domingo, 25 de diciembre de 2016

Rabilargos (Cyanopica cyanus) salteadores implacables


En los córvidos encontramos una interesante amalgama de cualidades que definen perfectamente su capacidad extraordinaria para sobrevivir en ambientes hostiles.
Son aves inquietas con un perfil gregario e inteligente capaces de adaptarse a los hábitats más adversos, como demuestra la distribución cosmopolita de unas 120 especies existentes. En la península Ibérica crían nueve especies de córvidos y, el cascanueces Nucifraga caryocatactes, es un visitante ocasional de invierno. 
El rabilargo Cyanopica cyanus es el menor de la familia y, como el arrendajo, se encarga de alertar a todas las criaturas del lugar con vigorosos graznidos cuando el hombre o algún predador invade sus dominios.
 




Estuve viendo las avanzadillas de estos exploradores en su territorio, tan calcadas, que parecía como si descubrieran un lugar nuevo cada día al transitar entre las ramas con exquisita prudencia. Es precisamente, la desconfianza de estos pequeños córvidos, la que les obliga a tomar constantemente unas precauciones extremas. Hay muchos enemigos y lo saben, por ello, nada mejor que un comando bien aleccionado contra las emboscadas. El azor y el gavilán acechan constantemente entre las copas del arbolado, muy atentos a cuanto ocurre en su zona de acción.


Me había entretenido en poner comida para los gorriones colocándola en el borde de un macetero de piedra, con la idea también, de atraer a otras especies. Los rabilargos no se habían atrevido a acercarse y pululaban desconfiados en un radio algo apartado del comedero. Por las mañanas se atareaban comiendo las bayas rojizas de un arbusto sin aventurarse a más.
En la siguiente ronda, comprobé que los gorriones prendían los trozos de pan transportables para devorarlos en lugares más protegidos. Pero, como pude observar, además, eran pirateados por los rabilargos una vez abandonaban el comedero adentrándose en la maraña arbustiva. Los rabilargos, como buenos oportunistas los abordaban cómodamente para despojarlos del alimento. El siguiente paso de los córvidos fue acudir directamente al comedero y atiborrarse de pan y galletas con el mayor desparpajo, considerando que el lugar ya contaba con su aprobación.  
                                                                          
Gorriones Passer domesticus arrinconados y relegados por los rabilargos al alpiste después de haber perdido las opciones por los bocados mayores.

                                        
¿Por qué son tan bellos estos córvidos? La combinación de sus colores nos lo puede descifrar. Fijándonos en el negro capirote, tan llamativo, contrasta con la blanca garganta y el color arena del dorso que, precisamente, hacen de esta paleta tricolor su punto más fanérico. Si añadimos el color arena más fuerte en el dorso y más suave en la zona ventral, acompañado del azul celeste de alas y cola, apreciamos un destacado equilibrio entre temperaturas cromáticas del frío azul y el cálido arenoso.  
No es de extrañar pues, que los rabilargos por la suave composición de sus tonalidades resulte más tierno a los ojos de mucha gente que la estridente librea gótica de la urraca Pica pica.

“La conducta del rabilargo ibérico durante la reproducción, en especial al cebar a los pollos o defenderlos, presenta caracteres comunitarios que los ornitólogos han podido observar a menudo. Se ha comprobado que los pollos de un nido eran alimentados por lo menos por cuatro rabilargos distintos entre los que estaban, por supuesto, los padres”.
 
Los rabilargos asiáticos Cyanopica cyanus proporcionan comida (como se aprecia en la foto) de manera espontánea a sus congéneres sin que estos se la pidan; algo exclusivo entre los córvidos. Así lo afirma un grupo de investigación de la Universidad de Viena (Austria).

“Durante mucho tiempo se ha pensado que la prosociabilidad proactiva –comportamientos que favorecen a otros individuos o grupos sin buscar recompensas materiales– era propia de humanos”, explica Lisa Horn, autora principal del estudio publicado en Biology Letters".

Ocupa el cuadrante suroccidental de la Península.
Su altitud tope son los 1100 m en la sierra de Gredos y Sierra Nevada (San Segundo 1990 y Pleguezuelos 1992).
 
