viernes, 26 de marzo de 2010

La mañana del mochuelo

 
Con los primeros rayos del sol asoma precavido el mochuelo, asentándose poco a poco en su espaciosa repisa. Con la pata recogida para no perder calor, vigila sereno y acomodado. 

Las noches del mochuelo (Athene noctua) son siempre muy ajetreadas, sobre todo, en primavera. La pequeña rapaz nocturna mediterránea, ya tiene la reserva de su lugar de cría. Aquí, en abril o mayo, cuando comience la reproducción y se haya establecido la pareja, traerán al mundo a su descendencia.

Esta breve cronología fotográfica, revela la cotidianeidad del mochuelo poco después de salir el sol. Es un aspecto importante en su metabolismo la absorción de la luz solar, no sólo para conseguir ese ajuste térmico corporal, sino además, para activar y fijar el calcio y la vitamina D a los huesos.

Ahora es importante el reposo, y más, tras una noche activa en la caza de insectos y pequeños micromamíferos de los que se alimenta.

Su carácter permisivo, me ha dado la oportunidad de fotografiarlo en su ambiente y conducta natural.


Mientras los transeúntes a su paso bajo la terrera no hagan ningún movimiento extraño, o inapropiado, el pequeño búho les acompañará con la mirada, sin la necesidad de retirarse al interior del hueco.


Esto son palabras mayores. Si el riesgo viene por lo alto, volando; ya sean urracas, cernícalos, milanos o grajillas, entonces lo mejor es ponerse a cubierto.


Para el etólogo Vitus Dröscher; el ligero dormitar es para muchos animales un substituto, eminente y de importancia vital, de las horas de sueño perdidas.

martes, 23 de marzo de 2010

Amarillo chillón



Desde finales de enero, se ve a los machos de verdecillo (Serinus serinus) copando todas las ramas altas de los árboles de sotos y parques. Su catarata de voz, su canto chirriante y monótono, inunda con estridencia todo el espacio, y con ellos, la primavera parece adelantarse. Las hembras, les escuchan atentamente desde las ramas más bajas. Los futuros pretendientes tienen una labor muy dura para destacar como tenores y, ofrendar un óptimo territorio.







En cambio; el monte de carrasca, romeros, sabinas y aliagas, está sembrado de narcisos amarillos (Narcissus assoanus) muy amarillos, pero silenciosos y coquetos; cabizbajos pero resplandecientes y, agradablemente perfumados.

Estas llamativas florecillas sobre tallos que no superan los 25 centímetros, han florecido ya desde febrero, y su floración dura hasta el mes de mayo. Allí donde da el sol, gracias a la escasez de otras plantas que puedan arrebatárselo, crece solitariamente y también agrupado este deslumbrante narciso amarillo.






jueves, 18 de marzo de 2010

Una chova muy especial

Primavera de 1997


Un córvido, es lo más parecido a un perro pero cubierto de plumas. Así me lo ha parecido siempre que he tenido la fortuna de convivir con algún ejemplar criado en cautividad.




Todo comenzó bajo el imponente farallón calizo de “Peña Palomera”, cerca de Jaraba (Zaragoza). Un mal nacido, había tiroteado a palomas, grajillas, y cómo no, a los padres de una pequeña chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). Todas las aves, aparecían esparcidas víctimas del escopetero irracional. Solamente había sobrevivido un ejemplar, que unas personas recogieron asustado. Les comenté mi intención de llevarla al centro de recuperación, si ellos, no tenían inconveniente. Y no lo tuvieron.

Al final, ni la recogió el encargado del centro a causa del trabajo pendiente, ni yo se la acerqué. Ambos, por falta de tiempo.




Son aves sociables las chovas, y se afianzan pronto a sus cuidadores, por lo que alimentarla no fue difícil.

Pasó los días de cuidado y atención en el interior de una galería acristalada y espaciosa, donde escasamente daba el sol, pero, le permitía ejercitar la musculación alar con pequeños vuelos. Sacándola varios días a la semana, disfrutaba en su ambiente rupícola, aprovechándose además, del necesario baño solar. Mediante extrañas posturas, ofrecía al sol cada parte de su cuerpo, entregándose a un profundo éxtasis de placer. Meterla en la caja de vuelta a casa, era una operación algo complicada, que resolvía con pequeñas argucias. No era fácil.

