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domingo, 17 de noviembre de 2013

Escala de un falaropo picogrueso en Zaragoza

Ave juvenil con plumaje de primer invierno. 


No colecciono citas de aves accidentales pero, cuando Carlos Pérez me comunicó el avistamiento del falaropo picogrueso (Phalaropus fulicarius) cerca de mi antiguo barrio de Casablanca en Zaragoza, no pude resistirme. No era la rareza lo que impulsó mi decisión de acudir -hasta ahora debe rondar la veintena de citas en Aragón-, sino la oportunidad de conocer a una especie que, como comentaba el etólogo Vitus B. Dröscher en su libro “La vida amorosa de los animales”, es la hembra la que lleva los pantalones. En esta especie los papeles están invertidos y, es ella la que viste en época de celo con la más colorida librea mientras el macho lo hace con un plumaje más discreto. Por supuesto, la hembra es, además, algo más corpulenta y fuerte que el macho, razón por la cual deberá defender y preparar el territorio para ellos, encargados después de la incubación y el cuidado de la prole. Mientras, ellas, proseguiran sus batallas con otras hembras para proveer de huevos a mas nidos; tres, cuatro o incluso cinco para después, iniciar su viaje migratorio. Como conducta antagonista de los falaropódidos se podría citar al combatiente (Philomachus pugnax) cuyos machos despliegan unas vistosas melenas de plumas para exhibirse ante las hembras, muy disputadas entre ellos aunque, después de la cópula, se desentienden de ellas. No olvidemos que, un plumaje exuberante en belleza por su colorido, es también un gran atractivo para los predadores al ser más detectable. Por ello, las hembras de falaropo sufren muchas más bajas que los machos poseedores de un discreto plumaje.


En cada ser circulan varias hormonas sexuales masculinas y varias hormonas femeninas. Cualquier animal y también cualquier persona tienen en sí algo de hermafrodita. Pero, en general, preponderan en las hembras todas las hormonas femeninas y en los machos todas las masculinas. En el comportamiento poliándrico de los falaropos, las hembras cuentan con la cantidad de hormonas femeninas suficientes para estimular la producción de huevos, sin embargo, el dominio de las masculinas (segregadas por el ovario de las hembras) fomenta en ellas la belleza, musculación y agresividad necesaria con la que disputarse a los machos, enfrentándose a sus rivales féminas con objeto de ser fecundadas por los elegidos. En cambio, un número mayor de hormonas femeninas predestinan a los machos de falaropo a un comportamiento pacífico y femenino. Gracias a dichas hormonas (prolactina), provoca en ellos la caida de las plumas pectorales en época de celo. En la zona desnuda se concentra mucha sangre, para calentarla, formando lo que se conoce como parche de incubación o placa incubatriz, necesaria para dar calor a los huevos durante la incubación y a los pollos recién nacidos. A las pocas horas de haber nacido, los pollos pueden valerse por sí mismos acompañados de su progenitor.
Esta es una táctica convenientemente desarrollada entre la mayor parte de las aves costeras que anidan en el Artico, donde la temporada es extraordinariamente corta.


Son aves pelágicas; viven en el mar fuera del periodo reproductor abarcando grandes extensiones de aguas litorales. Vuelan con gran precisión. Aunque son buenos nadadores impulsados por sus dedos lobulados no están capacitados para bucear. El plumaje abigarrado facilita el aislamiento en los fríos espacios del norte ártico. Desde allí, tras un prolongado viaje transoceánico alcanzarán sus zonas de invernada en mares tropicales. Algunos ejemplares como el de la imagen, pueden llegar a visitar  la costa española, y raramente, zonas del interior.


Fue el pasado viernes 15 de noviembre a las 15´30 horas cuando pudimos ver al falaropo picogrueso entre las zonas de remanso donde se alimentaba en la rehabilitada planta potabilizadora antigua de Zaragoza. Carlos y yo tuvimos que dar algunas vueltas siguiéndolo hasta conseguir estas tomas. Evidentemente, no era nuestra presencia lo que ahuyentaba al ave, sino la búsqueda de lugares idóneos donde alimentarse. En la zona donde se ubicó finalmente, pudimos verlo a placer sin que recelara demasiado.