domingo, 15 de abril de 2012

Colibríes: el magnetismo de lo diminuto.


Beija-flor-de-fronte-violeta Thalurania glaucopis (Gmelin, 1788)
Muchos días de infancia los pasé, cuando se me presentaba la oportunidad, mirando con fijación y asombro un insecto volador que nunca se posaba para libar las flores. Se movía con tanto nervio como velocidad frente a su objetivo repleto de polen o néctar, haciendo gala de un extraordinario control de vuelo capaz de variar súbitamente de posición entre las plantas. La esfinge colibrí (Macroglossum stellatarum) me recordaba siempre a otra especie por su acentuada convergencia morfológica, sólo que dicha especie, estaba emplumada de brillantes colores. Era precisamente el colibrí, el que además, había legado su nombre a este hiperactivo lepidóptero ditrisio tanto por su equivalente capacidad de vuelo como por la de explotar el mismo soporte alimenticio. Por eso mismo, al ver a esta espectacular miniatura vertebrada de vuelo zumbante desplazarse delante de mí, no pude menos que recordar aquellas esfinges que avivaron desde entonces el encuentro con este añorado momento.


Picaflores, chupaflores, pájaros mosca son algunos nombres con los que se conoce a los colibríes en sus lugares de distribución, ya sea por su diminuto tamaño como por su modo de alimentarse y converger en el diseño de vuelo. Evidentemente, cabe resaltar la importancia de estas aves como polinizadoras de árboles y plantas en la misma línea que los himenópteros. Poco a poco, iba comprobando de la miniatura del colibrí toda su magnitud, sin dejar de atender ni un segundo el escenario natural que se abría delante de mí.


Conviene prestar atención al buscar colibríes, porque debido a su pequeño tamaño, puede ser fácilmente confundido con un gran abejorro o mariposa nocturna.
Si lo vemos desde escasa distancia y sin apenas ruido ambiental, es posible escuchar el zumbido provocado por el acelerado batir de alas; hasta 80 veces por segundo. Para soportar semejante sobreesfuerzo el colibrí posee la quilla del esternón más desarrollada que en otras aves, en esta pieza ósea, se inserta una poderosa musculación eficaz para este fin. Todo son maravillas anatómicas para colmar las exigencias de esta criatura adaptadas al sofisticado hábito de alimentarse sin dejar de volar. Por eso, hay añadidas en su esqueleto características estructurales donde el húmero y una articulación del hombro les permite variar el ángulo de las alas; de este modo, pueden permanecer estáticos (cerniéndose), volar de lado e incluso marcha hacia atrás. Naturalmente, tanto desgaste energético por el elevado metabolismo muscular requiere de una alimentación constante, siendo por ello, los vertebrados que mas comen en proporción a su propio peso. Y, nada de esto sería posible sin un motor irrigador tan preciso, por eso (se calcula), el corazón del colibrí late unas 1000 veces por minuto.

Así es, más o menos, este vibrante torbellino que como un diminuto y veloz tornado aparece y desaparece, eso sí, dejando no una oleada de destrucción, sino una estela de asombro para quien los mira entusiasmado.



Hibisco colibrí (Malvaviscus arboreus) planta de pétalos cerrados muy visitada por estos minúsculos pajarillos. La lengua protráctil de estos pájaros se contrae y extiende con velocidad a lo largo de la acanaladura de la mandíbula inferior, así consiguen ingerir el alimento del interior de las flores. Cuando el pico no da la medida proporcional al ser la corola muy larga, la perforan lateralmente para alcanzar el azucarado alimento.

Están incluidos en el Orden Apodiformes como los vencejos, aunque forman un suborden independiente. Si un colibrí cayera a tierra, sería incapaz de levantar el vuelo debido a sus cortas patas, exactamente igual que un vencejo.


Los colibríes también incluyen en su dieta insectos blandos que capturan mediante una táctica muy elaborada; consiste en acelerar el aire con sus alas para canalizar a sus presas y proyectarlas al interior de su boca.

