lunes, 22 de agosto de 2016

Jóvenes aguiluchos laguneros del año


Ya los estuve viendo sobrevolar el carrizo donde nacieron pero, sin posibilidad de ver la plataforma del nido cubierta por la densa marea de cañas. Eran vuelos cortos los que realizaban, a causa del incipiente plumaje todavía incompleto. La zona está protegida por su singular biotopo palustre originada por un meandro del río Ebro, correspondiente al tramo del cauce abandonado tras una crecida del río hace muchos años. Estos restos del Ebro se conocen como “galachos” en Aragón, y tienen un alto valor ecológico por la valiosa fauna que atesoran.
Tenía más o menos previsto un itinerario corto con el nombre en mente de varias especies de las que observar sus jóvenes voladores en progreso. Así pues, mientras preparaba el material óptico, el lugar se animó.



Hasta que no apareció un joven aguilucho lagunero Circus aeruginosus decidido a posarse en la orilla del río, una orilla rebosante de hierba fresca, no reparé en el animal muerto que visitó. No parecía la primera prospección y, si no hubiera sido por la insistencia de intentar sacarlo del agua, no hubiera adivinado que se trataba de una garza real Ardea cinerea; sobre todo, cuando accidentalmente, levantó una de sus alas. Obviamente, no logró su propósito y se fue alimentando con lo más accesible, aún posándose sobre el cadáver flotante, la masa muscular quedaba bajo el nivel acuático.



Interesado por la secuencia, apareció seguidamente otro ejemplar con el que compartió el cadáver sin mediar pelea alguna. Incluso más tarde, acudió un tercero colocándose en un lugar ligeramente elevado donde esperó pacientemente, observando hasta la llegada de su turno.
Que más decir, sólo que, con la historia de estos hermanos (probablemente), ya no me moví del lugar, me dediqué a disfrutar de su primer año de vida para corroborar el intenso aprendizaje del que eran protagonistas con muy buena nota.
Me gusta, cuando hay oportunidad, dedicar el tiempo necesario para ver el final de cada acontecimiento cotidiano protagonizado por la especie observada, disfrutando del desenlace para conocerla mejor en sus diferentes pautas.

La lejanía bajó la calidad de las fotos pero, no del seguimiento. Sin recelar las rapaces de mí por la distancia, el espectáculo de sus disputas con vuelos bien mantenidos me dejaron muy satisfecho.












sábado, 6 de agosto de 2016

El ciclista, los milanos negros y el joven búho real


Hoy he visto a dos pollos de búho real, a lo lejos, reposando curiosos, totalmente emplumados a la sombra y luciendo sus hermosos penachos cefálicos. Uno de ellos es, precisamente, el de esta historia. 
Sin embargo, de este pequeño apunte que cuento seguidamente, han pasado ya algunas semanas.
 

Miraba un ejemplar de búho real Bubo bubo en la rinconada de un talud. Una gran hembra que reposaba, al parecer, bastante tranquila según podía comprobar desde una posición algo alejada a vista de prismáticos. Lo más curioso de todo, precisamente por la tranquilidad de la rapaz nocturna, es que estaba rodeada de más de sesenta milanos negros Milvus migrans reposando en las ramas altas de los  árboles circundantes; algunos, bastante cercanos a ella. 
Expectante por un desenlace inminente, aguardaba la reacción final de la hembra de búho real ante tanto milano avizor. Quería ver con mayor precisión el semblante facial de la rapaz nocturna y comprobar su estado anímico ante semejante amenaza. 
A lo lejos, vi acercarse a un ciclista por el camino adyacente, rodando tranquilo y sin prisa. Me fijé en él esperando su paso para proseguir la observación. Pero, su velocidad fue menguando hasta que se detuvo. Tumbó la bicicleta y seguidamente, se acercó hasta el borde mismo de la terrera atraído por la presencia de tantas rapaces juntas, volando y posadas. Los milanos aprovecharon, armando un revuelo espectacular que sorprendía al atónito ciclista para alejarse del lugar y, la hembra de búho real, con sigilo, desapareció. Se fastidió toda la curiosidad de presenciar un acontecimiento que minaba mi curiosidad, todo ello, por lo mismo que alertó al ciclista no menos curioso que yo. No tengo nada que reprochar la acción del hombre. Como cualquier persona, fue capaz de asombrarse ante un acontecimiento tan espectacular de milanos soleándose y emprendiendo el vuelo simultáneamente, tan cercanos y tan abundantes.
 

