lunes, 31 de diciembre de 2012

La siesta del andarrios grande



Cuantas veces, inmersos en el trayecto de una senda cualquiera, topamos paralelamente con la ribera de un río y, como es habitual en la curiosidad humana, sucumbimos a su encanto asomándonos a la corriente de agua. Entonces, un ave de pequeño tamaño sale sonoramente despavorida. No la apreciamos mientras recorría el limo ribereño pero, al levantar el vuelo, no sólo vemos el fanérico contraste de sus alas oscuras y el blanco obispillo, además, escuchamos su agudo, aflautado y audible reclamo de alarma mientras aletea con fuerza alejándose zigzagueando cual agachadiza.

El andarrios grande (Tringa ochropus) es un ave que cría en Europa central; invernante peninsular, con desplazamientos postnupciales de julio a septiembre y, prenupciales entre marzo y abril. Ocupa una vez asentada, ríos, arroyos lagunas, charcas y también acequias, preferentemente, con zonas fangosas.


En su huida, el mayor de los andarríos, inadvertido muchas veces sale ahuyentado fugazmente bajo nuestras propias narices, siendo su voz la que nos alerta de su presencia. Fotos diciembre 2012.

Balsa del Mortero 11-9-2010 – 8´24 h. a 11´01 h. (Nota de campo)

En esta pequeña charca elevada del páramo turolense, lejos de cualquier núcleo urbano, un andarrios grande lleva desde las 8´24 horas rebuscando afanosamente en el limo enriquecido con invertebrados para obtener parte de su alimento favorito; coleópteros acuáticos y sus larvas, crustáceos, chinches, moscas, larvas de libélula, anélidos y moluscos, incluidos también pececillos y algo de materia vegetal. No resulta extraña la presencia de un ave aislada y solitaria, donde rara vez consiente a otros congéneres y, menos, en un lugar tan ajustado como el de la charca mencionada. Esta especie apenas se reúne en bandos de más de seis individuos, considerándose un ave reacia a las multitudes salvo en la concentración de sus migraciones. 
Desde el interior del hyde espero atento la llegada de las ortegas al bebedero, aunque van llegando escasamente, no pierdo detalle de las vueltas que lleva el andarrios por la orilla limosa. Las capturas se le dan bastante bien pero, el pequeño tamaño de sus presas le obliga a proseguir sin descanso vuelta tras vuelta. En esta mañana tan tranquila donde hoy entran pocas aves, tenemos toda la balsa solamente para nosotros dos. Y, poco antes de finalizar la observación de dos horas y media, la limícola, bajo la acentuada soledad turolense me deja perplejo -reconozco que me asombro con detalles muy simples- y, éste, no va a ser menos. Puedo ver en primera persona, en exclusiva, el descanso placentero de un ave con el nervio de acero, desconfiado e intratable ante sus congéneres relajarse cómodamente una vez cumplida la obligada misión de alimentarse. 
No lo puedo evitar, he alucinado viendo como sesteaba el asustadizo y estridente andarríos grande. 






Fin de siesta y, estiramiento; a seguir con la rutina alimentaria.



Feliz 2013




jueves, 27 de diciembre de 2012

Lavandera blanca (Motacilla alba)





Como un director de orquesta golpeando su batuta sobre la partitura, se presenta la lavandera blanca con su larga cola, agitándola arriba y abajo en el concierto cotidiano de la naturaleza. Nadie como ella, tan elegante, para vestir combinando el blanco, negro y gris. Camina ataviada con sobrado desparpajo, emergiendo y desapareciendo a buen ritmo entre un mar de surcos con cuyo arado cincela,  trasegando imparable, el tractor. Sus patitas de tono negro, a veces brillantes por el agua circundante de los ríos o humedales, se emborronan a la carrera mientras captura fugazmente incautos invertebrados. Compañera diaria del solitario pastor, interesada, también camina tras el ganado alimentándose de los insectos movidos por el ejército de pezuñas.  


 


Lavandera blanca en plumaje invernal.

 
 


Aguzanieves, pajarita de las nieves, engañapastores, nombres vernáculos diversos para un pajarillo muy arraigado al medio antropógeno como el gorrión, muy cómodo entre los humanos.