"La distribución del rabilargo está presente en China, Japón, Corea del Norte, Corea del Sur, Mongolia, Rusia, España y Portugal. Ha sido introducida en Hong Kong. Esta dispersión geográfica se debe a que durante la glaciación los rabilargos emigraron hacia el sur de Eurasia: algunos hacia el Oeste y otros hacia el Este. La separación de los dos grupos de población tuvo lugar hace 1 o 2 millones de años".

 
"Otra teoría apuntaba a que habían sido introducidos en la península en el S.XVI por marineros portugueses procedentes de Asia, pero un análisis del ADN de las poblaciones asiática y peninsular ha demostrado que son genéticamente diferentes y, por tanto, la población presente en la Península Ibérica no puede haber sido introducida recientemente. Esto, además, se refuta con el hallazgo de un fósil de rabilargo en una cueva de Gibraltar.
Por tanto, se siguen nombrando como subespecies distintas, siendoCyanopica cyanus cooki las poblaciones ibéricas y Cyanopica cyanus japanica las poblaciones asiáticas".








Más sobre los rabilargos:







jueves, 22 de diciembre de 2016

El silencio


Como me estremece el momento en el que la nieve comienza a caer con su parsimoniosa lentitud. Un notable silencio acompaña a este momento tan confortable en el que los sentidos parecen aflorar con toda su capacidad de percepción, descansando a su vez. Es la paz que tanto evoco. Me envuelve en ese preciso momento aislándome del indómito y estridente mundo de la urbe. Una sensación placentera y necesaria para afrontar la rutina pendiente.

Os dejo con la definición de este fenómeno meteorológico explicado, precisamente, por un gran meteorólogo.



¿A qué es debido el silencio que suele acompañar a las nevadas? 

Seguro que alguna vez ha llamado su atención la calma y el silencio que se percibe durante una nevada y algún tiempo después de haber finalizado la misma. La explicación a este hecho lo encontramos en la morfología de la propia nieve, en especial la del manto nivoso. Cada nevada es diferente, ya que durante el tiempo en que cae la nieve los copos van cambiando de forma y de tamaño; copos grandes y esponjosos de intercalan con otros mucho más pequeños, similares a la caspa. A veces, de forma excepcional, lo que cae del cielo son cristales de hielo individuales de gran tamaño (macroscópicos). Un copo de nieve típico es una amalgama de cristalitos de hielo hexagonales de tamaño microscópico; muchos de esos cristales tienen forma estrellada. La porosidad es una de las principales características de la nieve, debida a los numerosos huecos que existen entre esas delicadas estructuras de hielo que constituyen los copos. Los copos al caer forman pequeños tirabuzones y alcanzan velocidades entre los 30 y los 80 cm/s. En dicha caída van atrapando minúsculas partículas que flotan en el aire, lo que contribuye a reducir el ruido ambiental, ya que dichas partículas actúan como pequeños amplificadores de las ondas sonoras. Por otro lado, una vez que la nieve se deposita en el suelo, el manto que se va formando contribuye muy eficazmente a absorber los sonidos, debido justamente a la gran cantidad de aire atrapado en su interior.
 En resumen, la presencia de un aire más limpio y de un medio absorbente muy eficaz de las ondas sonoras da como resultado el silencio que acompaña a las nevadas. El efecto es especialmente acusado en parajes naturales alejados de nuestras ruidosas ciudades.   

José Miguel Viñas. “Preguntas al aire” de Alianza editorial


Feliz Navidad a todos.











lunes, 14 de noviembre de 2016

Paloma zurita (Columba oenas)


Los cantiles calcáreos son balcones ideales para exponer vocalmente sus intenciones los machos de paloma zurita Columba oenas. Desde allí, zurean machaconamente, aderezada su voz por el eco de un espacio encerrado por la roca. A cualquier hora diurna sin desdeñar incluso las horas más calurosas, como las chicharras bajo el intenso calor, resulta audible su arrullo desde cualquier promontorio intentando atraer la atención de la hembra. El verde metalizado a ambos lados del cuello destella cuando sus pulmones se llenan y vacían de aire, convirtiéndolo una vez exhalado, en voz grave y ahogada como una súplica constante.