Pero no todo acabó allí, el ciclista se fue, se fue impactado, lo aprecié en su cara. Cuando quise darme cuenta, percibí como un grupo de los mencionados milanos negros revoloteaban agitados en un punto concreto. Sospeché de la hembra de búho real, sin embargo, se trataba de un pollo que recibió un aluvión de pasadas quedando algo aturdido. La joven rapaz, salió ahuyentada por la presencia del ciclista, los milanos, al tratarse de un joven, se cebaron con él. Tampoco hay nada que reprochar al hombre, el joven búho tiene todavía un largo camino por aprender y, los malos tragos, tendrá que asumirlos cuanto antes; esto curtirá su carácter poco a poco.
No pude evitar acercarme para que no desmontaran al pobre pollo. Me senté cerca de él y, ni aún así, el pollo abandonó el lugar. Por lo menos, los milanos cesaron su violencia.

El milano más audaz, a pesar de mi presencia, no se fue sin darle la última pasada como se ve en la imagen. 


lunes, 6 de junio de 2016

La pequeña garza sabia (Butorides striata)


Cuando guardas en la mente la mirada curiosa de gran cantidad de animales a lo largo de muchos años de observación, puedes entender su lenguaje; su temor, reacción, o por qué no, lo que esperan de ti. Como la mirada expresiva de un perro o un gato a su correspondiente compañero humano, uno puede extrapolar fácilmente la mirada de cualquier otra especie relacionada con los humanos por su habitual coincidencia en parques, jardines o riberas de ríos, dirigiéndose dicha mirada, a determinadas personas como proporcionadoras de alimento. La estampa de los mayores dando de comer a las palomas, familiarizándose con los gorriones o con cualquier especie accesible por el cotidiano contacto visual, serían un ejemplo. Convertiría esta interacción en una simbiosis entre la persona que busca el afecto en los animales y, ellos, oportunistas interesados pero no por ello menos amables, el pan suyo de cada día para seguir adelante.
Pero… esta pequeña garza, el socozinho Butorides striata, de carácter paciente, ¿dónde aprendió la habilidad de utilizar fragmentos de pan como cebo para atraer a los peces fácilmente ahorrándose una larga espera antes de atravesarlo de un certero arponazo?
Desconozco, al no haber hallado referencias bibliográficas, si este curioso comportamiento es congénito de origen hereditario, o adquirido por imitación o aprendizaje. 

Ejemplar adulto de socozinho Butorides striata.

No puedo negar después de observar al ave, cierta mirada cómplice. La garza está muy acostumbrada a la presencia humana como se puede apreciar.

El hombre bueno, es generoso con sus semejantes y, como no, con el resto de los animales. Las distintas especies de garzas,  como otras tantas especies habituales en los parajes humanizados, han visto en este reclamo una enorme fuente de alimento y posibilidades de todo tipo para establecerse cómodamente. Si a esta posibilidad le añadimos la entrega de las personas cuya satisfacción consiste en dar de comer a las aves del lugar, podemos sospechar el origen de esta conducta tan particular de nuestra pequeña garza respecto a la utilización de cebo para pescar.



Supongo que, un buen día, la garcilla, habituada a la ribera del río, la charca del parque o el estanque decorativo de algún jardín donde los peces eran fáciles de atrapar y las personas no representaban ningún peligro, fueron afianzándose con la especie humana mediante un pacto de respeto mutuo, menguando así, poco a poco, la distancia de seguridad entre ambos. Y, tal vez, observando la conducta humana, solidaria con otros seres, la pequeña ardeida comenzó a tejer su “idea” para mejorar una nueva técnica de pesca.
¿Quién se resiste a echar comida a los peces, esperando esa reacción tumultuosa para acceder entre ellos al mejor bocado? ¿Cuántas veces les habremos dado de comer asombrados por la inexplicable sensación que aviva nuestra curiosidad? Los peces, alborotados ante un pedazo de pan, no pasan desapercibidos a otros animales. Por ello, supongo, mientras esto ocurría, se iba fraguando en la garza un oportunismo sin parangón.



Secuencia de acecho de un joven socozinho.

