miércoles, 20 de enero de 2010

Nidos de chochín


Chochín (Troglodytes troglodytes)

Este pequeño pájaro de coloración pardusca, es una proeza sonora gracias a la potencia de su voz. Realmente, es lo más destacable de tan diminuto ser cuando no logramos localizarlo entre la maleza más espesa. Es nervioso, inquieto, pulula tan fugazmente de un lado a otro, que a veces, cuando lo hace sobre la hojarasca, parece un esquivo micromamífero. Colicorto y rechoncho, es uno de los pájaros mejor preparados para un medio tan caótico como la maraña vegetal apretada, donde el vuelo sostenido no cuenta para nada, solamente, la capacidad refleja mediante ágiles quiebros entre las ramas de la vegetación más espesa.


Pero no sólo la estridencia de su canto destaca por su brío; sino, además, su portentoso ingenio y laboriosidad constructora. Nada que envidiar a mitos, pájaros moscones, golondrinas dáuricas, etc.

El macho, ha de construir uno o varios nidos antes del emparejamiento. La capacidad de atraer a una o varias compañeras, depende de su elevada actividad como constructor, ya que las hembras, prefieren aparearse con ejemplares que les ofrezcan una mayor y mejor gama de dichas construcciones. Las parejas no son estables y las hembras, suelen cambiar de macho entre las dos o tres repeticiones de cría. Éste último, más ocupado en impresionar a las hembras, se limita a cumplir con el cortejo y la cópula, y escasamente con su papel en la cría de los pollos.

Los nidos son esféricos, y los materiales utilizados son principalmente musgo, hierbas, pequeños tallos y hojas, todo ello, perfectamente entrelazado y con un estrecho orificio de acceso. Los suelen ubicar en la roca, muros, árboles y corrales o, casas abandonadas.


Con el apoyo basal de un nido de golondrina común (Hirundo rústica), el chochín (Troglodytes troglodytes), habilita su elaborada construcción globosa con materiales vegetales seleccionados.



Al amparo de un pequeño diedro en la roca caliza, y protegido y mimetizado por la melena vegetal de la Sarcocapnos eneaphylla, este otro nido, deja asombrado a cualquier amante de los pequeños y cuidados detalles de pajarillos como nuestro protagonista.

miércoles, 13 de enero de 2010

La segunda oportunidad: Electrocuciones

 
Torre nº 19 

De todos es sabido, la cada vez más complicada actuación de las aves, para sortear tanto hilo eléctrico a lo ancho y largo de cada terreno por el que se desenvuelven. Digo cada vez, por el saturadísimo espacio territorial copado por infinidad de líneas nuevas de alta tensión provenientes de los parques eólicos que conforman una maraña intransitable, especialmente, vía aérea. El incremento en la demanda de energía eléctrica producida como consecuencia del elevado desarrollo tecnológico, es el causante de este aumento. 

Existe en concreto una línea eléctrica (afortunadamente ya corregida), que se convirtió en una macabra hilera de postes mortales, sembrada de cuerpos de todo tipo de aves postradas a sus pies. Esta línea, alimenta a una urbanización a orillas de un pantano. Su ubicación, ocupa varios montes con cortaduras calizas y pinar de repoblación, cuya especie dominante es: el pino carrasco (Pinus halepensis). El voltaje de la misma, no excede de los 45 Kw., concretamente 15 kv. Son precisamente las más mortíferas, especialmente, por su fácil exposición a las descargas. El número de postes influyentes era de 19, y concretamente el nº 15, lideraba la nefasta cifra de electrocuciones. 

A lo largo del tendido cayeron: águilas reales, calzadas, una perdicera, una pescadora, buitres leonados, azores, búhos reales, ratoneros, palomas torcaces, cuervos, urracas, en fin; una escalofriante cifra que necesitaría de mucho más espacio para su concreción en el post. En esta prospección, al llegar a la torreta nº 15, ya conocía la presencia de los restos de un búho real (Bubo bubo) muerto hacía justamente un año. Estos, aparecían dispersos bajo el pinar contiguo al pie de la mencionada torre. Las plumas, estaban calcinadas y descoloridas por la incidencia directa del sol. Un zorro, seguramente los llevó hasta allí, para comerlos con mayor protección ante posibles enemigos. 