A nuestras lavanderas se unen las poblaciones del Norte y Centro de Europa huyendo del rigor invernal. Recuerdo ver en la salida de agua ribeteada por cañaverales dentro de la fábrica de papel en Zaragoza, muy ruidosa, a éstos escandalosos bandos de lavanderas organizándose para pasar la noche; al igual que ocupando árboles desnudos en las rotondas de zonas céntricas de la misma ciudad, todo un espectáculo de lavanderas europeas. Desgraciadamente, también tiene sus riesgos; un amigo me comentó como en los ornamentales olivos de una avenida urbana, una lechuza, de madrugada, portaba entre sus garras una lavandera blanca. 

Termino destacando su genio, pues recuerdo verlas combatir en vuelo por disputas territoriales, desprendiéndoseles incluso, plumones a causa del contacto físico. No es menor su agresividad, tampoco, frente a indeseados invasores en época de cría, como la de una grajilla que fue desalojada por una lavandera bajo una presión persecutoria digna de un paladín. Genio y figura… 


 

 


lunes, 24 de diciembre de 2012

La última culebra de escalera del año.

Interior del aljibe inundado; sobre uno de los tallos se apoyaba la culebra de escalera (Rhinechis scalaris). Los dos maderos los deposité posteriormente como plataforma para futuras víctimas.


En el último momento, cambié de idea y del lugar planeado sobre mi salida al campo. Elegí la llanura esteparia en busca de un territorio de búho real para interpretar, por los restos, la futura cría en el lugar. Fue entonces, cuando después de ver el trote mañanero del elegante zorro sobre el perfil del campo yermo, me topé con el viejo caserón de pastores junto a su tenebroso aljibe. Las últimas lluvias habían inundado el fondo de barro cuarteado y repleto de plantas marchitas. Con algo de fortuna, pude distinguir sobre un tallo seco la cabeza apoyada en la parte anterior del cuerpo a un ofidio, el resto lo cubría el agua con algo  más de un metro de profundidad. Era una culebra de escalera aferrada a una esperanza de vida que menguaba a cada segundo. Los reptiles son muy resistentes, de hecho, representan uno de los eslabones más fuertes en la sufrida evolución de la tierra a pesar de haber cambiado poco su aspecto morfológico; probablemente, sea en parte, el éxito de su supervivencia. Por la postura, sospechaba que todavía estaría viva, así que, actué a toda velocidad. Llevo siempre una cuerda larga en el coche que cumple muchos de los objetivos que me marco, si no son muy temerarios. Como no tenía otro modo de acceder al ofidio, coloqué un gancho metálico en el extremo con la idea de prenderla en su punto de equilibrio, sospechando que sería complicado si la culebra no colaboraba. Acerté a engancharla de uno de sus anillos y, me dejó sorprendido la reacción de la agotada culebra al aferrarse al gancho, eliminando entre las dos opciones, la de evitarme por temor a cambio de morir irremediablemente en el agua. Es un acto más común de lo que parece, cuando las posibilidades de supervivencia son escasas en algunos animales, el instinto descarta las imposibles a cambio de las más probables, aunque ninguna de las dos sea  la salvación, si puede ayudarles.
No sabría calcular el tiempo que podía llevar la culebra dentro del aljibe pero, podría ser que ya estuviese aletargada entre el barro seco del fondo antes de que llegaran las lluvias provocando su estado actual. Un ralentizado infierno para cualquier ser vivo.

Cuando por fin la tuve en mis manos la introduje en el coche, la sequé y la dejé sobre el salpicadero frente al sol para que tomara temperatura gradualmente antes de soltarla. Entre las ruinas de un cobertizo rural lleno de mojones de piedras a su alrededor la deposité con total garantía.
Son muchas las culebras de escalera que logro apartar de las carreteras o sacar de los aljibes, no puedo dedicar entradas a todas ellas por que sería demasiado repetitivo pero, ésta concretamente, me pareció una historia bastante dramática para exponer el destino trágico en el que acaban muchos seres vivos y, además, uno se queda solventando estas acciones inmensamente satisfecho.
Con la temperatura corporal baja, los ofidios son muy manejables y mansos.
 

 Se acomoda para tomar el sol.
 
Mientras voy a depositar los maderos en el pozo, ubico a la culebra sobre el salpicadero para que se solee placenteramente.

¿Desde cuándo ofidios y humanos nos llevamos bien?...parece decir la feroz culebra de escalera una vez que ha conseguido acercarse a su temperatura ideal.

Finalmente (al parecer era más el temor a la cámara de fotos que a mí) sin contemplaciones pero con precaución, la libero entre el rocaje. Ella decide encumbrarse en una piedra grande para tomar el sol.