Muy vulgarizadas por la gente a causa de las palomas domésticas, las palomas silvestres siguen pareciéndome unas aves extraordinarias.

Muy parecida a su pariente próxima la paloma bravía Columba livia, se diferencia de ésta por carecer del intenso obispillo blanco y tener las franjas alares menos marcadas. El iris de los ojos es de un castaño oscuro que apenas se aprecia con el negro de las pupilas; en las bravías es de un tono anaranjado rojizo.
Es la menos urbana y en la ciudad coincide poco con la alimentación de palomas domésticas y torcaces.

Macho de zurita arrullando


Si la paloma torcaz tiene un enemigo a su medida como es el azor Accipiter gentilis, la bravía y la zurita tienen al halcón peregrino Falco peregrinus.
En el entramado rocoso del cañón del río Mesa no faltan las persecuciones de los peregrinos en busca de presas con las que subsistir.
La última secuencia que pude presenciar fue la de una infortunada paloma zurita, alcanzada por el macho de un peregrino rebosante de energía dispuesto a demostrar a la hembra su capacidad cazadora. Una ofrenda para aceptar ésta el emparejamiento y su disponibilidad reproductora.

A la izquierda un joven de paloma torcaz Columba palumbus y a la derecha joven de paloma zurita Columba oenas, ambas con tonos más apagados.



domingo, 6 de noviembre de 2016

De gorriones...



“La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva”.

      Gorriones, Juan Ramón Jiménez.



Desde la mirada expectante del autor Juan Ramón Jiménez, que vivarachos e inquietos resultan los pardos pájaros. En éste fragmento del poema “Gorriones” hay que ver como disfruta especialmente de su presencia.
También desde su prisión, Miguel Hernández se acuerda de ellos en su poema “El gorrión y el prisionero”. Los disfruta libres desde su amargo cautiverio, envidiándolos por intrépidos aventureros en busca de las migajas enrejadas; rejas con fronteras sin peaje.

Gorriones eternos, tallados con letras nobles en poemas y canciones que mecen el alma del lector sensible. 
Sí, gorriones, gorriones y gorriones volando por la imaginación de grandes poetas. Poetas que vieron en estas aves tan cotidianas del paisaje urbano una nota de atención y nostalgia del siempre vivo renacer de los días venidos y por venir. El pajarillo presente en las mañanas del trabajo y tardes de veladores. Recorriendo a saltos como bolitas emplumadas, cada uno de los recovecos enmarañados de patas de sillas y mesas. Sorteando, también, los pies entrecruzados de los comensales a la búsqueda de alguna migaja caída en sus dominios. Pájaro mundano, hábil en el trato con los humanos por adaptable y perseverante.



Pero este pardo pájaro, tan corriente, avispado y activo, tiene sus bajas y sufre el desencanto de poemas tiernos convertidos en tragedia. Son los jóvenes víctimas propicias por falta de rodaje. Fatal destino para inocentes inexpertos salidos del fortín nidal a la desprotegida calle, al peligro agazapado.
Mis apuntes, relatos de la vida, no sólo desvelan esa ternura de final feliz. Son diversas notas que describen, además, la crudeza del esmerejón Falco columbarius arrancando de las ramas de un árbol al gorrión recién despertado. Al joven desventurado prisionero de las fauces del felino urbano, hostigado por unos progenitores desesperados por la impotencia. La ignorancia del pequeño pidiendo ceba cuando una urraca Pica pica se posa a su lado destrozándolo a picotazos para ser devorado seguidamente. O, como la madre deposita fuera del nido, con delicadeza, al recién nacido muerto; víctima quizá, de un golpe de calor estival. Son historias de la vida y su severa escuela.