Curiosamente, recogiendo plumas al lado de una piedra, descubrí sobre un minúsculo y retorcido tomillo, casi seco, un jirón de pequeñas plumas nuevas, correspondiente al vértice flexor del ala derecha. A continuación, comencé a registrar todo el perímetro con la intención de hallar a la rapaz, tal vez, malherida. Podía ésta, haber levantado el vuelo a pesar del fuerte golpe de la caída causada por la descarga, y supuestamente, haberse alejado unos metros nada más. No hubo manera, no encontraba nada. Si algún depredador la hubiese capturado, quedaría un reguero de plumas difícil de ocultar debido al peso de tamaña rapaz nocturna. Incluso un zorro, la arrastraría.

 

Proseguí el transecto, con la sospecha esperanzadora del estado del búho cuya vida todavía era posible. Casi alcanzada la última torreta situada al borde mismo del cortado, me vino a la mente una posibilidad coherente al respecto: pensé, que tal vez, los compañeros del seguimiento pudieron habérselo llevado en una prospección anterior. No fue así; desgraciadamente, al culminar el final de la ladera donde se erige la torre nº 19, lo descubrí, abatido. El búho real, yacía bajo el férreo pie de la altiva torre que ofrece una vista inmejorable de toda la depresión. Comprobé el golpe en el ala, y correspondía; era el mismo. Fue capaz de remontar el vuelo desde el suelo, quizá algo aturdido hasta alcanzar la cúspide de la trampa mortal. El joven macho del año, no tuvo suerte, no se percató del primer aviso, y la tentación de la nº 19 acabó con su segundo y definitivo error.

lunes, 11 de enero de 2010

Días de lluvia





6 - 1 - 2010


Tan sólo, el fugaz brillo y colorido del amanecer, consiguió engañar levemente a los pobladores del cañón del río Mesa durante este periodo de incertidumbre. El agua, apenas dio tregua a las aves y mamíferos que trataban de buscar alimento aprovechando las pausas del aguacero.

Agua por todas partes; calizas teñidas de gris oscuro y óxido, el río desbocado, arrastrando sedimentos y troncas podridas; páridos, abandonando las alturas de los corpulentos árboles para rebuscar bajo la húmeda hojarasca en descomposición su alimento, y, curiosamente, toda la franja de la primera línea de pino carrasco, tapizada parcialmente en su base de pequeñas ramas perdidas después de ser arrancadas por los atareados buitres para la construcción de sus nidos. Nidos; algunos ya terminados.

Francamente, unos días para ver la lluvia a través de la ventana y poco más.

Agua, ante todo.












miércoles, 6 de enero de 2010

DUELO DE TITANES



Ataque de águila real a búho real 

Tal como recordaba vagamente, la gran rapaz nocturna soportaba incomprensiblemente en lo alto de un cortado de roca caliza, las terribles embestidas hirientes de una pareja de águilas perdieras. Mi primera impresión infantil, fue la de un enorme búho algo bobo, estúpido por no defenderse ante los continuos ataques desmesurados de aquellas rapaces sin escrúpulos.


Tuvo que pasar bastante tiempo para, descubrir que aquella hembra de búho real vapuleada sobre el nido de águila perdicera, tan sólo era un montaje de la famosa serie documental de El Hombre y La Tierra. La rapaz nocturna con la mirada perdida, y temerosa de hallarse en un lugar remoto, lo soportaba todo, precisamente, por que alguien la colocó allí, en lo alto, a pleno día y sobre un nido con dos pollos, ni más ni menos que, de águila perdicera.


En un cañón, todos sus habitantes se conocen, interactúan de manera natural y sin bajar la guardia. A pesar de ser un hecho muy exclusivo, existen citas de capturas del búho real sobre juveniles de perdicera (Joan Real y Santi Mañosa, 1990); pero no es la tónica habitual, aunque si debe de influir a la hora de los enfrentamientos, unido además, a la competencia feroz por las presas del lugar. Un búho real, rara vez se expone en horas de tanta luz sobre un cortado. Por descontado; nunca lo haría sobre un nido de rapaces.


He visto a hembras de esta estrigiforme con sus pollos en nidos convenientemente ocultos y, sobrevolarlo buitres y águilas reales; solamente con las segundas, muestra una situación de incomodidad patente, erizando recelosa, el plumaje dorsal.


Ahora, toca devolver la dignidad y nobleza perdidas mediante unas imágenes que tergiversaron la realidad de un valiente luchador, y nada mejor que mediante una secuencia que demuestra claramente como un macho de búho real aguarda estoicamente el ataque de otro macho, en este caso, de águila real.