Así es como lo imagino personalmente, sin que por ello se convierta en una opinión científica, por supuesto.
Originariamente, una garza cualquiera debió de utilizar su primer trozo de pan colocándolo cerca del radio de acción de su pico. Cuando los peces se arremolinaron en torno a la trampa, del mismo modo que observó con los aportes humanos, su pico atravesó al más grande aprovechando el caos existente. Repitiendo la acción, y el pan disponible, optimizó con el paso del tiempo su destreza. Lo que a las personas satisfacía proporcionar comida a los peces, para el socozinho se convirtió en una habilidad interesada para nutrirse con más eficacia. Teniendo en cuenta la capacidad de imitación de las aves, aprender esta nueva modalidad de pesca fue un acto que cuajó rápidamente en el resto de las pequeñas zancudas atentas a la innovadora práctica.


Estado de alerta del joven socozinho.


Hay trabajos científicos que exponen cómo los animales integrados en los medios urbanos aprenden y rentabilizan mejor lo aprendido que otros del medio silvestre en el suyo. Es obvio que, la disponibilidad de alimento y su rentabilidad es proporcional a las oportunidades existentes en cada hábitat. Facilitar el acceso a los alimentos se convierte en una adaptación fortalecida por el aprendizaje de técnicas cada vez más elaboradas.



VER SECUENCIA DE VIDEO DE UN SOCOZINHO MUY HABITUADO A LA PRESENCIA HUMANA Y, EL MODO DE UTILIZAR EL PAN QUE SE LE PROPORCIONA COMO CEBO PARA PESCAR.


domingo, 29 de mayo de 2016

Búho real; nido en árbol


De los distintos tipos de asentamiento utilizados por el búho real para nidificar, el primero lo vimos en la roca, en otra entrada fue un talud arenoso, y la última se instalaba en una construcción de ladrillo; concretamente, en la torre de una iglesia. Ahora, toca la madera.
La nidificación del búho real Bubo bubo en árbol no es un hecho tan raro en la península, puesto que un territorio rico en presas, es elemento fundamental para instalarse y traer al mundo a su descendencia. Las cortaduras, por lo tanto, no le son imprescindibles para anidar. Su evidente eclecticismo le permite acceder con cautela a los reductos más inverosímiles donde emplazarse al abrigo de cualquier espacio recogido y seguro.
 

Al principio del año, como preámbulo a la entrada, estuve ocupado observando una porción de sotobosque a orillas del río Ebro. Los árboles desnudos muestran mejor el secreto de su interior, -me refiero a las plataformas nidales-, antes de enmarañarse con su verdor primaveral donde las rapaces que en él se albergan y crían pasarán desapercibidas.
En el mes de febrero el espacio aéreo es más amplio. Las siluetas sedentarias se ven más distanciadas. Una pareja de milano real Milvus milvus que estuve siguiendo, lo comparte sólo con otros congéneres y algún ratonero Buteo buteo solitario en este soto ribereño del Ebro. Ambos están etiquetados en las alas con plástico amarillo alfanumérico. El macho es el A-99 y la hembra el A- 92. Las nupcias originan la atención del macho aportando un estornino pinto a su pretendida. Aceptada la ofrenda, poco después se consuma la cópula, y unos aportes de finas ramas al nido sobre la horquilla de un fresno indican la elección del lugar de cría; de momento. Este hecho se repite durante días de manera similar.


Pero, a finales de éste mismo mes y principios de marzo, el cielo se espesa con la llegada de los milanos negros que vienen con el tiempo justo, por lo tanto, con prisas. El revuelo ya está servido, los milanos reales defienden su territorio y los milanos negros tienen que reparar sus plataformas para criar. Los primeros se apoderan de los segundos pero, los segundos no cejan en su empeño. A pesar de no acercarse al nido de los reales, éstos defienden su zona con persecuciones espectaculares que los milanos negros repelen con veteranía manifiesta.
El caso es, que también llega el águila calzada Hieraaetus pennatus. Y, esta rapaz, precisamente, se caracteriza por su mal humor. Tal vez como migradora, como los milanos negros, no tenga ninguna objeción con su presencia, y veo que no batalla con ellos. Pocas rapaces del entorno se atreven con ella. Como la naturaleza no entiende de justicia, el águila calzada se fija en el nido, aporta ramas y se queda con él. Los milanos reales sin resistirse, buscan otro lugar para intentarlo de nuevo, sin dejar, eso sí, de enfrentarse con los milanos estivales.


Está claro que los nidos no son propiedad de sus constructores, y cuando la fecha fenológica de unas especies es anterior, lo evidente es que el más temprano se aproveche de él reparándolo a su conveniencia. Esto ocurre frecuentemente con las plataformas del águila de Bonelli Aquila fasciata y el águila real Aquila chrysaetos, a las que el buitre leonado Gyps fulvus más adelantado en la cría, da su aprobación gracias a la adecuada ubicación. Unas cuantas ramas frescas y, a criar. 
 