ATENCIÓN: no les tengas miedo; sé prudente

Aglifos, son los ofidios que carecen de glándulas y aparato inoculador de veneno, como la culebra de escalera. 
No quiero que las fotografías induzcan a error por la aparente mansedumbre del ejemplar manipulado. La falta de reacción del colúbrido es debido a la baja temperatura que padece tras permanecer en el agua fría con una temperatura muy baja; el calor las reactiva de nuevo recuperando su agresividad. Si no estás acostumbrado a este tipo de situaciones y quieres ayudar a rescatar alguna culebra de algún aljibe o de la carretera, utiliza guantes gruesos y mangas largas recogidas en ellos. Por medio de un palo puedes apartarla del asfalto y, si has de sacarla de un aljibe utiliza una bolsa de cualquier material, si es de plástico, abrirla inmediatamente una vez cumplido el rescate para que no se asfixie. Si las temes demasiado, acude a quien pueda hacerlo por ti; no olvides que la lenta agonía que padecen es terrible.


martes, 11 de diciembre de 2012

Mirando al mosquitero común (Phylloscopus collybita)



Se mueven entre la maraña de los arbustos y zarzas como inquietos chochines y currucas, con esa destreza propia de hábiles especialistas dentro de la vegetación mas apretada. Llegados muchos de ellos desde Europa central y occidental con movimientos más activos en octubre y noviembre, se unen a los peninsulares para, posteriormente, continuar escalonadamente su ruta como migradores transaharianos. Son más silenciosos que en su viaje prenupcial, donde sus voces, con ese tono repetitivo y machacón tan característico inundarán dentro de unos meses bosques, parques y campiñas.

 
 
 
Ahora las hojas lobuladas del tamariz están pardas y caen poco a poco por la fuerza del viento. Estos árboles están en primera línea del río Ebro y soportan muy bien sus crecidas, evitando así, la erosión provocada por la corriente.

En la salida de las aguas residuales una vez tratadas en la depuradora de Zaragoza, descubro, gracias a la temperatura templada con la que sale, nubes y buena actividad de pequeños dípteros que son perseguidos con suma atención por los mosquiteros. Me apasionan estos sílvidos y, tras una serie de fotos, me concentro en ellos con los prismáticos sabiendo que se dejarán observar con tranquilidad. Los pájaros insectívoros como el caso de los mosquiteros, son aves menudas que realizan desplazamientos migratorios nocturnos y largos. Su metabolismo es muy acelerado, por lo que han de buscar sin descanso las presas necesarias para almacenar grasas y compensar el frío y el desgaste del esfuerzo. Precisamente, la dificultad de hallar insectos en los meses fríos es un problema mitigado en este lugar al ser atraídos por el agua menos fría. Entre las ramas del tamariz van rotando constantemente las avecillas y con vuelos cernidos capturan secuencialmente a sus presas. Me llama la atención como otros congéneres se adentran en el mismo tamariz y, a su vez, van desplazando a los anteriores a otros lugares sin haber disputa alguna. Es una rotación ordenada pero, no sé con qué amplitud de radio.
No me extraña que sean tan activos los mosquiteros cuyo peso es de unos 8 gramos; necesitan, para entendernos, el equivalente a 15 o 20 kilos que consumiera un hombre de constitución normal para pasar cada día durante sus migraciones.




Me ha parecido curioso que pudierais disfrutar de las imágenes tan espontáneas del pequeño mosquitero prestando atención a sus futuras presas. Espero que este pequeño detalle recogido de la naturaleza privada del pajarillo, llene por un momento vuestra atenta mirada.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Eterna compañera...






Hay una estampa entrañable a la que no me resisto nunca, si tengo, por supuesto, la oportunidad de presenciar. Es una imagen que invita a sentarse para disfrutar durante largo rato de las cigüeñas mientras deambulan por un campo recién labrado. Me satisface contemplar esta relación todavía viva entre el hombre, el progreso y la cigüeña blanca.
El labrantío surcado por el arado del tractor, tachonado completamente de siluetas blanquinegras y destellantes mientras campean pausadamente sobre el terreno atemperado, invita a evadirse mentalmente del mundanal ruido de las grandes ciudades…vamos, como trasladarse con imaginación al silencio del arado y el mulo que presencié en la infancia.





Aunque sea muy corriente verlas en el campo, desde la hermética ciudad se las echa mucho de menos.