También el gorrión, pirata de las oportunidades, desbanca a los aviones comunes Delichon urbica de sus nidos, del mismo modo que los estorninos Sturnus vulgaris lo hacen con él. El gorrión patrulla los graneros, y en comandos bien organizados, los asalta cuando las dificultades meteorológicas arrecian y el alimento escasea. Eso suele ocurrir después de haber consumido infinidad de insectos perjudiciales para los cultivos durante unas tres crías anuales por pareja. Son grandes aliados del agricultor. Su pericia cazadora lo capacita incluso para atrapar -como pude observar en una ocasión- un saltamontes egipcio Anacridium Aegyptum de gran tamaño en vuelo.
Bien sabe China cual fue el precio de aniquilar al gorrión común por un puñado de grano. Granos ofrendados de nuevo para su reintroducción, dejándolo actuar dada su eficacia contra los insectos nocivos del campo. Así corrigieron el error, por ignorancia, con que optimizaron cosechas venideras.



No podría concluir sin adjuntar mas desparpajo en este paseriforme tan oportunista, recordando una ocasión mientras observaba a un pito real Picus viridis picotear el duro suelo de un descampado entre unos coches. El pícido preparó un manto de tierra removiéndola entre cuatro atentos gorriones. Agitó sus alas levantando una ligera polvareda con la que cubrió su plumaje. Después, organizados jerárquicamente procedieron también a su aseo personal dichos gorriones, aprovechándose de la labor del picamaderos verde.

Los gorriones son impredecibles en cautividad. El último que tuve, fue recogido por su debilidad manifiesta. Es posible que sus padres no dieran abasto para alimentarlo por la presión del resto de sus hermanos y quedó desatendido; suele ocurrir. Reconozco que dada su nula impronta, resultó durante su cría un pájaro arisco y poco sociable. Se dejaba alimentar pero, siempre, guardando la distancia prudencial. 
Su liberación, una vez recuperado definitivamente, fue tan sencilla como abrir la ventana y dejarlo escapar.

Posadero para pasar la noche elegido por él

Pero hubo otro ejemplar que no puedo ni quiero borrar de mi memoria. Mi hija se ocupó de él cuando apenas asomaban las plumas de su pequeño cuerpecillo. Mientras hacía los deberes, el gorrión la acompañaba posado en su caja, día tras día.
Correctamente alimentado, sus patas y alas respondían con la precisión esperada. Y, aprendido el territorio compartido del piso, volaba en busca de nuestros hombros o cabezas para posarse si nos perdía de vista. Bebía de su cuenco o, por ser más accesible, de la pecera, antes que el carpín naranja fuera a su encuentro burbujeando.

Abrir el bote de comida del pez era una aventura. Siempre atento el gorrión, acudía veloz a posarse sobre el borde, metía la cabeza y removía violentamente todo su contenido. Aquellos copos caían por la cocina como la nieve sobre la montaña. Le gustaban mucho, no cabe duda. 
El no va más, ocurría cuando nos abríamos un helado de cucurucho y se apercibía de ello (me refiero a las primeras veces antes de tomar precauciones). Aterrizaba como enloquecido sobre la mano y picoteaba el helado como si llevara días sin comer. Era tal la obsesión con el dulce que, para estar más cerca del alimento, se posaba sobre él, y los enjutos dedos de sus patitas se hundían levemente sobre el cremoso helado. Para que no nos manchara, había que cogerlo literalmente y mandarlo a la galería para terminar el postre tranquilos (le dejábamos su parte, claro).

Daba la impresión, es sólo un comentario, que el pequeño gorrión hubiera heredado genéticamente el gusto por los helados, impregnado su instinto por generaciones anteriores.

Llegaba el día a su fin y el gorrión buscaba refugio para dormir. Al principio nos gustaba como se acurrucaba sobre nuestro hombro pegándose al cuello; ahuecaba el plumaje y giraba la cabeza apoyándola sobre su dorso. Cuando había que moverlo para llevarlo a su posadero, su despertar era agresivo. Apuntaba con su pico entreabierto, muy enojado, el dedo con el que pretendías trasladarlo. Muy a nuestro pesar, evitando el placer de ofrecerle el hombro para su descanso, al llegar la hora de dormir lo depositábamos en su percha. Las aves necesitan la seguridad de un espacio convincente para pasar la noche. Su instinto lleva impreso en materia de seguridad, la importancia de dormir protegido para evitar a los predadores nocturnos de su hábitat. Despertarlo una vez acomodado, era muy estresante para él.

En la recta final de su cautiverio y dispuesto para la libertad