Volviendo a nuestro protagonista, el búho real, temprano en su reproducción, también ha hecho como el buitre leonado, aceptando en este caso, una inmensa plataforma elaborada por la reina de las aves. Hace años, también fui testigo en unos roquedos calizos del Campo de Cariñena, de la ocupación de un nido de águila real por el búho real y, al año siguiente, por un buitre leonado.

Ismael, un agente de medioambiente del lugar amigo de Fernando, nos contaba, en relación al nido del chopo, que el macho de águila real estuvo hostigando a la hembra de búho real ya tumbada en el armazón y dispuesta a llevar a cabo su propósito de criar. Y, así vimos el resultado final de la contienda el día de la visita como demuestran las fotografías, el búho real prosiguió con su cometido.
Unos restos descompuestos de conejo sin consumir y retirados del nido por alguno de los adultos, indicaban que las presas eran abundantes por la zona.


En la naturaleza las especies hacen uso de toda su riqueza y disponibilidad. La fuerza o la astucia, se decanta hacia las que demuestran más esfuerzo en conquistarla.




jueves, 19 de mayo de 2016

Los duques de Valfarta (Bubo bubo hispanus)


La actual piel reverdecida durante los meses primaverales en el hostil paisaje monegrino, obedece a la mano del hombre. Su interés transformó la árida estepa, rasgando año tras año con sus aperos de labranza la superficie de los espacios esteparios más viables. Y es el verde más oscuro y agrisado el que destaca en las lomas, vaguadas y ribazos reteniendo con su sarmentosa fronda la escasísima cubierta de nutrientes existente en esta tierra desesperada. Las flores silvestres de vivos colores, rompen la monotonía de ocres y verdes uniformes de campos labriegos, llanos y promontorios.


Mientras la duquesa descansa en uno de tantos miradores de su construcción, el duque lo hace en el interior de unos pinos adyacentes.

Desde que el bosque sucumbió a la dura prueba de poblar con éxito la inhabitabilidad de este territorio aplastado por largas horas de sol y miserables aportes de agua, arbustos y matorrales más capacitados por su mejor adaptabilidad, se encargaron de mantener durante siglos la cobertura de una orografía tan especial como la de Los Monegros.
El estío incrementa la dureza implacable de este amplio territorio de interminables horizontes y cielos desnudos. Con el sol deshidratando el ocráceo paisaje y el barrido del cierzo convertido en traslúcidas polvaredas que arañan el inestable sustrato de campos y caminos, va muriendo poco a poco el amasijo cerealista que dio verdor artificial a una tierra de colores tórridos.

Piso con entradas romboidales en lo alto de la torre, lugar de nidificación de los búhos.

Pasan fugaces los bandos de churras surcando abrumadas la aridez inclemente de la estepa hacia sus habituales aguaderos, los sisones ya dejaron atrás sus danzas y las siluetas de las avutardas campeando en la lejanía ondulan temblorosas con efecto acuoso. También ronda el gran duque la misma tierra ocrácea en las noches iluminadas, lejos de ciclópeos farallones rocosos que lo cobijaron durante años de persecución, escapando del acoso infame de las malditas hordas de alimañeros. Pero el Gran Duque, siguiendo el paso de otras aves afincadas en medios antropógenos, dio un paso más, un golpe de efecto, de atrevimiento o de excesivo descaro. El gran búho necesitaba de un reducto a la altura de su noble título, prescindiendo de los castillos de roca. Se aventuró abordando lo que sería su bastión más destacado, la torre de la iglesia del pueblo de Valfarta; la mismísima casa de Dios.

Los tres descendientes de este año. Como siempre, muy precoces y adelantados.