Fijaos en las siguientes imágenes el efecto del vuelo del ave entre los abundantes mosquitos.


















Beija-flor-preto Florisuga fusca (Vieillot, 1817)
Ejemplar joven.

Después de agitar la nube de mosquitos, el colibrí hace una breve parada para darles tiempo a reagruparse y, comenzar de nuevo la cacería.


Beija-flor-preto Florisuga fusca (Vieillot, 1817)
Ejemplar adulto; pierde los detalles de coloración rojiza en bigoteras y zona superior de la cabeza.

Los colibríes se distribuyen exclusivamente por las dos Américas; desde Alaska, por el norte, hasta La Tierra del Fuego, por el sur. Las 320 especies conocidas habitan variados hábitats que van desde selvas ecuatoriales hasta desiertos cálidos (Arizona) o fríos (Tierra del Fuego, altiplanicies andinas).
El colibrí gigante de Los Andes alcanza 20 centímetros de largo y es el mayor de todos; el mas diminuto es el sunsún de Cuba, que no llega a los cinco centímetros de longitud.

Tienen genio y agresividad estos diminutos pájaros y, no dudarán en atacar con su zumbante vuelo y punzante pico a otras especies mayores que ellos, incluidas a las rapaces si su presencia les perturba.

Naturalmente tienen enemigos y, entre ellos, arácnidos de gran tamaño que los capturan en sus redes; también la mantis religiosa puede sorprenderlos.

domingo, 1 de abril de 2012

Ferro velho (Euphonia pectoralis)



Mientras observaba la magnitud de los árboles del manto selvático, saciados de agua y de nutrientes pero no de luz, comprobaba atónito la lucha entre ellos a base de metros de altura para alcanzar quizá el bien más preciado, la luz del sol. Seguía con detenimiento los olores y los sonidos del bosque, tan significativos en un ambiente extremadamente tupido, donde la voz y los colores vivos son determinantes a la hora de comunicarse muchas aves que viven encerradas en estas selvas brasileñas.



Que cosas…, fue ver a esta pareja de llamativos pájaros acercarse el uno al otro creyendo erróneamente que se trataba de una exhibición entre macho y hembra y, resulta, que era todo lo contrario; una disputa en toda regla de dos machos. Las fotos, desgraciadamente sin apenas color al hallarse ambos pájaros a la sombra del ramaje, pueden inducir a confusión, puesto que sus colores son más vivos con luz directa. El caso es, que se acercó el ejemplar de la derecha a su oponente, y la voz entre ellos no era precisamente melodiosa, sino áspera e irritada. Ambos se tambaleaban de derecha a izquierda como si fueran púgiles en un cuadrilátero, con las plumas pectorales y dorsales ligeramente erizadas. Sin apenas dar un paso atrás se debatían en un espacio mínimo intimidándose. Pero, no había violencia física, al contrario, el combate parecía desencadenar una serie, creo yo, de improperios con unas voces alteradas que crecían por momentos.



Finalmente, tal vez, abandonara la rama el vencido, abrumado por el desafío y la fuerza del chirriante canto de su adversario. A pesar de no tener ningún fundamento científico esta pequeña observación puntual, siendo mas anecdótica que otra cosa, se puede ver en un video a continuación otra disputa incluso algo más acalorada, donde tampoco ninguno de los dos enfebrecidos contrincantes llega más allá del griterío con el que se amenazan en el comedero. (Video You Tube).



Todo lo contrario le ocurre al gorrión común; en ocasiones, he visto caer sin apenas control a dos machos tan acalorados que, ni en tierra, por el peligro que conlleva, eran capaces de reaccionar presos de su incisivo y belicoso celo.


Fotografía de Dario Sanches (Wikipedia).

Se puede comprobar en este macho como contrasta el azul metálico, amarillo y rojo óxido. Su plumaje está perfectamente pegado al cuerpo, no existe tensión ni alarma aparente.