, la masa muscular quedaba bajo el nivel acuático.



Interesado por la secuencia, apareció seguidamente otro ejemplar con el que compartió el cadáver sin mediar pelea alguna. Incluso más tarde, acudió un tercero colocándose en un lugar ligeramente elevado donde esperó pacientemente, observando hasta la llegada de su turno.
Que más decir, sólo que, con la historia de estos hermanos (probablemente), ya no me moví del lugar, me dediqué a disfrutar de su primer año de vida para corroborar el intenso aprendizaje del que eran protagonistas con muy buena nota.
Me gusta, cuando hay oportunidad, dedicar el tiempo necesario para ver el final de cada acontecimiento cotidiano protagonizado por la especie observada, disfrutando del desenlace para conocerla mejor en sus diferentes pautas.

La lejanía bajó la calidad de las fotos pero, no del seguimiento. Sin recelar las rapaces de mí por la distancia, el espectáculo de sus disputas con vuelos bien mantenidos me dejaron muy satisfecho.












sábado, 6 de agosto de 2016

El ciclista, los milanos negros y el joven búho real


Hoy he visto a dos pollos de búho real, a lo lejos, reposando curiosos, totalmente emplumados a la sombra y luciendo sus hermosos penachos cefálicos. Uno de ellos es, precisamente, el de esta historia. 
Sin embargo, de este pequeño apunte que cuento seguidamente, han pasado ya algunas semanas.
 

Miraba un ejemplar de búho real Bubo bubo en la rinconada de un talud. Una gran hembra que reposaba, al parecer, bastante tranquila según podía comprobar desde una posición algo alejada a vista de prismáticos. Lo más curioso de todo, precisamente por la tranquilidad de la rapaz nocturna, es que estaba rodeada de más de sesenta milanos negros Milvus migrans reposando en las ramas altas de los  árboles circundantes; algunos, bastante cercanos a ella. 
Expectante por un desenlace inminente, aguardaba la reacción final de la hembra de búho real ante tanto milano avizor. Quería ver con mayor precisión el semblante facial de la rapaz nocturna y comprobar su estado anímico ante semejante amenaza. 
A lo lejos, vi acercarse a un ciclista por el camino adyacente, rodando tranquilo y sin prisa. Me fijé en él esperando su paso para proseguir la observación. Pero, su velocidad fue menguando hasta que se detuvo. Tumbó la bicicleta y seguidamente, se acercó hasta el borde mismo de la terrera atraído por la presencia de tantas rapaces juntas, volando y posadas. Los milanos aprovecharon, armando un revuelo espectacular que sorprendía al atónito ciclista para alejarse del lugar y, la hembra de búho real, con sigilo, desapareció. Se fastidió toda la curiosidad de presenciar un acontecimiento que minaba mi curiosidad, todo ello, por lo mismo que alertó al ciclista no menos curioso que yo. No tengo nada que reprochar la acción del hombre. Como cualquier persona, fue capaz de asombrarse ante un acontecimiento tan espectacular de milanos soleándose y emprendiendo el vuelo simultáneamente, tan cercanos y tan abundantes.
 

Pero no todo acabó allí, el ciclista se fue, se fue impactado, lo aprecié en su cara. Cuando quise darme cuenta, percibí como un grupo de los mencionados milanos negros revoloteaban agitados en un punto concreto. Sospeché de la hembra de búho real, sin embargo, se trataba de un pollo que recibió un aluvión de pasadas quedando algo aturdido. La joven rapaz, salió ahuyentada por la presencia del ciclista, los milanos, al tratarse de un joven, se cebaron con él. Tampoco hay nada que reprochar al hombre, el joven búho tiene todavía un largo camino por aprender y, los malos tragos, tendrá que asumirlos cuanto antes; esto curtirá su carácter poco a poco.
No pude evitar acercarme para que no desmontaran al pobre pollo. Me senté cerca de él y, ni aún así, el pollo abandonó el lugar. Por lo menos, los milanos cesaron su violencia.