24- 04- 2004 Apunte de campo.


Los dos volantones de búho real, ya habían abandonado el nido. Su voracidad, hacía imprescindible la participación de ambos progenitores para atender a su demanda. A estas alturas del año las noches son más cortas, y la salida de las rapaces como era de esperar, se adelantó. En este caso el macho, poco más de una hora antes de iniciarse la penumbra, comienza a marcar su territorio sobre la copa de las sabinas en lo alto del farallón de Peña Gallera. Muy visible en sus manifestaciones, sobrevuela la cresta con cierta arrogancia, consciente de la complicidad de la noche al aproximarse, la cual, le encubrirá a la hora de cazar. La luz, es todavía muy buena y no pierdo detalle de sus atribuciones morfológicas, ni de ese desparpajo con el que se desplaza. En el último vuelo e inmóvil en la acopada sabina, su forma natural se deshace súbitamente, convirtiéndose en un abultado y rechoncho montón de plumas ahuecadas. Algo interfiere la cotidiana labor del búho, de este macho delimitador de su territorio compartido con otros vecinos, alguno, incluso más poderoso. En efecto, su osadía no ha escapado a la infalible vista del águila real, que patrulla ultimando la ronda de prospección territorial, quizás, antes de recogerse en su posadero.


Las imágenes captadas por Javier Abrego García, son muy elocuentes, y resumen fríamente el final de la contienda. A los dos, nos sobrecogió este documento tan espectacular visto en directo.



La experiencia grabada en la memoria del búho real, demuestra claramente su estrategia defensiva: consiste en aguardar el ataque del águila real para esquivarlo mediante un espectacular giro, con objeto, de colocar sus defensas contra las del águila.

Parece conocer el búho, el error mortal que supondría dar la espalda huyendo ante una rapaz de semejante tamaño que no dudaría en matarle.




Estas instantáneas son la mejor prueba documental del error de los jóvenes búhos ante los ataques del águila real. Ésta, no dudará en eliminar a un gran y efectivo competidor a la vez que consigue alimento, sumando una enorme rentabilidad entre biomasa y futuras reservas.


Con un telescopio de 60 aumentos, seguía las evoluciones de este nido de águila real. Al desaparecer la rapaz del nido, encontré el huevo abandonado y las plumas de búho real entre las ramas.


Comprendo perfectamente, la estrategia indecorosa de privacidad en los cotos de caza. De este modo, eluden la entrada de ornitólogos, permitiéndose actuar impunemente.


Los guardas, conocen al dedillo todos los nidos de alimañas, llamadas así en su argot de incultura heredada del franquismo.


 


Un cazador, me comentó la observación "in situ" de un águila real alimentándose de los restos de un búho real. Su dato era fiable, tan sólo, comprobé la edad de la rapaz nocturna. En efecto, se trataba de un jóven; sin embargo, nada podía demostrar que el búho hubiese sido capturado, y no carroñeado.

martes, 22 de diciembre de 2009

A seguir disfrutando de la naturaleza 2010



No hay bolas de Navidad más decorativas y entrañables que las naturales; como el petirrojo. Ecológicas, reciclables y llenas de vida.






FELICES OBSERVACIONES 2010

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Halcón sacre (Falco cherrug)



Esta es una entrada solamente, para disfrutar del placer de observar a una fascinante rapaz cazadora de roedores y en menor medida de aves. Es el placer de haber visto su vuelo en libertad, surcando con el esplendor mágico de su fortaleza física, todo el maravilloso desfiladero del río Huerva. Haberlo visto sobre nuestra mirada atónita; la de Fernando, y la de quien os lo relata, deslizándose entre el viento con la facilidad pasmosa y característica de los grandes velocistas del medio aéreo; las falcónidas.


Ya no tiene que obedecer a la llamada interesada de su dueño, ahora podrá cazar a su antojo, y volver a su posadero preferido sin rendir cuentas. Ahora es dueño de sí mismo, pero te recuerdo Sacre, que tienes a los peregrinos de compañeros, a las águilas reales y para más desgracia si cabe, a las dos parejas de búho real.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Cazar en territorio humano. El gavilán


A las 8.40 h una hembra de gavilán captura a una hembra de tórtola turca; ave, muy habitual en los parques públicos.