Fernando Tallada me cuenta todos acontecimientos del lugar referente a estas ilustres rapaces, siendo él un espectador de primera fila. Hace más de doce años que conoce la existencia del búho real que cambió la dura estepa por esta obra enaltecida del hombre religioso; la iglesia de Nuestra Señora de la Luz. Tiene una torre de cuatro cuerpos y estructura barroca; es del siglo XVII. En sus entrañas, se habla de amor y respeto entre los seres humanos, algo insuficiente contra la envidia y egoísmo  tan extendidos. Y, para qué hablar de respeto al medio ambiente, con la mala leche de ciertos lugareños masacrando especies del entorno y su biotopo.
Para el búho real, instalado en el piso más alto de la iglesia bajo la techumbre rematada de latón desde donde surge la veleta y posadero habitual de sus noches nupciales, lo más importante es el reducto de cría ubicado entre el campanario y la cúpula donde accede a su nido por unas aberturas romboidales.
Me dice además Fernando, que la colonia de cernícalo primilla sufre los ataques del búho real; también lechuzas, mochuelos y palomas. Sin embargo, es el prolífico conejo la base de su alimentación, este animal por el que tantos agricultores ponen el grito en el cielo. Aunque, de hecho, no sabría valorar cuál es la opinión del agricultor escopetero.
Las rapaces nocturnas son el mejor control para limitar la excesiva población de roedores de todos los tamaños.

Uno de los pollos volantones disfrutando de la gran vista del pueblo y sus transeúntes. 

Este año, quizá como todos los demás, la incubación comenzó en enero, y a diferencia de otras zonas de cría del búho real, es ésta una de las parejas más tempranas en reproducirse. Los tres pollos, incluso los adultos, se dejan ver sin excesivo recelo a distintas alturas sobre las repisas de la altiva torre. 
Gracias a Fernando, mucha gente de diferentes lugares e incluso países, pueden disfrutar de esta curiosa elección nidificante del gran búho de la noche. Aunque conocemos la cría de esta rapaz en maceteros de urbanizaciones etc., se desconocía esta preferencia en lo alto de la torre de una iglesia.

Sobre todo, hay que resaltar el gran esfuerzo que supone para la pareja ascender con la presa capturada a lo alto de la torre donde se halla el nido. Los nidos de búho real que ambos conocemos están situados en las cortaduras, casi siempre bajo sus cazaderos para transportar las presas cómodamente, eliminando así, esfuerzos innecesarios.  
A pesar de esto, la rapaz optó por la seguridad del altozano construido por el hombre, mucho mejor que la llanura incierta.

Iglesia de Nuestra Señora de la Luz, Valfarta (Huesca). 

Imágenes cedidas por Fernando Tallada.


martes, 22 de marzo de 2016

Búho real en zona industrial

Búho real Bubo bubo hispanus

Hay una autovía por la que circulan vehículos de todo tipo y a cada momento. Paralelamente, algún que otro tren retumba con su traqueteo vibrante sobre su predestinado camino férreo hacia la gran ciudad de Zaragoza. Por si fuera poco, la proximidad de un polígono industrial cercano anima el cotarro con una actividad notoria. Sin embargo, ella, la hembra de búho real, ha escogido el lugar como propicio para traer al mundo a sus pequeños junto a un macho que, de momento, la avitualla correcta y sobradamente puesto que le deja reservas para la siguiente noche si por algún motivo se presenta floja.
No voy a desestimar la opción deportiva en la zona, incrementando con ella, el abanico corporativo humano como acompañante de la pareja nocturna de este paraje tan concurrido. Durante las 9´00 hasta las 10´00 horas de la mañana, pude contar la presencia de diez ciclistas en cuatro grupos diferentes, además de un grupo de cuatro personas corriendo. No quiero olvidar el ganado ovino que he visto en el borde superior del cortado, sobre el mismo nido, ramoneando la abundante hierba generada por las últimas lluvias. Vamos, la soledad para esta bella rapaz es una quimera pero, ella así lo ha decidido, y por lo que veo no le importa mucho, está bien y pasa muy desapercibida en un entorno con bastante vegetación. 

Desde que vi esta emblemática rapaz de la noche acomodada en su cubil terroso, ha transcurrido algo más de una semana con unos días bastante inestables por las precipitaciones. El sábado pasado llovió durante todo el día y con fuerza, por la tarde incluso granizó aunque el grano fue menudo, por fortuna. No descansé muy bien por la noche sabiendo que un refugio en el talud de tierra, ubicación de la rapaz, podría actuar como un azucarillo a la hora de absorber la humedad de la lluvia y dar al traste con su cría. Afortunadamente, por lo que pude ver, abrigó muy bien la puesta con su denso plumaje, que a su vez, reposaba sobre un abundante y acolchado sustrato de egagrópilas desmenuzadas cuyo contenido es el pelo de sus presas, un suave y eficaz aislante. Esta es la fórmula con que las hembras de esta especie preparan sus futuros nidos para proteger los huevos y pollos del frío suelo. El resultado de la lluvia hacía contrastar las zonas secas y claras con las húmedas y oscurecidas por efecto del aguacero, y la rapaz nocturna, la sufrió bastante. Afortunadamente, también disfruta de una buena jornada de sol matinal que inunda la parcela de su nido, contribuyendo a eliminar la humedad reinante del lugar. 