El milano más audaz, a pesar de mi presencia, no se fue sin darle la última pasada como se ve en la imagen. 


lunes, 6 de junio de 2016

La pequeña garza sabia (Butorides striata)


Cuando guardas en la mente la mirada curiosa de gran cantidad de animales a lo largo de muchos años de observación, puedes entender su lenguaje; su temor, reacción, o por qué no, lo que esperan de ti. Como la mirada expresiva de un perro o un gato a su correspondiente compañero humano, uno puede extrapolar fácilmente la mirada de cualquier otra especie relacionada con los humanos por su habitual coincidencia en parques, jardines o riberas de ríos, dirigiéndose dicha mirada, a determinadas personas como proporcionadoras de alimento. La estampa de los mayores dando de comer a las palomas, familiarizándose con los gorriones o con cualquier especie accesible por el cotidiano contacto visual, serían un ejemplo. Convertiría esta interacción en una simbiosis entre la persona que busca el afecto en los animales y, ellos, oportunistas interesados pero no por ello menos amables, el pan suyo de cada día para seguir adelante.
Pero… esta pequeña garza, el socozinho Butorides striata, de carácter paciente, ¿dónde aprendió la habilidad de utilizar fragmentos de pan como cebo para atraer a los peces fácilmente ahorrándose una larga espera antes de atravesarlo de un certero arponazo?
Desconozco, al no haber hallado referencias bibliográficas, si este curioso comportamiento es congénito de origen hereditario, o adquirido por imitación o aprendizaje. 

Ejemplar adulto de socozinho Butorides striata.

No puedo negar después de observar al ave, cierta mirada cómplice. La garza está muy acostumbrada a la presencia humana como se puede apreciar.

El hombre bueno, es generoso con sus semejantes y, como no, con el resto de los animales. Las distintas especies de garzas,  como otras tantas especies habituales en los parajes humanizados, han visto en este reclamo una enorme fuente de alimento y posibilidades de todo tipo para establecerse cómodamente. Si a esta posibilidad le añadimos la entrega de las personas cuya satisfacción consiste en dar de comer a las aves del lugar, podemos sospechar el origen de esta conducta tan particular de nuestra pequeña garza respecto a la utilización de cebo para pescar.



Supongo que, un buen día, la garcilla, habituada a la ribera del río, la charca del parque o el estanque decorativo de algún jardín donde los peces eran fáciles de atrapar y las personas no representaban ningún peligro, fueron afianzándose con la especie humana mediante un pacto de respeto mutuo, menguando así, poco a poco, la distancia de seguridad entre ambos. Y, tal vez, observando la conducta humana, solidaria con otros seres, la pequeña ardeida comenzó a tejer su “idea” para mejorar una nueva técnica de pesca.
¿Quién se resiste a echar comida a los peces, esperando esa reacción tumultuosa para acceder entre ellos al mejor bocado? ¿Cuántas veces les habremos dado de comer asombrados por la inexplicable sensación que aviva nuestra curiosidad? Los peces, alborotados ante un pedazo de pan, no pasan desapercibidos a otros animales. Por ello, supongo, mientras esto ocurría, se iba fraguando en la garza un oportunismo sin parangón.



Secuencia de acecho de un joven socozinho.

Así es como lo imagino personalmente, sin que por ello se convierta en una opinión científica, por supuesto.
Originariamente, una garza cualquiera debió de utilizar su primer trozo de pan colocándolo cerca del radio de acción de su pico. Cuando los peces se arremolinaron en torno a la trampa, del mismo modo que observó con los aportes humanos, su pico atravesó al más grande aprovechando el caos existente. Repitiendo la acción, y el pan disponible, optimizó con el paso del tiempo su destreza. Lo que a las personas satisfacía proporcionar comida a los peces, para el socozinho se convirtió en una habilidad interesada para nutrirse con más eficacia. Teniendo en cuenta la capacidad de imitación de las aves, aprender esta nueva modalidad de pesca fue un acto que cuajó rápidamente en el resto de las pequeñas zancudas atentas a la innovadora práctica.


Estado de alerta del joven socozinho.


Hay trabajos científicos que exponen cómo los animales integrados en los medios urbanos aprenden y rentabilizan mejor lo aprendido que otros del medio silvestre en el suyo. Es obvio que, la disponibilidad de alimento y su rentabilidad es proporcional a las oportunidades existentes en cada hábitat. Facilitar el acceso a los alimentos se convierte en una adaptación fortalecida por el aprendizaje de técnicas cada vez más elaboradas.