 
El domingo pasado, tocaba ir a correr un poco, para no perder la agilidad en el monte y por supuesto, en el trabajo. Era una mañana fría, pero no desapacible; tal vez, algo nubosa. Lo bello de estos días unido a la alborada es ese encuentro común con las más madrugadoras aves. Así, voy interrumpiendo el campeo de la garza real afanada y concentrada en la herbácea cobertura del ribazo que, a mi llegada por el camino de gravilla, levanta el vuelo protestando con un graznido ante mi inoportuna presencia. Lo siento, elegante garza. Más adelante, una alondra se achanta en el camino y paso a medio metro de distancia, parando seguidamente. Ella, descubierta, levanta el vuelo súbitamente. Cosas del mimetismo fallido. 

Llego al castigado álamo centenario, al que me gusta mirar y preguntarle en silencio mientras paso bajo su imponente porte ¿Qué tal esa salud? me preocupa su tronco descortezado y sus ramas tronchadas y caídas a causa del fuerte viento pasado. El cernícalo expectante en las ramas más altas, también advierte mi presencia y levanta el vuelo, reclamando con esa estridente voz característica de alarma. Vaya mañanita que llevo.
Cigüeñas, mirlos, ratoneros, estorninos, zorzales etc., me han acompañado durante este recorrido por las últimas tablas de cultivo cercanas al Ebro, posibles candidatas a desaparecer por el capricho constructor del señor alcalde de Zaragoza con su Expo-pimientos o como se llame. Su crecimiento urbanístico me importa poco.



Detrás del árbol hay una zona de tierra inclinada y cerrada, donde la rapaz desplumaba a su presa.
La ronda, ya tocaba a su fin, y después de abandonar la huerta y cruzar el cinturón de asfalto, alcanzo el parque de Torre Ramona, un agradable pulmón verde en esta ciudad con una interesante variedad ornitológica a tener en cuenta. Ya estoy a punto de llegar a casa. De nuevo, cruce de calle para enfilar el precioso paseo de retorcidos troncos y ramas de olivos en línea, vareados ya por algún vecino madrugador que les ha sacado todo el partido.

Un encuentro visual repentino frena mi trayectoria previa a alcanzar el ambulatorio, situado a menos de cien metros de casa. Quedo inmóvil como una estatua, mirando con fijación a la imperceptible silueta del ave que, fugaz, levanta el vuelo con dificultad desde el foso de la rinconada del edificio. No puede. Exhibe desplegadas las rémiges y rectrices con la bella sincronía del pavo real, pero con una eficiencia absoluta de control, haciendo gala de uno de los mejores quiebros en espacios cerrados que he visto. Tras marcar un precioso rizo ascendiendo verticalmente pica de nuevo hacia el suelo, y posteriormente, se eleva con fuerza y energía superando la altura vertical del ambulatorio mediante enérgicos aletazos.

El gavilán (Accipiter nisus), ha optado por la salida más apropiada ante el imprevisto problema, a pesar de rechazar lo más importante para su supervivencia; la comida.



La tórtola turca comenzó a colonizar la península desde finales de los setenta. Se acomodó en las poblaciones, y copiando la conducta mansa de la paloma doméstica, confiaron excesivamente del medio humano, al que dejaron de considerar hostil; sobre todo, al explotar un sencillo nicho ecológico repleto de posibilidades alimenticias.

Hay rapaces como el gavilán que, con descaro, se atreven a cazarlas donde sea, aprovechándose del exceso de confianza de estas columbidas con las personas.
La incipiente sospecha, me lleva hasta el lugar del suceso, hallando yerta y arrinconada a su presa. Conserva todavía algo de calor en su cuerpo, cuya sensación noto entre mis manos. Me estremece el resultado tan crudo objeto de la inmisericorde supervivencia. Es una tórtola turca (Streptopelia decaocto), despojada hábilmente de sus plumas pectorales y dorsales. La cabeza está completamente machacada; la masa encefálica es un auténtico manjar para las rapaces que no desprecian, considerándolo un exclusivo bocado. Rápidamente abandoné el lugar, sabiendo que la rapaz acechaba cerca y volvería a recuperar el merecido fruto de su esfuerzo.



Al cabo de media hora regresé, y el gavilán, ya se había llevado su parte haciendo justicia de su trabajo. Yo me conformé con sacar otra parte del botín que era la fotografía, y por supuesto, la formidable observación de lujo.
No es raro que las rapaces despiecen a sus presas empezando por la espalda, al igual que la masa encefálica gustan también de otros manjares como los riñones, pulmones etc., no sólo los músculos pectorales.