Durante una de las últimas salidas, la Chova, lucía un plumaje negro brillante, irisado y completo, además de un vuelo firme, aunque inexperto. Aquel día, saltó enérgicamente de mi hombro ante la presencia de una rapaz que, afortunadamente, resultó ser un halcón abejero. Reconozco que lo pasé mal, pues el córvido realizó la maniobra más indebida.




Era este lugar en principio, el elegido para liberar más adelante a la joven chova piquirroja, pero tan sólo, habitaban la cortadura tres parejas de la misma especie con sus jóvenes volantones. Uno de ellos, de su edad, había sido devorado por el búho real, a juzgar por el montón de plumas hallado. El lugar, lo descarté de inmediato.



Joven de búho real (Bubo bubo)

El último día la Chova lo pasó en soledad. Ya era capaz de deambular con seguridad libremente por los cortados de su nuevo hogar. Había descubierto un espléndido bando de jóvenes chovas piquirrojas acompañadas por adultos que me hostigaban, como es natural, al verme en su compañía. Trataba de lanzarla contra ellas, buscando el efecto explicado por Konrad Lorenz con sus grajillas en cautividad, cada vez que éstas, se perdían atraídas por las alas de los bandos de cornejas a las que seguían casi obsesivamente. Pero no daba resultado, la Chova volvía a mi hombro, o a mi cabeza.




Incluso, un día entero en libertad del córvido, no fue suficiente para romper ese lazo de impregnación conmigo, y al marcharme estando ella a más de 300 metros, pensé que se quedaría allí, sin embargo, potentes graznidos delataron su intención bajando hasta mi hombro a la velocidad del rayo. Ese día fue el definitivo, y sabía cómo hacerlo. Esperé a la penumbra, y deposité a mi preciada Chova en lo alto de una covacha segura y resguardada, quedándose inmóvil como estaba previsto.




Al siguiente día, lunes, volví después de trabajar, era las ocho y media de la tarde. Le traje algo de comida, la llamé, y enseguida apareció. La adaptación al lugar, se iba completando correctamente.

El martes, no tuve noticia del negro córvido; lo busqué y lo llamé desesperadamente sin querer encontrar nada más que su voz de respuesta. Volví a casa con enorme pesar y cavilación. Me consolaba, no haber hallado restos de plumas.




De nuevo regresé sobre el páramo pedregoso del roquedo calizo. La fui llamando al mismo tiempo que la buscaba inquieto, cada vez más nervioso, puesto que sumaba el segundo día desaparecida. El sol declinaba poco a poco, y la luz se iba consumiendo como las esperanzas de encontrarla. Era tarde, y escuché aproximarse al grupo de chovas concentradas para pasar la noche. Al sobrevolarme, volví a llamarla con fuerza desatada, y el bando fue superándome a la vez que se alejaba. A punto de derrumbarme, una de las chovas se descolgó de la bandada posándose en lo alto de un bloque de roca; en principio, pura casualidad, pero…, al mostrarle la comida y llamarla simultáneamente, agitó las alas exactamente igual que lo hizo al ser alimentada durante la cría. Respiré aliviado, y más, cuando después de permanecer escasos segundos mirándome, emprendió de nuevo el vuelo reincorporándose a su nueva familia.
Probablemente, y según Konrad Lorenz, la joven Chova había sido aleccionada por los adultos de la comunidad. Esa breve duda en el córvido, lo demostraba claramente: se había roto nuestro vínculo familiar definitivamente. Ya, era libre.


martes, 16 de marzo de 2010

14-3-1980. Punto y seguido.

Quedó el mensaje.


"Tuve la suerte de vivir una escuela eterna: la naturaleza" Félix Rodríguez de la Fuente 
Era tal, la angustia de la noticia de su muerte, que compré todas las revistas tratando de dar con alguna que la desmintiera. Todas, me decían lo mismo...