 
Sé que hay obras de arte supremas, inspiradas y realizadas por grandes genios a nivel mundial de la pintura y la escultura, como de tantos otros tipos y estilos diferentes de arte. Soy consciente del tiempo que hay que dedicarles con suma concentración y sin parpadear tratando de analizarlas, sumergiéndose si es posible, en la idea de su creador para comprenderlas.
Entiendo, como no, que haya gente que dedique horas e incluso días para deleitarse con esas creaciones, claro que lo entiendo. Siendo consciente de ello, también llevo horas, días, años e incluso toda mi vida prendado de la mirada incisiva del búho real. Un hábito del que no he podido escapar y que como una imperiosa necesidad hace que mi persona lo busque allí donde habite. Y otra vez la misma sensación rondando mi cabeza, como una obsesión crónica que domina casi todo mi tiempo. Sólo, para verlo una vez más. Para contemplar también una de las obras más bellas de la naturaleza.



Mochuelo Athene noctua en su habitual posadero. Este pequeño habitante es común en los territorios del búho real y ocasional presa del mismo.


lunes, 22 de febrero de 2016

Fragata magnifica (Fregata magnificens)


Los machos de fragata o rabihorcado son negros, destacando ligeramente su bolsa gular que, incluso plegada, deja notar su color rojizo.

Exultante, en un radiante día soleado de 2014, caminaba por la avenida Vieira Souto deslumbrado por la blanca arena de su famosa playa de Ipanema en Río de Janeiro. No puedo negar como mi memoria reproducía la conocida canción a cada paso, Garota de Ipanema, un tema que redobló la fama de esta maravillosa playa. Esta canción fue compuesta de modo espontáneo por Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes, dedicada a una muchacha que observaron mientras caminaba hacia el mar deslumbrándoles con su belleza y su mirada.
Garota es chica en brasileño y, mi garota, bueno, muchas más realmente, no caminaban por la arena de la playa, la sobrevolaban con sus negras y amplias siluetas. Eran fragatas o rabihorcados Fragata magnificens las aves o chicas a las que me refiero. Siluetas siniestras en cierto modo pero, muy seductoras para el observador. Piratas del aire dispuestas a arrebatar las presas a otras especies y, saqueadoras de nidos, son algunas lindezas características de su comportamiento. Desde el saliente de Pedra do Arpoador podía sentir toda la brisa aromática del Océano Atlántico, una gran roca adentrada en el agua y golpeada por sus suaves olas. Durante un buen rato, sentado en el duro granito, veía pasar las líneas desorganizadas de estas aves de 220 a 230 cm de envergadura, soportando un peso aproximado de 1200 a 1700 gramos. Algunos machos, ya portaban en sus picos finas ramitas para la construcción de sus nidos.

Macho de fragata seguido de una hembra y portando una ramita para su futuro nido.

Macho de fragata sobre un joven.

Desde sus plataformas, una vez terminadas, los machos dilatarán su bolsa gular de un intenso color rojo para llamar la atención de las hembras. Este proceso les supone un enorme gasto de energía.
Cada macho necesitará una agotadora semana para inflar y mantener su saco gular, pero el esfuerzo merece la pena, las hembras de fragata sólo crían cada dos años y únicamente ponen un único huevo por lo que son muy exigentes a la hora de elegir pareja. La exhibición del macho intenta convencer a las hembras de su vigor y resistencia, dos modalidades que le harán falta para sacar adelante a su escasa prole. La cría del único pollo las llevará entre 7 y 8 semanas y los padres tendrán que alternarse en el trabajo. La tarea es tan dura que, cada semana, en el nido, el adulto correspondiente perderá 1/5 de su peso, por lo que sólo los más fuertes podrán conseguirlo, y estos son, precisamente, los que han realizado el cortejo más llamativo.

Las hembras son de color negro salvo la zona pectoral.

Las jóvenes fragatas tienen la cabeza y zona ventral blancas, el resto del plumaje es negruzco.










Piquero pardo (Sula leucogaster), una de las especies parasitadas por las fragatas.



Si volviera a Ipanema, me gustaría encontrarme de nuevo con ellas, observarlas tumbado sobre el duro granito del pequeño cabo al final de la luminosa arena para verlas durante horas sostenerse a lomos de la brisa atlántica mientras van y vienen.