VER SECUENCIA DE VIDEO DE UN SOCOZINHO MUY HABITUADO A LA PRESENCIA HUMANA Y, EL MODO DE UTILIZAR EL PAN QUE SE LE PROPORCIONA COMO CEBO PARA PESCAR.


domingo, 29 de mayo de 2016

Búho real; nido en árbol


De los distintos tipos de asentamiento utilizados por el búho real para nidificar, el primero lo vimos en la roca, en otra entrada fue un talud arenoso, y la última se instalaba en una construcción de ladrillo; concretamente, en la torre de una iglesia. Ahora, toca la madera.
La nidificación del búho real Bubo bubo en árbol no es un hecho tan raro en la península, puesto que un territorio rico en presas, es elemento fundamental para instalarse y traer al mundo a su descendencia. Las cortaduras, por lo tanto, no le son imprescindibles para anidar. Su evidente eclecticismo le permite acceder con cautela a los reductos más inverosímiles donde emplazarse al abrigo de cualquier espacio recogido y seguro.
 

Al principio del año, como preámbulo a la entrada, estuve ocupado observando una porción de sotobosque a orillas del río Ebro. Los árboles desnudos muestran mejor el secreto de su interior, -me refiero a las plataformas nidales-, antes de enmarañarse con su verdor primaveral donde las rapaces que en él se albergan y crían pasarán desapercibidas.
En el mes de febrero el espacio aéreo es más amplio. Las siluetas sedentarias se ven más distanciadas. Una pareja de milano real Milvus milvus que estuve siguiendo, lo comparte sólo con otros congéneres y algún ratonero Buteo buteo solitario en este soto ribereño del Ebro. Ambos están etiquetados en las alas con plástico amarillo alfanumérico. El macho es el A-99 y la hembra el A- 92. Las nupcias originan la atención del macho aportando un estornino pinto a su pretendida. Aceptada la ofrenda, poco después se consuma la cópula, y unos aportes de finas ramas al nido sobre la horquilla de un fresno indican la elección del lugar de cría; de momento. Este hecho se repite durante días de manera similar.


Pero, a finales de éste mismo mes y principios de marzo, el cielo se espesa con la llegada de los milanos negros que vienen con el tiempo justo, por lo tanto, con prisas. El revuelo ya está servido, los milanos reales defienden su territorio y los milanos negros tienen que reparar sus plataformas para criar. Los primeros se apoderan de los segundos pero, los segundos no cejan en su empeño. A pesar de no acercarse al nido de los reales, éstos defienden su zona con persecuciones espectaculares que los milanos negros repelen con veteranía manifiesta.
El caso es, que también llega el águila calzada Hieraaetus pennatus. Y, esta rapaz, precisamente, se caracteriza por su mal humor. Tal vez como migradora, como los milanos negros, no tenga ninguna objeción con su presencia, y veo que no batalla con ellos. Pocas rapaces del entorno se atreven con ella. Como la naturaleza no entiende de justicia, el águila calzada se fija en el nido, aporta ramas y se queda con él. Los milanos reales sin resistirse, buscan otro lugar para intentarlo de nuevo, sin dejar, eso sí, de enfrentarse con los milanos estivales.


Está claro que los nidos no son propiedad de sus constructores, y cuando la fecha fenológica de unas especies es anterior, lo evidente es que el más temprano se aproveche de él reparándolo a su conveniencia. Esto ocurre frecuentemente con las plataformas del águila de Bonelli Aquila fasciata y el águila real Aquila chrysaetos, a las que el buitre leonado Gyps fulvus más adelantado en la cría, da su aprobación gracias a la adecuada ubicación. Unas cuantas ramas frescas y, a criar. 
 

Volviendo a nuestro protagonista, el búho real, temprano en su reproducción, también ha hecho como el buitre leonado, aceptando en este caso, una inmensa plataforma elaborada por la reina de las aves. Hace años, también fui testigo en unos roquedos calizos del Campo de Cariñena, de la ocupación de un nido de águila real por el búho real y, al año siguiente, por un buitre leonado.

Ismael, un agente de medioambiente del lugar amigo de Fernando, nos contaba, en relación al nido del chopo, que el macho de águila real estuvo hostigando a la hembra de búho real ya tumbada en el armazón y dispuesta a llevar a cabo su propósito de criar. Y, así vimos el resultado final de la contienda el día de la visita como demuestran las fotografías, el búho real prosiguió con su cometido.
Unos restos descompuestos de conejo sin consumir y retirados del nido por alguno de los adultos, indicaban que las presas eran abundantes por la zona.


En la naturaleza las especies hacen uso de toda su riqueza y disponibilidad. La fuerza o la astucia, se decanta hacia las que demuestran más esfuerzo en conquistarla.