 

Hasta siempre, Félix, Teodoro y Alberto.


sábado, 13 de marzo de 2010

El pico del piquituerto

 

En el ejemplo de la ilustración, se aprecia como la parte inferior del pico del ave, pasa al lado derecho de la otra parte superior: entonces, abriría el cono desde esa misma posición. 

Siempre llamó mi atención este pájaro algo más corpulento que un gorrión, cuyo pico, aparentaba ser más una malformación que una herramienta de vital utilidad para alimentarse.

El piquituerto (Loxia curvirostra), tiene un marcado dimorfismo sexual; siendo las hembras de un color verdoso o amarillento, y el macho de coloración rojiza. En cada bandada, hay ciertas variaciones tonales entre libreas rojas o anaranjadas.

Pero la joya de este pájaro especializado y adaptado a la explotación del fruto de las coníferas, es su exclusivo pico. Con él, es capaz de extraer los piñones haciendo palanca entre las escamas de las piñas. Por eso, posee la mandíbula superior recta, mientras la inferior se acomoda y encaja a ésta entrecruzándose. De ahí su nombre.

Hay otra curiosidad a tener en cuenta, y es que, no todos los individuos cierran el pico al mismo lado, me explico: unos ejemplares entrecruzan la mandíbula inferior hacia el lado derecho, mientras otros, lo hacen hacia el lado izquierdo. Al escoger una piña adecuada a su tamaño de pico, la punta de la mandíbula inferior coincide con el lado del fruto; si ésta cierra a la izquierda el cono queda a la izquierda, y si lo hace hacia la derecha el cono queda al mismo lado.

Al emprender la apertura de la piña, ambas puntas del pico quedan en la misma línea vertical, una encima de la otra para cincelar el cierre de la escama donde se esconde la semilla. Al cerrar el pico, las mandíbulas actúan a modo de cuña, separando la escama progresivamente. Si no hay suficiente abertura, la apalancan con un leve giro de cabeza que termina por agrietarla, dejando la característica fisura longitudinal, y las semillas al alcance de su pegajosa lengua.


Los piquituertos, nidifican durante el periodo diciembre-abril justo en mitad del invierno, lo que les permite alimentarse de las semillas maduras protegidas en el interior de los conos. Su alto valor nutritivo; un 35% en grasas, asegura el éxito de la reproducción cuando hay abundancia.


En una ocasión, pintando la montaña rusa del Parque de Atracciones de Zaragoza, pude deleitarme en pleno mes de febrero con la presencia de una gran cantidad de estas aves que ocupaban en gran número los enormes pinos del interior. Puede que fuera una invasión de piquituertos venidos del norte de Europa tras una nefasta temporada de semillas en aquellos bosques.


Una tijera, puede ser el mejor ejemplo para comprender el efecto de palanca que ejerce el pico al introducirse entre la escama de la piña. La mandíbula inferior, puede desplazarse hasta un centímetro de distancia de la línea media (no la puede cambiar de la posición original de cierre) y cuando la separación se va produciendo, un giro de cabeza quiebra la escama dejando al descubierto los dos piñones.


Los bosques de pino albar (Pinus sylvestris) y los de pino carrasco o Alepo (Pinus halepensis), tanto naturales como de repoblación, acogen al piquituerto en época de cría si su desarrollo y cosecha de semillas son adecuadas para la reproducción del ave.

miércoles, 3 de marzo de 2010

En nuestras manos


Este arma, recoge los más espectaculares trofeos sin dejar un rastro negativo.

Somos nosotros, un experimento más de la naturaleza.


Por más que me esfuerzo en ser optimista, siempre hay gobiernos blandos que machacan mi esperanza.



No somos tan fuertes ni tan imprescindibles como pensamos.


La aversión hacia las serpientes se supera conociéndolas.


Con respeto, es más fácil convivir con las demás criaturas.


Detrás del mito, estamos nosotros.


Aprovechar sin despilfarrar los recursos que nos brinda la naturaleza, es la mejor manera de proteger el medio ambiente.